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45 FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

Comienza el certamen con una buena comedia hecha a la medida de Julia Roberts

Emma Suárez, Juanjo Puigcorbé, Storaro, Hogan y Zhang Yimou, en la inaguración

Anoche, en el teatro Victoria Eugenia, unos cuantos rostros amistosos -entre ellos, los de Emma Suárez y Juanjo Puigcorbé, junto a Vittorio Storaro, Zhang Yimou y otros cineastas- hicieron de la rutina protocolaria inaugural un escaparate discreto y un acto ligero y amable, cuya mejor virtud es que pasó pronto, para dejar su hueco a lo que aquí importa, el buen cine. Éste llegó con La boda de mi mejor amigo, comedia dirigida por P. J. Hogan, bien construida y en busca de mágicas tradiciones de este viejo género de Hollywood, considerado menor pero lleno de obras mayores. Una película viva y hecha a la medida de Julia Roberts, que deja su lastre de estrella de laboratorio y entra en un desafio de verdadera actriz.

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Hace tres años, P. J. Hogan, un joven escritor y realizador de series televisivas y telefilmes, decidió dar el salto de las convenciones en que forjó su oficio- a otras de mayor complejidad, las del largometraje de ficción cinematográfica. Abundan los profesionales de la televisión que intentan este vuelo hacia construcciones imaginativas que les exigen reconvertir la mirada, pero no abundan los que efectivamente logran despegar plenamente de la angostura del encuadre televisivo y alcanzar las mayores anchuras a que conduce el encuadre cinematográfico. Hogan es de los pocos que ha logrado saltar nítidamente esa barrera, cada vez más difícil de franquear aunque parezca lo contrario.En 1994, con su primera película, La boda de Muriel, Hogan rompió con facilidad y limpieza la delicada línea fronteriza e hizo un trabajo preciso y no obstante suelto, pese a ser de aprendiz. Su calidad provenía de que Hogan no dejaba ver en sus composiciones ningún signo de esa simplificación del proceso de creación de imágenes que requiere, para ser eficaz, el telefilme, la ficción específicamente destinada a las pantallas caseras. Su película recorrió el mundo. No reinventó el cine, pero arrancó de él y a su manera lo prolongó.

Aun pudiendo permitirse el lujo de filmar otra nueva película acto seguido, Hogan se ha tomado nada menos que tres años para dar su segundo -siempre el más delicado y peligroso para un director de películas- paso en la gran pantalla, lo que parece evidentemente indicar que es una persona autoexigente y que conoce -y, por tanto, teme- la dificultad que entraña enrolarse en una línea de inventiva ascendente en ir a más dentro de su ambición de construir de manera inédita ficciones ya, al menos en parte, construidas. Y, en efecto, La boda de mi mejor amigo va a más, porque extrae de las situaciones y de los trenzados de personajes -algunos ya trillados por las largas y ricas tradiciones de la comedia- un toque propio, un indicio de estilo.

No es La boda de mi mejor amigo una comedia redonda e impecable. Despega desde un sólido guión de Roland Bass, pero en su despegue hay algunas fisuras y altibajos. Por ejemplo, la zona de indecisión del personaje eje que interpreta Julia Roberts es en exceso larga, de modo que la exposición de la trama argumental de sus dudas fatiga y sus indecisiones se convierten en imprecisiones, lo que resulta imperdonable en un tipo de ficción que, como la comedia, debe tener siempre como batuta una regla de cálculo. Pero Hogan deja que los intérpretes tomen el mando de la imagen y el flujo mágico de la comedia, durante algún tiempo frenado, vuelve a acelerarse y a desembocar en una zona final muy viva, culminada por un desenlace magistral y, lo que es perfecto en un camino tantas veces recorrido, inesperado.

Y el amable y divertido cuadrángulo amoroso, que sólo cojea en la pata algo inexpresiva de Dermott Mulroney, reconforta. El muchas veces infumable Rupert Everett logra estar aquí tan dueño de lo que dice y hace, que parece inventarlo él mismo, aunque actúe al dictado. Cameron Díaz, aunque su personaje está escrito para que ella actúe en registro pasivo y muy arropada por el director, se hace en un par de ocasiones con la iniciativa del enganche cómico y en una de ellas la réplica de esta casi novata a Julia Roberts consigue incluso oscurecer a esta ya veterana actriz.

En lo que respecta a Julia Roberts, si hace años se las arregló en Pretty woman, a golpe de instinto, para comerse literalmente a la cámara con un gran personaje hecho a magníficos brochazos, aquí hila su trabajo con hilo más fino y acaba haciéndose con el mando de la pantalla sin acudir a trucos ni a privilegios de estrella, sino a cara lavada y de tú a tú con sus colegas de reparto: por decreto de un oficio bien asimilado y bien conducido, lo que es indicio de que esta guapa mujer, durante mucho tiempo varada en un cómodo "todo al servicio de su lucimiento", ha aprendido por fin a ganarse por sí sola la gratitud de un patio de butacas, en el que basta un giro inesperado de su conducta para que no se oiga ni un crujido. Y esto, hacer respirar al unísono a 2.000 personas de quienes no se oye más que su sonriente silencio, es el signo de la eficacia de la genuina actriz de comedia.

Aunque sólo sea por haber rescatado a Julia Roberts de su suicida vanidad de estrellita de laboratorio, esta defectuosa estupenda comedia merece quedar.

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