_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Amnesia en Kioto

Al Gore dedicó 15 páginas de su libro La Tierra en juego al cambio climático. Sus ideas, vertidas en un estilo divulgativo, coinciden con las de tantos científicos y con las de la mayor parte de los defensores del derredor. En ese libro queda patente, sin fisuras para la duda o la doble interpretación, la imperiosa necesidad de amortiguar el fétido aliento de las industrias, transportes y aparatos térmicos de aquel país. Es más, en 1993 el vicepresidente de Estados Unidos hizo una declaración en la que reconocía las dificultades para percibir los daños cuando se producen muy lenta y gradualmente, pero de inmediato adujo que eso no exime de la puesta en marcha de medidas correctoras. Incluso, en un alarde de coherencia, que muchos esperábamos ver reverdecer en Kioto, Al Gore escribió que un principio debía guiar su política en cuanto a la reducción de los gases que favorecen el efecto invernadero: ¡el de la responsabilidad nacional! "Nada puede hacerse si cada país no adquiere un compromiso fuerte para cambiar su propia política". "¿Podrá Estados Unidos mostrar ese compromiso?". "Podemos". Se preguntaba y respondía el señor Gore.A lo que podría añadirse que su país está mejor situado que nadie, desde el momento en que es tan alta su participación en el progresivo calentamiento de la atmósfera que hasta parece estúpido no reducirla muy por encima del miserable 2% anunciado a última hora. Además, cuentan con las más avanzadas tecnologías para ayudar al resto del planeta.

Estamos, por tanto, como en el caso de las minas antipersonas, de las cuotas para la ONU, o del 0,7% destinado a la cooperación internacional, con una incapacidad manifiesta para liderar al mundo cuando se trata de que éste mejore en su conjunto. La falta de acuerdos y compromisos cuando éstos beneficiarían a inmensas mayorías demuestra que la mundialización sólo interesa cuando se refiere a intereses muy particulares. Sin descartar que, en realidad, el que los 15 países más desarrollados del planeta emitan el 80%/,) de la contaminación atmosférica, se convierte en una exportación de injusticia y acaso de desastres, los que van a sufrir terceros en mucha mayor cuantía que los favorecidos, de momento, por el despilfarro de energía.

Podría estar sucediendo que se quiera, como en la conferencia de Río de 1992, o en el repaso que se dio en Berlín, que se acuerde fracasar colectivamente en un empeño que ya estaba comprometido desde hace más de un lustro en el convenio internacional entonces firmado en Brasil.

De nuevo, por si se nos quiere olvidar, habrá que recordar la prontitud con que en la guerra del Golfo se movilizó a medio millón de hombres armados para defender el fácil acceso a ese negro petróleo, ese que al arder contamina, y compararla con la arreciada pereza con que se sale a defender la transparencia del aire, sin duda el bien más común para los seres humanos en su conjunto.

Acaso esté llegando la hora de considerar estos buscados fracasos como atentados directos contra los derechos humanos. Porque de acuerdo con los textos constitucionales de tantas naciones y de las reflexiones de los filósofos morales todos tenemos derecho a nacer y vivir en un medio ambiente sano. Con Adela Cortina pienso que muy defucientemente se puede garantizar el derecho a la vida y a la continuidad de la misma si el derredor es sólo cloaca. Y menos si además en Kioto se les olvidan, a los que más obligación tienen de defender esta nueva generación de derechos, sus propios compromisos públicos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_