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El acoso de la feminista besucona

Vicente Molina Foix

Cómo me gustaría que esta columna les resultara sexy además de instructiva. Despertar en ustedes sensaciones potentes y turbadoras por medio de lo que escribo. Aun a riesgo de que la mezcla de sexo e información les pareciera sensacional. Pero "acusar a un periodista de sensacionalismo es en la práctica el equivalente de acusar a un profesor de sexualizar su enseñanza", nos dice Jane Gallop, quien sostiene a continuación que "conocimiento y placer, sexo y pensamiento se combinan y resaltan mutuamente". ¿Y quién es Jane Gallop?El 19 de abril de 1991 dos alumnas posgraduadas denunciaron ante los responsables de la Universidad de Wisconsin en Milwaukee a su catedrática de Literatura Comparada por acoso sexual, y el caso, canalizado a través de los estrictos cauces académicos de control moral, estalló como un escándalo en 1992, jaleado por la prensa local y estudiantil. La acusada era Jane Gallop, una de las teóricas más radicales del feminismo norteamericano en su vertiente antipuritarta y políticamente incorrecta, es decir, defensora, al lado de las Camille Paglia, Judith Butler o Eve Kosofsky Sedwick, de una estrategia en la lucha contra los lenguajes del sexismo que no restringe los alardes del deseo ni piensa que cualquier iniciativa sexual objetualiza a la mujer. Autora de estimulantes trabajos de exploración de las lábiles fronteras amorosas que separan al pedagogo del pederasta (y al analista del paciente en su obra La seducción de la hija), Gallop había declarado, en el calor de una Conferencia de Estudios Gay y Lesbianos, que "los estudiantes graduados son mi preferencia sexual", y en una fiesta posterior a los seminarios besó en la boca al despedirse a su alumna predilecta, quien un año más tarde, quejosa de las malas notas y las críticas que la tutora hacía de su trabajo, fue una de las denunciantes. A Gallop la juzgaron inocente de la acusación de vengarse de esas dos alumnas que, sostenían ellas, no habían querido dejarse seducir por la profesora, y pocas dudas quedan de la rectitud absoluta de la acusada leyendo el libro en el que ahora la catedrática resume y saca conclusiones de aquel episodio de pesadilla, Feminista acusada de acoso sexual (Duke University Press). Con todo, su universidad le hizo a Gallop una reprimenda que escapa al marco estricto de las denuncias y más bien incide en el principio hoy aterradoramente vigente en los campus americanos de que profesores y alumnos no han de sostener relaciones cariñosas de ningún tipo, ni siquiera con mutuo consenso.

Quien ha puesto su culo alguna vez en un pupitre (lo que equivale a todo el género humano occidental) sabe que la enseñanza es un arte de la seducción, y que el mejor maestro es aquél o aquélla que -como el actor que sale a escena- más persuasivo y atractivo, más sexy en suma nos resulta en la comunicación de un saber que en su caso -al contrario que en el del actor- no lleva necesariamente memorizado, sino que es el fruto de un improvisado gesto de creación. Fuera del jardín de infancia el parvulario, es decir, si hablamos de adultos que consienten, nada tan fértil -lo sabíamos desde la antigua Grecia, pero tuvo que meterse por medio el cristianismo- como una erotización de las enseñanzas que transforme el proceso de transmisión y aprendizaje en una doble vía de posesión amorosa. Orgías pedagógicas en las que el aprendiz seducido, lejos de ser un juguete inerme en las manos del seductor enseñante, use sus propias armas de poder físico y mental en el mantenimiento de un equilibrio entre fogosidad y admiración, misterio y voluntad de llegar hasta los más sensacionales límites del deseo de saber.

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