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LA SEGUNDA TRANSICIÓN CHILENA

El ex dictador deja un país dividido en su opinión sobre el régimen militar

El diario El Mercurio, el de mayor influencia de Chile, ha publicado una encuesta que muestra que el 69% de los consultados estima que el general Augusto Pinochet no debería ser senador vitalicio. El porcentaje llega al 76% cuando los consultados pertenecen al "estrato social bajo" y desciende al 55% cuando proceden del "estrato social alto". Chile es un país fracturado por lo que ha sido hasta hoy la ominipresencia de Pinochet.

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Como general golpista, jefe de la Junta de Gobierno, presidente de la República, comandante en jefe del Ejército y a partir de mañana senador de por vida, este caudillo de 82 años ha conseguido ser el principal punto de referencia de Chile durante los últimos 25 años. Su figura despierta grandes odios y grandes pasiones.Es un hecho incuestionable que la polémica que rodea la designación del primer senador vitalicio, no elegido, de la historia de Chile, tiene a las fuerzas políticas como principal protagonista. Las movilizaciones de rechazo que se producen estos días en Santiago y en Valparaíso han conseguido reunir, a lo sumo, a unos pocos miles de personas. Pero no es menos cierto que un amplio sector de la población que no se manifiesta en público, tiene formado un criterio sobre la conversión del general en parlamentario. "Para qué protestar en la calle, si Pinochet va ser de todos modos senador", se pregunta un estudiante quinto curso de Medicina.

Chile mostró por primera vez la división en torno a la figura de Pinochet cuando el país fue consultado en el plebiscito de 1988 sobre la continuidad del dictador. El 57,8% de los chilenos votó no, pero hubo un 42,1% que expresó su voluntad de que Pinochet mantuviera las riendas de la nación. En las elecciones de 1990, los partidos democráticos agrupados en la llamada Concertación obtuvieron la victoria, pero la derecha defensora de la obra suya consiguió un 41,3%. En la siguiente consulta, en 1993, se repitió el resultado.

La obra de Pinochet tiene, para sus defensores, una palabra mágica: el modelo. Más concretamente, el modelo económico chileno. Presentado por los organismos financieros internacionales, empresarios y partidos de la derecha como un ejemplo a seguir en América Latina, el modelo dio ciertamente resultados macroeconómicos envidiables: estabilidad, índices de crecimiento del 6,5% en más de una década y un alto nivel de inversión extranjera.

Los antagonistas recuerdan que el modelo contiene otra cara menos presentable. La desigualdad social ha aumentado y Chile tiene junto con Brasil la peor distribución de la riqueza de América del Sur.

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Un amplio sector del espectro político, que incluye a defensores y detractores de su obra sostienen que la transición llega a su fin con la retirada del único capitán general chileno. Pero al no desaparecer de la escena pública, es altamente dudoso que Chile esté en condiciones de superar la terrible fractura que comenzó aquella mañana del 11 de septiembre de 1973.

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