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Proyectos

Enrique Gil Calvo

De la catarata de balances sobre los dos primeros años de Aznar en la presidencia del Gobierno, sumariamente formulados durante la semana pasada, cabe citar esta perla proferida por su antecesor en el cargo: "No tiene un proyecto de España, incluso cuando le salen las cuentas". El señor González parece creerse un experto en materia de proyectos, ya que tanto usó y abusó del término cuando ejercía el poder. Y es posible que algún derecho le asista para ello, pues no en balde está designado por la Internacional Socialista para definir la identidad del proyecto socialdemócrata en el siglo XXI.No obstante, cabe recordar que la voz "proyecto" se refiere a los planes para innovar o, al menos, reformar algo en el futuro y no, desde luego, al designio de conservar las conquistas del pasado, por muchas que sean las del Estado de bienestar. ¿Cuál es hoy el proyecto socialdemócrata? Al parecer, Tony Blair se dispone a disputarle al señor González el liderazgo ideológico de la Internacional Socialista, ofreciéndose a diseñar el nuevo programa de la izquierda del futuro, escorado por supuesto hacia el social-liberalismo (Informe Semanal de Política Exterior, número 114, 2-3-1998, p. 5). Y para ello el flamante premier británico cuenta con la inestimable ayuda del que pasa por ser el primer sociólogo europeo: Anthony Giddens. Así que, antes de acusar al señor Aznar de falta de proyecto, el señor González debiera tentarse la ropa auscultando la proyección de futuro del suyo propio.

Por lo demás, no es seguro en absoluto que el señor Aznar carezca de proyecto. ¿O es que acaso su anunciada reforma fiscal no encierra todo un programa político? Al llegar al poder, el señor González afirmó equivocadamente que las Fuerzas Armadas eran la columna vertebral del Estado: de ahí su error con los GAL. Pues bien, al llegar al poder, el inspector tributario Aznar ha comprendido que la fiscalidad es el corazón del Estado: su razón de ser, como fuente de alimentación, y su auténtico motor, como principal instrumento político.

En efecto, la sociología histórica ha probado, al investigar la génesis del Estado moderno, que las bases fiscales constituyen los auténticos cimientos sobre los que se asentó la construcción burocrática de la Razón de Estado. Y los análisis de políticas públicas han demostrado que la política fiscal es el más eficaz agente de cambio social inducido desde el poder. Sobre todo, en estos tiempos de integración europea, donde la exigencia de estabilidad monetaria convierte a la fiscalidad en la única variable macroeconómica susceptible de intervención pública. Y esto ya sea para redistribuir la renta al modo socialdemócrata o para estimular el ahorro y la inversión al estilo neoliberal. Hoy sólo se puede hacer política jugando con los incentivos fiscales, única palanca de mando a la disposición del gobernante. En consecuencia, la fiscalidad ocupa hoy el primer rango de la agenda electoral.

Por eso adquiere una importancia tan estratégica la reforma fiscal que se propone acometer Aznar: ése es su verdadero proyecto, por mucho que González finja ignorarlo. Y es que la fiscalidad se ha erigido en una de las dos arenas de debate político (la otra es la comunicación) que van a definir el siglo XXI. De ahí el grave conflicto planteado por la sentencia del Supremo que anula la corresponsabilidad fiscal vizcaína, pues el Estado de las Autonomías se vacía de contenido político si se reduce a mera descentralización recaudatoria. Y de ahí, también, el extraordinario interés que tiene la propuesta de CiU (avanzada el miércoles pasado por los señores Molins y Homs) por la que se solicita reducir la cotización empresarial y, a la vez, incrementar el impuesto de sociedades como fórmula de crea ción de empleo.

En suma, Aznar sí que tiene un proyecto y, si la oposición no lo impide, acabará por realizarlo. Asi que más le valdría al señor Almunia ponerse a estudiar seriamente la reforma fiscal que proyecta el Gobierno a fin de poder formular con algún rigor alternativas creíbles. El debate sigue abierto y habrá que volver a él de nuevo.

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