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La sombra de la revolución es alargada

Francesc Valls

La llegada de Juan Pablo II a Cuba tuvo ayer un tratamiento de lujo en TVE, una hora y media después del telediario: desde las 21.45 hasta las 23.15 horas. Lo que es explicable. El propio portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls, afirmaba que la publicidad contratada por las cadenas norteamericanas con motivo de la visita papal tiene un monto superior a la de los intermedios de la Guerra del Golfo. El morbo de las manos unidas de Fidel Castro y Karol Wojtyla es superior al de los bombardeos en directo de Bagdad.Consciente de todo ello, TVE no tiene uno, sino 53 hombres en La Habana. Aunque ayer, en la ceremonia de llegada, las imágenes estaban centralizadas por la televisión cubana y por tanto la cadena española no pudo mostrar sus habilidades periodísticas.

El jefe de informativos de TVE, Ernesto Sáenz de Buruaga, estuvo acompañado en los comentarios por Joaquín Luis Ortega, director de la Biblioteca de Autores Cristianos y ex portavoz de la Conferencia Episcopal Española, y Ángel Gómez Fuentes, corresponsal de TVE en Roma. Ambos son buenos conocedores de los entresijos vaticanos y supusieron un buen recurso para una espera que se preveía mucho más temible. El dúo de comentaristas, logró poner en un segundo plano las audaces entrevistas al público entusiasta, que acostumbran a desembocar en herejías arrianas: es decir, en un lío tremendo entre el Papa y Cristo y las naturalezas.

Algo de confusión sí hubo entre los comentaristas. Por ejemplo, fue difícil saber si a las masas las había sacado a la calle la devoción cristiana, las consignas del Partido Comunista Cubano o el hecho -muy familiar en épocas pasadas en España- de que el Gobierno diera media jornada festiva, desde mediodía. Mientras que Ángel Gómez Fuentes destacaba que la presencia en las calles mostraría la fuerza movilizadora del PCC, Sáenz de Buruaga subrayaba que eso no le hacía falta al pueblo cubano, que atesora una gran fe.

Joaquín Luis Ortega, con inteligente distancia eclesial, se permitía incluso algunas bromas: afirmaba que el deterioro del Papa quizá aconsejaría en un futuro próximo -tal como él mismo ha reconocido- que se desplazara en "una sede con ruedas". Así pues, mientras en el hotel Habana Libre los comentaristas intentaban buenamente luchar contra la vulgaridad, las conexiones con los hombres y mujeres de TVE dispuestos a lo largo de la ruta del papamóvil no dejaban de ser por esperadas menos temibles. Alejandro Heras Lobato, desde la plaza de la Revolución, contribuía a la ingrata tarea del relleno. Eso le obligó a convertirse en un improvisado narrador de la meteorología y de las virtudes que presta la alargada sombra del monumento a José Martí a quienes huyen del sol del trópico. Definitivamente, la sombra de la revolución es alargada.

Llegaron los discursos en el aeropuerto. Y donde acabó uno empezó otro. Si para Karol Wojtyla con Colón llegó la evangelización, para Castro llegaron los abusos. La disonancia fue total. Pero los comentaristas de Televisión Española hallaron la síntesis perfecta: "Mientras el Papa habla desde la credibilidad, Castro lo hace desde la demagogia". Un diagnóstico arriesgado para la labor de un pontífice que se ha paseado por el Chile de Pinochet y por la Indonesia de Suharto. Es pronto para saber si pedirá la aministía en Cuba, pero con los precedentes anteriores no es muy probable que lo haga. Está bien que se diga desde una televisión pública que Castro es un demagogo, pero también que alguna voz crítica se levante a la hora de enjuiciar un viaje papal.

En Cuba la sombra de la revolución es alargada, pero, a juzgar por lo oído, lo es mucho más la del Vaticano.

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