Imperios caducos
¿Se convertirá el Papa al comunismo? Algunos ultras creen que ya ha sucedido. Siempre se es el rojo de alguien: Aznar se lo parece a la OCDE, que le reprocha los salarios españoles altos; el despido, caro; la medicina social, excesiva, y las pensiones, dicen, "generosas" (hay quienes mueren de pensión después de una vida de trabajo: de cuando el trabajo no era enteramente despreciable, como ahora). Son confirmaciones de una razón antigua: no había que entrar en la Comunidad. Ni acercarse. Nos matan las vacas, nos cierran las minas, los roban el aceite. Aznar, el hombre, trata de hacer lo que le mandan los jefes de la comunidad y los de aquí: se puede hacer mejorando la policía y la guardia civil, y la policía vasca y la catalana: todas serán pocas. Veo imágenes terribles de Bangkok: les bajaron los sueldos. Imágenes de aquí: la represión en las minas.¿Se convertirá hoy Fidel Castro al catolicismo? Hay posibilidades. Lo fue, y no sólo de niño: ya de barbudo en la sierra. Y si ahora hay otro barbudo en la plaza de la Revolución es porque algo antiguo se remueve. El fracaso más serio del comunismo no lo veo en las hambres y las miserias, que se pueden achacar a los efectos de la guerra -el "cordón sanitario" contra la vieja Rusia; el bloqueo contra la ya vieja Cuba-, sino en la reaparición de las religiones. No pudieron convencer: no pudieron con el opio del pueblo, no explicaron bien el materialismo histórico. Quizá si hubieran dado de comer... El hambre produce religión: ya los palestinos de entonces la tuvieron; les quitaban el pan los romanos y los mosaicos, y veían resucitar muertos, y sanar leprosos. Sobre todo, veían multiplicarse panes, peces, odres de vino: como en las películas de Chaplin.
Aquí están, cariñosos y afables, los representantes de dos imperios caducos: el catolicismo, el comunismo. Los dos ancianitos se comprenden: quizá, como hacemos los viejos cuando nos encontramos, charlen a solas de sus achaques, de sus debilidades. La muerte les va rondando. Quizá los dos sepan que representan el porvenir de una ilusión, como decía Freud; o de dos ilusiones. Claro que yo prefiero a Castro: por lo menos, su reino quiso ser de este mundo. No prometía a los suyos, la vida de ultratumba, demasiado lejana. "¡Cuán largo me lo fiáis!", decía nuestro ateo Don Juan (Tirso). Lenin se la prometió en esta tierra: y, ya se ve, no comen. No debe haber más religión que ésa: comer, dormir, amar, vivir.
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