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FERIA DE BILBAO

Se caían, al parecer

Los toros que trajeron para las figuras no es que tuvieran mucha fuerza. Y tampoco les sobraba bravura. O sea, que no eran el Jaquetón, precisamente. Si bien se mira y se hace memoria, uno llegaría a sospechar que estaban inválidos. Es una opinión.Hagamos recuento: aparecían por los chiqueros, se pegaban costaladas y no paraban de caerse hasta su muerte. Sólo dos no siguieron cayéndose hasta su muerte -o al menos no hay constancia- pues los devolvieron al corral y allí dentro vaya usted a saber lo que pasó. Los sobreros también se caían. Quizá no tanto. Sólo moribundeaban. Y, moribundeando, uno de ellos le sirvió a Vicente Barrera para hacer una faena de altos vuelos. Los demás toros únicamente servían para caerse. No es mucho, en realidad, pero nadie negará que, cayéndose, dan espectáculo. Un espectáculo distinto al anunciado mas espectáculo al fin. Sobre gustos no hay nada escrito.

Ordóñez / Joselito, Barrera,Rivera

Toros de Antonio Ordóñez, tres primeros anovillados e impresentables, resto discretos de presencia,totalmente inválidos, 2º y 3º devueltos por este motivo. Sobreros de María del Carmen Camacho, también inválidos. Joselito: estocada ladeada (silencio); tres pinchazos leves y se tumba el toro (bronca). Vicente Barrera: estocada caída y rueda insistente de peones (escasa petición, ovación y salida al tercio); pinchazo, estocada y rueda de peones; se le perdonó un aviso (oreja). Rivera Ordóñez: dos pinchazos bajos y estocada perdiendo la muleta (silencio); estocada perdiendo la muleta y cuatro descabellos (aplausos). Plaza de Vista Alegre, 18 de agosto. Y corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

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Pudieron verse caídas en todas las versiones conocidas, salvo la voltereta utilizando los cuernos como punto de apoyo, que esa no la dio ningún toro a pesar de que ya viene siendo pirueta cotidiana en los cosos del solar patrio. Fue lo que les faltó a los toros de Antonio Ordóñez y a los sobreros de María del Carmen Camacho para ofrecer el espectáculo total.

Un veterano matador retirado experto en tauromaquia comentaba que no era normal. Hablaba la sabiduría: que se cayeran continuamente todos los toros no podía ser normal. El día que el público según llega a las plazas empiece a pegarse costaladas, a rodar escaleras abajo, a dar volteretas apalancado en los cuernos (con perdón) y así siempre, se considerará normal que los toros hayan de caerse forzosamente y sin excepción.

Los seres que conforman el reino animal, desde los elefantes hasta las gallina ponedoras, no han sido creados para caerse. Uno ha estado en la sabana -por éstas que sí- y no ha visto nunca caerse a ningún elefante. Uno ha estado en el corral de la tía Eutrapelia -por éstas que lo mismo- y no ha visto nunca caerse a ninguna gallina; ni siquiera las que tenían el cuello desplumado por los viajes que las tiraba el gallo, que es un chulo.Sí, se caían los toros de la corrida bilbaína, al parecer. Y no es lo malo que se cayeran sino decirlo. Dice uno que los toros se caen y los taurinos y su corte lo llaman ultra, dogmático, fundamentalista. Lo vuelve a decir y le mientan a la madre.

De los toros -según taurinos y lametona corte- sólo se puede decir que sirven. Hay casos paradigmáticos. Uno de ellos se dio en la mencionada corrida de la famosa Feria de Bilbao. El toro que sirve le sirvió a Vicente Barrera para pegarle pases quieto y vertical, suave e inspirado, por naturales excelentes y redondos de no menor consideración, con el armónico aditamento de pintureros desplantes y pasmosos alardes de valor. Lo pasmosos alardes de valor consistían en aguardar quieto y vertical la lenta llegada del toro servidor o en girar el molinete casi por entre las astas.

Tal faena se la hace Vicente Barrera a un toro que no se cae, a un toro bravo de codiciosa embestida, y queda inscrita en los anales de la fiesta, consagrada hasta la cosumación de los siglos, como la de Pepe Luis Vázquez en Valladolid o la de los tres pases cambiados de Antonio Bienvenida. En cambio se la hizo a un toro que se caía, que cuando no se caía embestía despacito imbuido de una enternecedora pastueñez, que moribundeaba, que se le pinta de color canela y pasa por un perrito faldero.

Los restantes toros ni siquiera admitían esa ficción de toreo que Vicente Barrera intentó muy voluntariosamente en su turno. Rivera Ordóñez pretendía suplir la calidad que le faltaba con romances de valentía, poco procedentes dadas las circunstancias. Joselito no pudo dar ni un pase a su primero sin que se le cayera y en el cuarto trasteó breve, precavido y espeso, causando el enojo del público bilbaíno. Y hubo bronca, al parecer. O, al menos, uno tuvo esa sensación al oír los gritos. Claro que, a lo mejor, la gente estaba llamando al cervecero. Todo pudo ser.

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