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La gente huye despavorida de la región atacada por los paramilitares en Colombia

Nadie sabe aún a ciencia cierta cuántos muertos dejó la incursión paramilitar en Mapiripán, en la provincia de Meta. Unos cien hombres fuertemente armados llegaron allí el martes, cortaron las comunicaciones y se dedicaron a matar hasta el domingo cuando, como si nada hubiera ocurrido, se retiraron. Lo único cierto es que el miedo se apoderó de la región, que Mapiripán es hoy una población fantasma, pues la mayoría de sus habitantes abandonaron, en avionetas, esta pequeña población ubicada justo en el sitio donde terminan los llanos y empieza la selva.

"Uno no tiene nada que ocultar; pero lo que vi fue horrible; por eso preferí abandonarlo todo", dijo a los periodistas una mujer con el horror pintado en el rostro, al llegar a Villavicencio, la capital de la provincia de Meta, donde han buscado refugio los que huyen."A las ocho de la tarde obligaban a apagar la planta eléctrica, sacaban a la gente de sus casas y los mataban. No se escucharon tiros porque a las víctimas las degollaron", narró otro testigo. Un delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja, entidad que ha facilitado el éxodo, dijo a un noticiero de radio: "Yo vi una cabeza separada del cuerpo". Este joven belga, sin embargo, se mostró cauto al hablar del número de víctimas. "Sobre esto no se puede aventurar. No se ha confirmado nada", afirmó.

Mientras oficialmente se habla de seis víctimas, los campesinos siguen insistiendo en que la cifra pasa de los 30. Según estas versiones, los cadáveres fueron lanzados al caudaloso río, lo que hace difícil confirmar los hechos. Además, dicen, la mayoría de las víctimas vivían en un caserío a tres horas de la cabecera municipal, y nadie se ha atrevido a llegar hasta ahí.

Mapiripán fue hace unos años un centro importante de producción de hoja de coca. En sus calles desiguales se ven aún huellas de la bonanza; época en que sobraban los cafetines y los prostíbulos y las mujeres usaban uñas de oro. Hoy, como en toda la zona cocalera, los campesinos apenas sobreviven por los altos costes de los insumos para la elaboración de la pasta de coca. Aún esperan los proyectos de desarrollo prometidos por el Gobierno el pasado septiembre, para poner fin a las marchas campesinas que paralizaron el sur del país.

La matanza de Mapiripán es una más en la larga lista de hechos macabros dentro de la guerra que libran en el país paramilitares y guerrilla. Lo grave, dijo un analista, es que este hecho es una señal clara de que los paramilitares han decidido entrar en un territorio que hasta ahora era feudo intocable de la guerrilla. "La guerra llegó al sur del país", asegura la misma fuente tratando de hacer más gráfica su aseveración.

Los muros de Mapiripán están hoy llenos de pintadas en las que se amenaza de muerte a los colaboradores de la insurgencia. En panfletos, los paramilitares anunciaron que no permitirán que los amigos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) participen en las elecciones regionales de octubre. Esta matanza es la primera incursión de las llamadas Autodefensas Unidas de Colombia, que nacieron a mediados de abril con el propósito de crear una fuerza única contra insurgentes.

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