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Retrato de poeta en 1934

Moreno, joven, hasta la exageración -tenía 32 años cuando se tomó la foto-, impecable de atuendo, chaqueta azul y pantalón blanco, las manos elegantemente cruzadas y la pierna izquierda apoyada sin estridencias sobre la rodilla derecha sentado sobre un amarre -un bolardo-, mira a la cámara con, vago aire suficiente mientras una tenue sonrisa parece germinar en su rostro. La perfecta composición de la imagen era, en el momento de la instantánea, la inspiración máxima de este gentleman que se llamaba Luis Cernuda, a quien la cámara del pintor José Caballero retrató en el puerto de Huelva en el verano de 1934 -quizás en agosto-, adonde había llegado con las Misiones Pedagógicas, aquella ejemplar empresa de difusión de la cultura que acometió la República con los medios de entonces; a los Gobiernos de la monarquía no se les había ocurrido nada similar.Ya por entonces, en el Madrid invernal, usaba Cernuda monóculo y abrigaba sus manos con guantes amarillos, Había hecho de la elegancia su norma vital. Jugaba al dandismo, él, que era en aquellos momentos el más subversivo de los poetas españoles, capaz de asumir en sus poemas de manera franca, sin eufemismos, su condición homosexual y vincularla a nítidas posiciones revolucionarias. El dandismo era en él, como en Baudelaire, una declaración de guerra a la burguesía, una actitud irónica, o sarcástica, con la que poner en la picota las grandes verdades oficiales. El dandismo expresa una perfección iconoclasta, tan iconoclasta como la de sus impecables poemas, donde la fibra surrealista se sumaba al más delicado becquerianismo, al clasicismo más profundo. El dandismo es una forma del desprecio, y este dandi despreciaba a la sociedad que lo despreciaba a él. Solitario, se defendía de la crueldad y el desamor: "La soledad poblé de seres a mi imagen como un dios aburrido", dijo en un poema de este periodo.

Estos versos pertenecen a uno de sus libros más turbadores, Invocaciones, que primero se tituló Invocaciones a las gracias del mundo. Es el momento de su descenso -o su subida- al paganismo. Precisamente en Huelva cantaría la belleza juvenil en versos perdurables: "Te hubiera dado el mundo, / muchacho que surgiste / al caer de la luz por tu Conquero, / tras la colina ocre, / entre pinos antiguos de perenne alegría". Llegó hasta Cádiz en este viaje andaluz; no quiso -o a lo mejor no pudo- visitar su ciudad nativa, Sevilla, que tanto amaba, pero en la que había sufrido demasiado.

Con el tiempo, y luego de torpes silencios, obscenas acusaciones y pusilánimes cacareos críticos, el tan elegante caballero de la foto se ha convertido en uno de los grandes poetas de la lengua, y esta imagen suya, que se publica hoy por primera vez, que yo sepa, 63 años después de ser tomada (gracias a la cortesía de María Fernanda Thomas de Carranza), tiene algo de emblema, de representación simbólica profunda. Otras fotografias conocidas muestran al caballero en posición similar a la que aquí muestra, aunque con distintos atuendos. Ninguna de las fotos que de él se conocen lo sorprendió nunca a una luz radicalmente distinta de la que esta foto muestra, lejos siempre como estuvo el caballero de cualquier manifestación de indigenismo: mandíbulas carcajeantes, tercos abrazotes en la espalda, saludos garbanceros.

Los lectores de este caballero saben bien que esta imagen suya en el puerto de Huelva concuerda con sus versos, que no hay en ella nada que chirríe o desentone con su poesía: elegante, medida, pautada, donde la desolación y el asco nunca se invisten de grosería ni de falta de urbanidad. En sus últimos versos no se guardó el caballero de mostrar su desacuerdo con las "raras maneras" de sus paisanos. Un desacuerdo que relampaguea por la verdad de su obra, verdad ésta que fulge cada vez más fuerte, como la blanca luz andaluza que se enseñorea de esta foto.

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