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Estados Unidos inaugura en Kansas un museo dedicado a las leyendas del jazz

El género se enfrenta a la entrada del siglo XXI con muchos músicos y pocas ventas

, El rock tiene el flamante Hall of Fame de Cleveland, la música clásica tiene templos como la Scala de Milán o el Met de Nueva York. Incluso el blues tiene la cadena House of Blues, de Dan Aykroyd. El jazz americano, ya centenario, busca unificar la disparidad de sus referencias para entrar fuerte en el siglo XXI. En Kansas City, cuna de Charlie Parker, se quiere recuperar la capitalidad a través de un nuevo y polémico museo del jazz, mientras en Nueva York, escenario de una potente revitalización de los clubes, se celebró esta semana la mayor convención mundial del género.

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Una gran "jam session"

"El jazz es música de baile, hay que comunicar esa sensación", afirmó el miércoles el trompetista Wynton Marsalis en la convención anual de la Asociación Internacional de Educadores de Jazz (IAJE), una cita de profesores de jazz al que acudieron 7.000 especialistas de todo el mundo. En su clase magistral, Marsalis añadió, refiriéndose a los saxofonistas: "¡Tenéis que ser descarados al tocar jazz! ¡Hay que dar botes con el ritmo! No estáis botando lo suficiente. Sois demasiado educados".Y es que el jazz atraviesa un momento que Count Basie habría descrito como swinging: se está moviendo, hacia adelante, en todas direcciones, reviviendo en las escuelas, en los clubes de música en vivo... Desgraciadamente, eso es algo que no se refleja en las ventas.

Kansas City, Estado de Misuri. Ejemplo típico de centro urbano de EE UU arrasado por la pobreza y la emigración a los suburbios, insólita ciudad del Oeste en la que hay un barrio entero recreado a imagen y semejanza de Sevilla (Giralda incluida) en los años veinte, y en la que, también por entonces, empezaba a gestarse una escena jazzística de primera al margen de la prohibición, en torno a las míticas calles 18 y Vine.

Robert Altman dibujó hace poco. a Kanas City como ciudad fronteriza y corrupta en su película del mismo nombre. Pronto perdió la capitalidad del jazz a favor de Nueva Orleans, de mucho mayor tirón turístico pero devorada por el crimen, y a Nueva York, de cuya escena local hoy día acaba de decir Ben Ratliff en The New York Times que "ofrece más jazz en una noche dada que en cualquier otro momento de la pasada década". En Kansas City, tal oferta dista mucho de la realidad.

Un hogar permanente

El nuevo Museo del Jazz allí, que tiene 1.000 metros cuadrados, es el primer intento que sale adelante de dar un hogar permanente al género, pero se dice que el politiqueo municipal detrás de su génesis ha dado al traste con sus ambiciones y ha dejado en mediocre su diseño. El diario Kansas City Star explicaba que la ciudad "ha delegado culturalmente en las costas este y oeste, y nuestros logros padecen de un complejo de inferioridad. Por eso los turistas japoneses y europeos -amantes del jazz, con dinero- han ignorado el hogar de Count Basie y Charlie Parker en sus periplos. El nuevo museo debería cambiar esto".El museo está diseñado en torno a cuatro figuras principales: Louis Armstrong, Charlie Parker, Ella Fitzgerald y Duke Ellington. Incluye 8.000 piezas, entre fotografías, libros, discos y curiosidades tales como partituras, instrumentos (el saxo de Parker es la estrella de la exposición) y ropa de músicos. También ofrece un área para la investigación y para la audición de Jazz.

Como archivo, no compite ni de lejos con la colección de jazz de la cercana Universidad de Misuri ni con la de la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey. Y en cuanto un empresario con dinero se decida a llevar adelante un gran proyecto privado, el museo de Kansas City pasará al recuerdo. En Nueva York, por ejemplo, acaba de abrir sus puertas la Jazz Gallery, una sala que aspira a ser centro cultural del jazz y que de momento presenta una fabulosa colección de fotos de Thelonious Monk y sus colegas (en blanco y negro, por supuesto). El mérito del museo de Kansas City reside en ser el primero: incomprensiblemente, no había nada parecido en EE UU.

En el resto del país, el interés por el jazz, no como objeto de museo, sino como actividad palpitante, va en aumento. El prestigioso documentalista Ken Burns, famoso por sus obras épicas de la historia de EE UU a través del béisbol y la conquista del Oeste, entre otros, se centra ahora en el jazz como el siguiente gran pilar de la cultura nacional.

En Nueva York, donde sus variantes latinas crecen en productividad y popularidad, el jazz experimenta para sobrevivir un movimiento centrífugo de los grandes centros (Vanguard, Birdland, Sweet Basil, Iridium y Blue Note) para multiplicarse y esparcirse en pequeños espacios más accesibles, como Smalls. Clave en este resplandeciente panorama es la labor del antes mencionado Wynton Marsalis como director de los ciclos de jazz en el Lincoln Center, foro que hasta hace poco se asociaba a una solemnidad aparentemente incompatible con la música de baile que Marsalis reivindica con razón.

El Lincoln Center no sólo organiza grandes conciertos y homenajes, sino también exposiciones y ciclos de cine relacionado con el jazz. El 22 y 24 de este mes, Marsalis traerá de Cuba al bajista Cachaíto (el sobrino de Cachao), a los pianistas Marco Valdés y Frank Emilio y al timbalista Changuito, entre otros, para demostrar los nexos entre el jazz, el son y la rumba.

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