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Tribuna
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El rincón de las hollymemeces

La trituradora de cine puesta en marcha en Hollywood durante los años de la canalla era Reagan llegó (en lo que respecta a la noche de los oscars) a la cumbre de su tarea de condecorar con oro al barro cinematográfico en los años 1979 y 1980, cuando la insignificante Kramer contra Kramer desbancó a la portentosa Apocalypse now de Francis Ford Coppola y la muy corrientita Gente corriente arrolló al arrollador empuje del Toro salvaje de Martin Scorsese. ¿Cómo y por qué un colectivo al que se supone compuesto por muy notables profesionales de este oficio pudo llegar a conclusiones que sólo pueden entenderse como memeces o como golfadas?A partir de esas dos egregias meteduras de pata, y durante once años, los primaverales premios de la Academia alcanzaron el periodo más bajo -hasta descender en ocasiones a niveles vergonzosos y, para sus componentes, humillantes- de credibilidad de su historia. La losa de esta larga década negra de los oscars comenzó a levantarse cuando, en 1991, 1992 y 1993 por fin tres grandes películas -El silencio de los corderos, Sin perdón y La lista de Schindler- se alzaron con la estatuilla que más importa. En los años siguientes, el esfuerzo por seguir escapando de la caverna reaganiana mantuvo su fuego sagrado y este año se mantuvo en ello, ganando entre bandazos algun rincón de la antigua solvencia perdida. Por ejemplo, que el año pasado cuatro de las cinco películas seleccionadas fueran ajenas a Hollywood y ganara El paciente inglés, en un saludable y bien merecido ejercicio de autoflagelación del mismísimo culo de la envilecida Academia, lo pone de manifiesto. El año pasado Hollywood se castigó a sí mismo y este año le urgía un chute de anestesia.

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Pero si digo que la recuperación de la credibilidad del tío Oscar avanza últimamente entre bandazos es porque aunque este año el contundente triunfo de Titanic es más que merecido, puesto que sus cuatro competidoras están muy por debajo de alcanzar lo que en ella el cine moderno alcanza, la cuestión habría cambiado de signo si a Titanic le hubiesen elegido como gran competidora a Desmontando a Harry, que es (y con mucho) la más inteligente, divertida, viva y honda película hecha el año pasado, dentro y fuera de Estados Unidos.El entierro académico de esta obra de Allen tiene tufo, apesta a indecente, porque se percibe desde lejos que es algo podrido considerar como mejor guión original al balbuciente y torpe de El indomable (en realidad, infumable) Will Hunting, a costa del más refinado, audaz y complejo trabajo de escritura de cuantos ha emprendido Woody Allen, que no hace falta redescubrir como uno de los más hábiles, más ocurrentes y cada véz más rigurosos escritores de películas que existen.

Y, de paso, dejar irse de vacío al primoroso, formalmente perfecto, guión adaptado de Mejor... imposible y premiar a la (por otros motivos) estupenda L A. Confidential precisamente en lo que peor (con mucho) tiene dentro, que es su guión -en la media hora final una claudicante, oportunista y cobarde componenda endulzadora de la novela-, parece de broma. Pero por injusto que sea lo que enuncia esta broma, es calderilla comparada con premiar contra Allen el guión de Will Hunting, decisión académica que sólo puede interpretarse como el disparate colectivo de una panda de redomados incompetentes o -cosa mucho más probable- una listísima y cínica golfada discriminatoria,perfectamente calculada y de auténtico escándalo, contra un gran cineasta neoyorquino que ignora a Hollywood, cosa que los papanatas y los mercenarios de éste no le perdonan.

Hay -ciertamente, no demasiadas para lo que es costumbre en este aldeano festejo de Hollywood a su dorado ombligo- otras egregias hollymemeces que coleccionar. Por ejemplo, considerar mejor actor secundario a Robin Williams, un listo y brillante almacén de ternuras, sonrisas y muecas, magníficamente radiografiado por Allen en Desmontando a Harry, donde es atrapado fuera de foco y así, sin vérsele, consigue el mejor cine que ha hecho en su vida, no sería demasiado grave si su falsaria y hueca composición en El infumable Will Hunting no hubiera echado a la calle al magnífico Greg Kinnear, que en Mejor... imposible logra la hazaña de resistir, con una eminente réplica, a un Jack Nicholson en vena de comerse crudo a quien se le ponga por delante.

Lo que hace en esta admirable comedia Kinnear alcanza tan abrumadora superioridad sobre la pompa de jabón solemne de Robin Williams en Will Hunting, que se malhuele el sudor del bochorno de los autores de esta, siempre penúltima, hollymemez.

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