Todos eran muy altos
La gran alegría de la noche fue el Oscar de Kim Basinger, en una ceremonia en la que Leonardo DiCaprio no apareció
ENVIADA ESPECIALNo es que le dé hambre perder: le da hambre participar. Un sonriente y casi aliviado Montxo Armendáriz se avalanzó sobre mi filete en Le Döme, poco después de que Imanol Uribe confesara que había coincidido en el baño con Matt Dillon (sin mirar hacia donde ustedes saben, que uno es muy hombre y muy vasco), y de que María Barranco resumiera la ceremonia con una de las mejores frases que se han pronunciado en Hollywood desde que Mae West dijo aquello de ser mala. "Todos eran muy altos", sentenció. Es decir, titánicos.
Como estaba previsto, los miembros de la Academia realizaron un ejercicio de onanismo y, al mismo tiempo, una compensación que les sale relativamente barata. Dado que James Cameron renunció a gran parte de su sueldo y a su porcentaje sobre Titanic para que los productores siguieran ampliando el presupuesto de la película, sería premiado para compensarle en especias y no soltando un duro, que es lo que aquí cuesta más. De toda la ceremonia lo más fantástico lo puso el pasado, ese cuadro de veteranos que reunió a muchos de los premiados en los últimos 70 años y que nos hizo descubrir, por ejemplo (y ya es desgracia), que Teresa Wright ha envejecido peor que la bobalicona Jennifer Jones. Y que Charlton Heston, que ganó su Oscar por hacer de pedazo de madera en Ben Hur, siempre sale sentado. Juan Luis Cebrián y Teresa Aranda, que estuvieron muy cerca, confirmaron a esta inmunda gacetillera que, efectivamente, casi no puede andar. Me olvidaba de comentar lo bien que está todavía Celeste Holm, aquella -magnífica mejor amiga de Margo Channing, en Eva al desnudo. Cómo palidecía, cerca de ella, Holly Hunter, que en las entrevistas de la entrada no dejó hablar nunca a su marido, lanzándose ella al monólogo como en la escena del taxi de Al filo de la noticia.
En algún momento de la ceremonia, Gil Cates, productor de la misma, imprimió ritmo a todo el mundo, y ésta ha resultado ser la edición más a toda máquina de los últimos años. Se pasaron. Una cosa es que Billy Crystal, que estuvo como siempre ocurrente, dejara la mitad de sus chistes en la cuneta y otra que Jack Lemmon y Walter Matthau (tenían cierto aire de cabreo) se limitaran a abrir los sobres y leer los nombres. La verdad es que yo casi no lo noté embebida como estaba contando reproducciones de la Joya del mar que llevaban todas las participantes en la película titánica de la noche. Me olvidé, de fijarme en la garganta de Kathy Bates. Porque es mujer de la que siempre te fijas en otras cosas.
Si se fijaron, había también muy pocas rubias y ello es debido a que este año se lleva más el tono caldero. Bridget Fonda iba de pelirroja oscura, más o menos en el mismo tono que Meg Ryan. Arribas muy bien escoltadas, por cierto; la primera por su padre, Peter Fonda, otro que sucumbió a las agitadas aguas que presidieron la ceremonia, y la segunda por su marido, el guapo y misterioso Dennis Quaid, que se pone guapísimo entre dos desintoxicaciones. Y Mira Sorvino, definitivamente, ya es sólo pelirroja y no va escoltada por Tarantino, lo que es una mejora indudable. La más rubia fue Drew Barrymore, que llevaba purpurina en los ojos y el cuerpo y margaritas naturales en el pelo, detalle este último que a una de las locutoras de TV que recibían al personal en la puerta casi la dejó sin palabras. No son dados a la improvisación. Y el que mejor les tomó el pelo fue mi Jeremy Irons. Dijo que le volvía loco asistir a la ceremonia: "Siempre me excita ver a Madonna". Por su parte, Madonna ya no es rubia y prácticamente ya no es Madonna. Cualquiera que observara la musculatura de sus brazos sabría que está haciendo cola para el casting de la nueva versión de Conan, el bárbaro.
No me digan que Antonio Banderas no está guapísimo con ese pelo que lleva. Y muy suelto presentando a Bill Conti, que con su orquesta interpretó las bandas sonoras. Antonio se trajo a su Melanie a la fiesta de Le Döme, que por una de esas cosas raras de la vida resultó mucho más animada después de haber perdido que antes de ignorar si íbamos a ganar o no. Melanie estuvo muy discreta y en segundo término y Antonio verdaderamente simpático y entrañable como siempre. Y generoso.
Esto de los oscars es lo de siempre. Si ganas, maravilloso, y, si pierdes te empiezas a acordar de las tremendas injusticias que han cometido a lo largo del tiempo. Las dos más evidentes, por omisión, las tuvimos anoche delante. Es una afrenta para la Academia que Stanley Donen, a lo largo de su magnífica carrera, no haya recibido más que el Oscar honorario del lunes, que es la compensación de los agraviados. Ni Cantando bajo la lluvia ni Dos en la carretera, ni Indiscreta merecieron en su día los votos de los cineastas de Hollywood. En cuanto a Martin Scorsese, que le entregó la estatuilla con la que Donen bailó un delicioso Cheek to cheek, ha sido propuesto tres veces sin obtener premio alguno. No hace falta ser Rappel para asegurar que dentro de 50 años los cinéfilos seguiremos recordándoles, mientras muchos de los premiados del lunes dormirán el justo sueño que merecen.
La única gran alegría de la noche fue ver que Kim Basinger se hacía con el premio a la mejor actriz de reparto (no me atrevo a llamarla secundaria, con ese cuerpazo). La alegría de Alec Baldwin, su marido, parecía genuina. Este hombre parece que es tan buena persona como actor mediocre con fama de gafe. Parece que ahora se va a dedicar a la política, así que es posible que finalmente Estados Unidos se hunda. Volviendo a Donen, daba vergüenza cómo, a la entrada, tenía que declamar los títulos de sus películas porque los intrépidos locutores/as sencillamente desconocían su filmografía. "¿Por qué ya no está de moda el musical?", se atrevieron a preguntarle. Y él tuvo que repetir la obviedad: que ya no hay talentos y que ya no hay dinero. Para musicales, claro. En naufragios, gastamos lo que haga falta.
Como vieron, Leonardo DiCaprio no apareció. Porque es lo que yo digo. ¿Para qué venir, ponerte tenso y quedar en evidencia? A decir verdad, su interpretación en Titanic es igual de buena que la de Jack Nicholson, que ya tenía estatuilla. La verdad es que no se le echó mucho en falta, salvo las irritadas fans de la puerta. Yo creo que estuvo muy bien representado por Matt Damon, que es como él pero sin granos, y que se hizo con su colega Ben Affleck con el Oscar al mejor guión original, acallando los rumores de que en realidad se lo habían comprado a una desconocida.
L. A. Confidential y Full Monty fueron las grandes perdedoras de la noche, así como Desmontando a Harry, de Woody Allen, que gracias a Dios pierde siempre. 0 casi.
La fiesta de Le Döme terminó a las del alba aunque los primeros en retirarse fueron los miembros del equipo de Secretos del corazón. Incluidas las actrices Silvia Munt y Vicky Peña, que no sé por qué me huelo que desarrollaron todas sus argucias para sentarse en platea en vez de ir a las localidades de arriba, tal como estaba previsto, y finalmente se consiguió. Y es que, la verdad, para una vez que te vistes así, por lo menos que te pongan cerca, por si te toca subir al escenario.
Lo mejor de la noche, insisto, la modestia de Montxo Armendáriz, de Imanol Uribe y de Andrés Santana, director y productores de una película española, Secretos del corazón, que vale tanto como un Oscar, pero que tuvo que luchar sola, con cero ayuda, en esta selva encantadora y despiadada llamada Hollywood.
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