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Aeropuerto viscoso

Juan José Millás

Los cuerpos sin cabeza los inventaron los arquitectos antes que los biólogos. Por eso, los edificios son, cada día más incomprensibles, y las ciudades, más inhabitables, porque no tienen lo que tienen que tener. Cuando el hallazgo se aplique al hombre, la gente guardará en su terraza un cuerpo acéfalo, aunque vivo, en el que se cultivarán profusamente hígados, riñones y glándulas de repuesto en general. Todo esto se hace por nuestro bien.-Hijo,ve al balcón y tráeme un hígado sin estrenar,que es sábado y me voy a poner ciego a cubalibres.

El niño saldrá al huerto biológico y extraerá del cadáver aparente el órgano solicitado por papá. Más adelante se podrán cultivar las vísceras de forma aislada, debajo de la cama o en el armario de tres cuerpos.

-Parece que tengo mal sabor de boca.

-Si es que llevas cinco años con el mismo páncreas. Anda, coge ese que hay colgado del galán. Me lo iba a poner yo, pero me haré con otro.

Estos descubrimientos dan un poco de asco por la resistencia al cambio, que decía Freud, pero en realidad son puro progreso, lo mismo que el aeropuerto de Madrid, completamente incomprensible pese a los esfuerzos de este periódico por dárnoslo muy digerido. Uno ha mirado con atención los excelentes gráficos del sábado y domingo pasados, y ha leído dos veces los impecables artículos de Antonio Jiménez y Vicente García Olaya, pero a uno le queda la impresión de que se trata de una arquitectura sin cabeza, o al menos sin alma. Como si se la hubieran vendido al diablo de la especulación por los 150.000 millones que cuestan ya esas obras. Claro que uno no sirve como ejemplo, porque tampoco entiende la Torre Picasso.

El otro día viajé a Canarias y me dieron una puerta de embarque lejanísima. Comencé a andar a la altura de lo que antes era el cuerpo central del edificio (siempre en el caso de que se trate de un cuerpo) y cuando la alcancé se veía por la ventana la torre de la iglesia del pueblo de Barajas. Por el camino intenté ayudar a una anciana que arrastraba una pesada caja de cartón, pero no le gustó mi aspecto.

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-Lo que usted quiere -dijo tras echarme un vistazo -es robarme, violarme y matarme.

Le dije que sí, aunque no en ese orden, pero no se fió de mi palabra y prefirió continuar agonizando por cuenta propia a lo largo de aquel pasillo infinito, con lo fácil que habría sido rematarla y que- a mí me hubieran fusilado en el acto, ahorrándonos los dos un viaje que no nos llevaba a ninguna parte. Y que no se ofendan los nacionalistas canarios, por favor. A estas alturas uno no va a ninguna parte ni cuando va a Bilbao, a pesar del Guggenheim, del que empezamos a sospechar también que es el resultado de una manipulación genética. El representante de un sindicato policial se quejaba en la radio de que no se les ha facilitado chaleco antibalas a los policías encargados de su custodia, porque estas prendas no hacen juego con el edificio de Frank Gehry. El sindicalista pedía, con razón, que se encargaran unos chalecos de diseño antes de que sea demasiado tarde.

En ese sentido, en Madrid somos menos exquisitos. De hecho, AENA va a dedicar 30.000 millones de pesetas a blindar las casas colindantes al aeropuerto contra los disparos medioambientales del disparate genético-urbanístico sin hacerse preguntas de orden estético, por miedo quizá a que al final se conviertan en interrogantes éticos. Por ejemplo: ¿es aceptable desde el punto de vista urbanístico que un aeropuerto esté incrustado en el interior de una ciudad y que los aviones pasen por encima de los tejados, como en San Fernando o Coslada, produciendo toda clase de enfermedades físicas y psíquicas a los afectados? ¿Es estéticamente bello que los profesores de los colegios situados en los alrededores den clases tartamudas, ya que han de callarse cada vez que se produce un despegue? Quizá no, pero nos compensa de todo ello que va a ser el aeropuerto más grande de Europa. Y sin cabeza, como esas ranas de vanguardia que están cultivando en Inglaterra. Sólo falta que les salga un poco viscoso. Para ahorrarse los pasillos deslizantes. Suerte.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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