La misión de Gore en Kioto
Hará falta casi un milagro para que las más de 150 naciones que están reunidas ahora en Kioto redacten en seis días un tratado exhaustivo sobre el calentamiento global. El tema es complejo; los desacuerdos, amplios. Pero cualquiera que se haya tomado la molestia de abrirse camino a través de las posturas dliplomáticas sabe que el compromiso es posible. Por lo menos, los negociadores pueden elaborar un amplio borrador de acuerdo que haga avanzar el proceso y proporcione una base firme para unas negociaciones detalladas. Si se fracasa, el coste será alto. Si el mundo se muestra incapaz de una respuesta colectiva a un problema colectivo, puede evaporarse la sensación de urgencia de la gente sobre el cambio climático. El fracaso también atrasaría la búsqueda de tecnologías que reduzcan la dependencia mundial del carbón y otros combustibles fósiles, que contribuyen al aumento de las temperaturas atmosféricas. El miedo al fracaso es, esencialmente, lo que decidió al presidente Clinton a enviar a Al Gore a Kioto el próximo lunes. La ostensible misión del vicepresidente es evitar que la posición americana sea acallada por los europeos, que piensan que es demasiado débil. (...) La verdadera misión de Gore es atraer ambos lados a un terreno intermedio en el que se pueda trabajar. (...) De Kioto todavía puede salir un tratado. Pero, incluso si no, no habrá sido un fracaso si mueve a todos hacia un terreno común., 4 de diciembre
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