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Los espíritus de Ermua

Vicente Molina Foix

Un fantasma recorre España, y su sábana blanca cada día que pasa está más sucia, su alma más en pena. Todo empezó en julio y con sangre, aunque no por la noche, que es la hora propicia a estos hechos horríficos y sobrenaturales, sino a la luz del día, entre flores soleadas y un perro que pasaba por allí. Sobre el cuerpo aún cálido del joven que tocaba en un conjunto rock se dio forma a un espíritu que iba a salvarnos del temor y el horror, del crimen siempre impune y la resignación. ¿Por dónde para hoy, si es que de él queda algo, ese aparecido de corazón limpio emanado de la materia carnal de una víctima tan cruelmente sacrificada? No estaba desde luego el pasado día 10, aunque allí estuviesen sentados sus seres queridos, en la plaza de toros de Las Ventas, ocupada por unos cuantos fantoches gubernamentales y un público infiltrado de fantasmones. Sacristán, Nuria Espert y Raimon (que dio ese día el concierto más coherente y más valiente de una larga carrera repleta de valor musical y coherencia cívica) representaban en aquel territorio poco amigo la visión inocente, quiero decir, ingenua a fuerza de ser recta, de los que -como Fernando Savater acudiendo en San Sebastián al homenaje mayoritariamente pepero a Gregorio Ordóñez, otro gesto que hizo levantar cejas izquierdistas- no piensan que él signo ideológico hace a unos vivos más salvables y a unos muertos más justificables.Arrastrado por los desgarradores lamentos del espíritu que nació en Ermua, yo mismo escribí el 22 de julio en estas páginas una columna que mereció a lo largo del verano algunas réplicas, publicadas, en lo que he podido seguir, en Egin y EL PAÍS. La más banal fue la que Andrés Sorel sacó en el citado diario vasco bajo el título Foix-Sastre (¿alusión al Marat-Sade de Weiss que el dramaturgo hispano-euskaldun tradujo en su día?), ya que eludiendo del todo el fondo de mi crítica política al "ejemplo Sastre", ponía como razón para exculparle su pasado teatral y resistente. En similares términos, aunque con la enjundia que en él se espera, Haro TecgIen ha realzado varias veces en las pasadas semanas la figura de Sastre, escribiendo en uno de sus VistolOido que mi artículo era "digno de figurar en las historias de la infamia". Tan abierta a variedad como el gusto es la categoría de lo infame, ya que no he sido el único en sentir durante este verano de fantasmagorías una profunda repugnancia moral ante las sucesivas paletadas de cal y arena que Haro lanzó sobre el sangriento tema del terrorismo etarra

Seguramente no coincido en la valoración literaria de Sastre con Haro ni con Sorel, ni con Eva Sastre Forest o Ánjel Rekalde, que también terciaron, y aún menos con el mismo Sastre que en su artículo semanal de Egin del 27 de julio calificaba el asesinato de Miguel Ángel Blanco de "hecho de guerra" que había desencadenado un "apasionado sentimiento patriótico (español), más que de dolor, ante una criatura humana"; pero ¿qué importa aquí ese juicio estético? Lo que yo, a título naturalmente personal, proponía era la "negación social" de quienes con sus actos, votos y escritos se constituyen en cómplices no de una hostilidad dialéctica, sino del asesinato.

De ahí lo grotesca, por no decir criminosa, que resulta la comparación que estos y otros replicantes, arropados también por unas declaraciones de Julio Anguita, han hecho entre los violentos del entorno HB y los judíos en la Alemania de Hitler. Negarse a hablaren público o publicar al lado de alguien que llama "hecho de guerra" lo que pasó el día 12 de julio y "persona pacífica" al votante interpuesto de ETA no implica ni remotamente el peligro de humillación y exterminio que para los judíos tuvo el estigma nazi. Tampoco el peligro de convertirse en espectral difunto que hoy, pese a Ermua, siguen teniendo los aislados por la amenaza de ETA, HB y todos aquellos que permiten y apoyan su terror.

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