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48º FESTIVAL DE BERLÍN

Silencio nada elocuente

Si en Las maletas perdidas alguien describe a un superviviente del Holocausto como "un hombre que huye silenciosamente en busca de sí mismo", algo parecido les ocurre a las dos chicas de la película rusa El país del silencio, con la diferencia de que éstas huyen metiendo todo el ruido que quieren porque de lo que escapan es de una mafia, así como suena, de sordomudos.Y si el Holocausto, según dice Krabbé, está instalado en la conciencia de Europa, lo que parece instalarse en la conciencia del cine ruso es Hollywood, que tiene también algo de holocausto, con minúscula, para el antaño vigoroso cine soviético, que hoy parece haber perdido la identidad por completo.

El país del silencio es un thriller bastante retorcido e impotente, que quiere redimirse con un poquito de crimen mezclado con unas gotas de cursilería, combinación que no funciona porque a los cineastas rusos siempre les fue mejor metidos en trigales que en puticlubs. Y si en Venecia, hace cinco meses, la estupenda película de Pavel Chujrai El ladrón nos esperanzó en que el cine ruso comenzaba a ponerse a la gloriosa altura de su pasado soviético, El país del silencio echa a rodar por los suelos esta esperanza, porque Valeri Todorovski, su director, pretende armar la bronca con un bocadillo entre modernez y lirismo sin otra cosa que el vacío puro y duro dentro.

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Jeroen Krabbé explora con emoción las huellas de la permanencia del holocausto en Europa

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