Quizá no tanto
Christopher Fry fue un autor (vive retirado: n. 1907) enormemente estimado por su verso fácil y elegante, su filosofía de un cristianismo bondadoso (es cuáquero) y una cierta penetración alegre en los misterios de la vida. No se le "ocurrían muchas cosas, pero las escribía bien, en un inglés elegante y con una ironía finísima. Lo que no se le ocurría lo tomaba de otros: no sólo en sus traducciones, que se hicieron famosas, sino en sus nuevas versiones de temas famosos. Esta obra, quizá la primera de las suyas, se basó en Petronio: en su apólogo de la viuda de Éfeso. En El árbitro de la elegancia todo tomaba un carácter divertido picante, a la manera de la pequeña Roma: la viuda que ha decidido encerrarse hasta la muerte con el cadáver de su marido, pero que se prenda de un soldado. Y hasta presta el cadáver de su marido para intercambiarlo con el que estaba guardando el soldado, y que ha sido robado.Todo eso pasa, y ya se sabe quién es el fénix: el marido que renace de sus cenizas para ser útil al amor. O el amor, que nunca muere: nace de las cenizas de otro. No creo que sea demasiado frecuente la transmigración del amor: siempre es poca. Un Fry de casi cuarenta años escribió con la fabulilla lo que se llamaba un jeu d'esprit, cuando el francés todavía era útil: ingenioso, divertido, gracioso de palabra: cuando se está bien ubicado en el salón del Bellas Artes y llegan enteras todas las palabras que en el escenario pronuncian los tres actores -viuda, ama, soldado-, que interpretan Blanca Portillo, Ana Frau y Andoni Gracia con una buena costumbre que nace de la dirección de Gaspar Cano: que no griten, que no hagan aspavientos. Lo requiere así el lenguaje y su finura, y la manera de explicar la larga transición de la viuda. Mientras actúen en esta sala, que es más grande y menos sonora que las que se dedican a las obras de cámara como es ésta, tendrán que perder un poco de calidad artística para ganar sonoridad. Es imprescindible que todo el juego mental que supone el sexo sobre la tumba, el triunfo de la vida sobre la muerte, la transmigración del amor, el rescate mental de un cadáver que hará mejor papel representando el de otro que pudriéndose en la húmeda tumba, se escuche bien.
Un fénix demasiado frecuente
De Cristopher Fry (1946), versión de Juan Antonio Martínez Luciano. Intérpretes: Blanca Portíllo, Ana Frau, Andoni Gracia. Dirección: Gaspar Cano. Teatro del Círculo de Bellas Artes. Madrid.
Había poco público -el jueves- y es injusto: merece más atención la pieza de un autor que llegó a ser la alternativa de Elliot, y la calidad de la fábula. Los actores tardaron en salir a saludar, después de terminada la obra, porque no debieron parecerles bastante sonoros los aplausos. Lo fueron: pero es que eran pocas las personas que se reunieron y demostraron su agrado.
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