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Oda santa a Cecilia

Vicente Molina Foix

Esto no es mi quiniela de los Premios Goya del 97, entre otras cosas porque llevo un tiempo apartado del juego, no sea que gane y pierda fortuna en el amor. Nada gusta más, sin embargo, que la simulación de un juicio en el que nadie nos pide ser jurado: los británicos se gastan grandes sumas en apostar sobre cualquier albur, los espectadores colonizados del mundo entero pasan la noche en vela una vez al año para ver cómo sus colonos premian con estatuillas paganas la creencia en el mercado de esclavos audiovisuales, y aquí en España hemos llegado a hacer cábalas por escrito sobre quién ganaría un festival de Eurovisión.El prestigio popular de los Goya, que al principio pudieron parecer unos galardones miméticos y de lo más pintoresco, coincide con el consenso provocado por sus elecciones. Poca gente disputaría las nominaciones dadas a conocer la semana pasada, del mismo modo que hubo acuerdo en atribuir a una sabiduría salomónica el reparto del 96 entre Pilar Miró y Amenábar. La independencia de la Academia está fuera de duda, como demuestra este mismo año la total exclusión entre las nominadas de Niño Nadie, la película intempestiva pero nada desdeñable de su presidente Borau. Incluso en la terquedad antialmodovariana de nuestros cineastas podría verse un nexo de unión con la más ilustre de las academias, la sueca, famosa por su escamoteo anual del Nobel a Borges.

En el repaso de los nominados destacan, y no sólo por su cara bonita, los actores, en los seis apartados correspondientes. No sería humano ocultar discrepancias de aficionado sin derecho a voto: ver con razón en la lista el guión de Actrius pero no ver al espléndido elenco de actrices de la película de Ventura Pons, y sobre todo a Nuria Espert. 0 tampoco ver por ningún sitio a Karra Elejalde, que merece todos los premios del mundo al menos por sus interpretaciones en El dedo en la llaga y La pistola de mi hermano (por cierto, la sorpresa más desagradable para mí ha sido la terna de mejor dirección novel, donde faltan clamorosamente Ray Loriga y Manuel Lombardero por su espléndido debut de En brazos de la mujer madura, película que también tiene, a mi juicio, el mejor guión adaptado del año, obra magistral de Rafael Azcona). Pero yo quiero hablar de lo que nos une, no de separaciones fruto de un juicio.

Cualquiera de los 18 intérpretes elegidos sería, un goya indiscutible, tanto los chicos como las chicas, pero digámoslo sin rubor: este año las formidables, las inolvidables, las más emocionantes han sido ellas, fenómeno curiosamente habitual en este país famoso por la cuantía de sus machos y el arte de sus actrices. Dar dos premios sólo entre los seis monstruos preseleccionados como mejores actrices de reparto y revelación será un suplicio peor que el de Tántalo, aunque yo, naturalmente, tenga mis favoritas (y el recelo de no ver también nominada como actriz de reparto a Maribel Verdú por su precioso papel de Carreteras secundarias). Pero permítanme que les hable ahora de mi experiencia religiosa del año, sentida mientras veía la sobrevalorada Martín (Hache), obra de un gran director inclinado cada vez más a lo pomposo y sobre todo obra de sus actores.

¿Es venganza machista que a raíz del festival de San Sebastián y de su estreno se hablara tanto de Luppi, de Poncela, de Botto, magníficos los tres, pero menos de quien con su sola presencia transforma e ilumina la película? Cecilia Roth, nominada ahora justicieramente por la Academia, es una actriz argentina que vivió en España muchos años de su juventud y aquí protagonizó -"musa de la movida", dijo alguien- dos películas-fetiche de aquel tiempo, Arrebato y Laberinto de pasiones. Luego volvió, a Buenos Aires y no supimos de ella, aunque sabíamos que hacía teatro. Aristarain la devolvió con Un lugar en el mundo, pero los años, la savia del país y sin duda los escenarios le han dado a esta bella mujer y a su tierna y descarnada neurótica de Martín (Hache) lo que el espectador siempre busca: el cielo de las emociones que unos seres pagados por nosotros viven ante nosotros y haciendo de nosotros, sin dejar de ser ellos. En un año de diosas del cine, Cecilia es la más grande.

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