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Cada vez peor

Decir que las cosas van mal no es refugiarse en una especie de narcisismo catastrofista sino el punto de partida para que puedan ir mejor un día. Lo grueso de los epítetos después de cada atentado y la sensación de identidad con los directamente afectados -elemental pero quizá demasiado superficialmente "hermanista"- no van a concluir, por sí mismos, con el terrorismo. Cada vez media menor distancia temporal entre una muestra de barbarie y las muestras de frivolidad e irresponsabilidad de la clase política. Cada vez los testimonios de incapacidad para la unión en tomo a la defensa de algo tan obvio como es el derecho a la vida resultan más estruendosos. Y cada vez es más patente la sensación de que todo el escenario de la política española está movido por los hilos invisibles de esa ínfima minoría que tiene calculada al milímetro la espiral de acción-reacción-acción. Es plenamente aceptable que existan dos estrategias democráticas para acabar con ETA. Ambas tienen su fundamento objetivo y pueden resultar complementarias. Mayor ha parecido hasta ahora fiar de la acción policial y de la ayuda francesa, predicar la unidad de los demócratas, practicar la serenidad y desconfiar de cualquier iniciativa del entomo de ETA. El PNV desea desgajar de HB aquellos sectores que sean capaces de abominar de la barbarie prometiendo alcanzar por vías legales aquello que no es conquistable ni siquiera por las violentas y mostrando una rigurosa preocupación por el respeto a los derechos de la persona. Pero uno y otro se han lanzado a un rigodón de crisis sucesivamente aplacadas y radicalizadas, que les convierte en marionetas de terceros y contradice sus propios programas de fondo, por respetables que sean.No tiene presentación la actuación de la Policía Nacional para proteger a los cargos del PP en el País Vasco sin advertencia previa al Gobierno de esta comunidad autónoma. Al margen de los riesgos objetivos, un decisión como esa afecta en dos puntos cruciales a lo que hasta ahora podíamos considerar que era la política de Mayor. Resulta tan previsible como una fórmula matemática que esa decisión iba a provocar la desunión de los demócratas, pero, además, con ella se testimonia -como con la protección privada mediante cuestación pública- un nerviosismo frente a la amenaza terrorista que tiene su lógica pero que debiera ser superado por quien tiene que ejercer como gobernante. Los concejales del PP merecen toda la solidaridad, pero sobre su temor (o en desordenado y confuso deseo de protegerlos) no puede edificarse ninguna política duradera. Lo que sucede es tan contradictorio con lo que hasta ahora ha representado Mayor que da la sensación de que alguien se lo ha impuesto.

El PNV tiene derecho a argumentar en contra de la política penitenciaria del Gobierno central; incluso, más allá de sus competencias, puede reclamar el consenso sobre esta materia. Lo que es por completo contradictorio con cualquier política de lucha contra el terrorismo es acudir a instancias europeas reclamando una posible violación de los derechos humanos por esa razón. La posición del PNV siempre se ha basado en la afirmación de que la línea de demarcación es la marcada por el empleo o no de la violencia. Con esta decisión, sin embargo, el PNV parece asimilarse al lenguaje de HB, que no es más nacionalista que el suyo sino que parte de un juicio por completo erróneo de la actual situación política, como si existiera todavía la dictadura franquista.

Los dos comportamientos son tan irresponsables como debieran resultar irrepetibles. Testimonian que hay poca serenidad y poca seriedad al tratar de una cuestión decisiva por parte de dos sectores claves de la vida española. Es posible que las cosas cambien porque hubo un día que Aznar se comportó como debía después de un atentado y Ardanza supo hacer muy bien la autocrítica de los políticos. Pero en estos días, el único que ha estado donde debía ha sido Joaquín Almunia, más que su partido. Mentar el pasado propio en esta materia es un error completo, y pedir la concordia de todos un acierto absoluto.

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