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Pinochet y el mensaje de Troya

Ariel Dorfman

Al general Augusto Pinochet le quedan exactamente seis meses como comandante en jefe del Ejército de Chile y tengo una sola recomendación para él: que lea La Ilíada.En estos últimos días, he estado repasando ese magnífico poema épico de Homero y la relación con la feliz retirada de Pinochet del poder militar en mi país no se me hizo inmediatamente aparente. En realidad, no entendí por qué había sentido una repentina e inexplicable necesidad de releer La Ilíada hasta que llegué al último 'Canto', el 'Libro 24', en que Aquiles, habiendo abusado, y humillado el cuerpo de Héctor, su enemigo caído, lentamente encuentra en sí mismo la humanidad suficiente como para devolverle el cadáver a Príamo, el desesperado padre de Héctor. Me sentí alterado y conmovido por esas palabras escritas hace tantos miles de años, ese guerrero altivo que logra sofocar su ira y reconocer el dolor de su semejante, esos padres que finalmente pueden tocar los blancos huesos de su hijo y honrar su existencia ayer y su falta de existencia hoy.

Mi emoción se veía profundizada por el hecho de que incluyo en la sepultura de mi memoria, como tantos otros chilenos, a los muchos amigos que presumiblemente fueron asesinados durante la dictadura militar que asoló como una plaga a mi país entre 1973 y 1990 -y afirmo que es presumible porque los cuerpos de mis amigos, como los de miles de otros compatriotas míos que desaparecieron sin dejar rastro, nunca han sido retornados a sus familias- Madres y padres, hermanos y esposas, todavía esperan algo, un hueso, un puñado de pelo, un no sé qué de algo, esperan que los militares que se llevaron a esos seres amados se los restauren: como Príamo o su mujer, Hécuba, no tendremos verdadero descanso hasta que nuestros desaparecidos hayan encontrado, ellos mismos, un lugar para descansar. Pero a diferencia de Príamo, no tenemos un Aquiles al que volver la mirada.

Y, sin embargo, al leer las últimas estrofas del poema de Homero, se me vinieron a la cabeza pensamientos extraños, quizá estrafalarios: hay un hombre, un solo hombre en todo el mundo, que es capaz de poner remedio a esta circunstancia tan trágica, uno tan solo que puede, como Aquiles, restituir sus muertos a quienes los sobrevivieron. Pensé en ese hombre y no lo quise pensar mas, desmadejé la posibilidad de que él quisiera aliviar esa congoja, expulsé ese pensamiento tal como lo había hecho Príamo con su enemigo mortal Aquiles cuando los dioses sugirieron su nombre. Cómo siquiera aceptar la idea de que Pinochet -el mismo Pinochet que hace 24 años dio el golpe de Estado contra Salvador Allende, traicionando al presidente que lo nombró en el cargo, cómo acoger la mera noción de que el feroz dictador de Chile durante 17 años, pudiera ayudar. Y, sin embargo, Pinochet, por ser en este momento el jefe del Ejército, tiene el poder de demandarles a sus subordinados que investiguen sus propios crímenes, que busquen en sus archivos, que revelen dónde se encuentran los cuerpos de los desaparecidos, qué les pasó, quién los mató. Es el único hombre vivo que puede forzar a ese Ejército -famoso por su fanática obediencia a las jerarquías- a revelar la verdad.

Desafortunadamente, es también la persona de la que menos podemos esperar que imite la nobleza y compasión de Aquiles. En vez de usar su vasta autoridad para llevar la reconciliación a un Chile dividido y angustiado, el general Pinochet se ha dedicado a hacer burla de nuestro dolor. Sólo hace unos años, para dar un ejemplo, cuando más de un centenar de cuerpos mutilados fueron hallados en nuestro Cementerio General, dijo que habría que felicitar a quienes los enterraron clandestinamente por haber tenido la ocurrencia de amontonarlos de a dos en los ataúdes, salvando al Estado el coste de más madera y más clavos.

Y aun así, al cerrar La Ilíada, no pude sino preguntarme si ese general, el ser que más detesto en este planeta, estaría enteramente más allá de las palabras benditas de Homero. Me pregunté si éste no es el momento, el momento único e impostergable, cuando alguien deba pedirle a Pinochet que medite sobre Aquiles y Príamo, si hoy no es el día preciso en que el General de la Muerte esté abierto al mensaje que alguien nos sigue mandando desde las llanuras de Troya. En seis meses más, el 11 de marzo de 1998 para ser exacto, él va a retirarse de su puesto y no podrá a partir de ese momento ejercer su autoridad, no podrá ya nunca más reparar, aunque fuera de una manera parcial, algunas de las consecuencias de su reino de terror. Ésta es la última oportunidad que tendrá para que la historia lo recuerde como un hombre que se compadeció de sus enemigos, redimiéndoles el cuerpo de sus hijos.

Para ser brutalmente franco, casi no tengo esperanza de que haga caso de mis palabras un hombre que ha demostrado una y otra vez encontrarse fuera de los lazos solidarios que suelen iluminar y unir a los seres humanos. Y, sin embargo, me fuerzo a tragarme mi propio orgullo y escribo estas palabras, a tantos miles de kilómetros de mi hogar y también tantos miles de años después de que a Héctor se le dio entierro eterno bajo las murallas de Troya.

General Pinochet: usted ha reiterado una y otra vez que llevó a cabo el golpe de 1973 para salvar a Chile de las fuerzas que deseaban desbaratar la tradición occidental. Bueno: he aquí la primera epopeya, la epopeya de la primera gran guerra del Occidente, cuya tradición usted proclama defender. En ella, el hombre que ha insultado y envilecido el cadáver de su enemigo, termina restaurándolo a su desconsolada familia. General Pinochet: si no ha querido escuchar durante todos estos años a los miles de parientes de los desaparecidos, por qué no atiende por lo menos la convocatoria de otro guerrero, el llamado del rey Príamo de Troya recordándole que existen leyes superiores que nos obligan a todos, meramente porque pertenecemos a la especie humana.

General Pinochet: antes de que deje el poder, lea La Ilíada y ¡piense en el mañana!

Ariel Dorfinan autor de La muerte y la doncella, es profesor distinguido de la Universidad de Duke en EE UU. Su última novela es Konfidenz (Alfaguara).

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