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Vargas Llosa reconoce el origen de su vocación en las lecturas de su niñez.

El escritor inauguró: los cursos de verano de la Fundación Duques de Soria

Mario Vargas Llosa ofreció ayer en Soria un espléndido repaso a su biografía de infancia y adolescencia en la lección inaugural La vocación y los temas de un novelista, de los Cursos de verano de la Fundación Duques de Soria, que se imparten en la capital castellana. Una lección subjetiva basada en su propia experiencia que comenzó "en la casa de la calle Ladislao Cabrera, en Cochabamba, donde viví nús primeros años". Fue en esos años cuando el autor de La ciudad y los perros y Conversación en la catedral se aficionó a la lectura, lo que luego le despertaría la vocación de escribidor de historias".

Vargas Llosa recordó con especial cariño las fechas navideñas de su infancia. "Lo importante para mis primas y para mí era escribir la carta al Niño Dios pidiéndole los regalos que depositaría la Nochebuena al pie de nuestra cama. Antes de aprender a escribir le dictábamos la carta al abuelo Pedro y la firmábamos con un palote". Pero desde que aprendió a leer, el niño Vargas Llosa pedía libros, siempre libros. "Aprendí a leer cuando tenía cinco años, en mi primer año de primaria del colegio de Lasalle. Nuestro profesor era el hermano Justiniano, delgadito, angelical y con la cabeza blanca, casi rapada. Nos hacía cantar las letras uno por uno y luego, cogidos de las manos, en rondas, deletrear, identificar las sílabas en cada palabra, reproducirlas y memorizarlas". Poco a poco pasaron los años, Vargas Llosa conoció el teatro y "sin embargo, pese a haberlo pasado tan bien en la vida real aún lo pasé mejor en la vida de ilusión, en las lecturas. En esa época los niños leíamos ficciones más que las veíamos" . Los cuentos y novelitas convertían a aquellos jóvenes en lectores. "Probablemente, la mía fue la última generación de niños lectores" reconoció ayer.

Viajes imaginarios

Para Vargas Llosa la prueba de la memoria es su prueba definitiva y si bien guarda con cariño en su emoria boliviana una infancia de realidades alegres, aún recuerda con mayor ilusión los recorridos imaginarios y repletos de fantasía que consiguió a través de las lecturas. Unos recorridos por la historia, por la geografía, por la aventura y las sensaciones indescriptibles. En Piura vivió su primera emoción literaria con Dumas y Los cuatro mosqueteros. Si tuviera que seleccionar uno solo de sus héroes de ficción, mencionaría a Guillermo, sus aventuras, las de un niño que debía ser de su edad y que permitían gozar a su imaginacion.También ha jugado en la vida de Vargas Llosa un papel definitivo el ambiente familiar, "a mi madre y a los abuelos les encantaba que yo fuera tan aficionado a leer y me alentaban a aprender versos de memoria y a recitarlos ante la familia".

Con el tiempo, Vargas Llosa comenzó a escribir, a garabatear."No me incomoda nada, todo lo contrario, reconocer que en mi vocación y en mis ficciones hay un flagrante parasitismo literario. Todo lo que he inventado como escritor tiene unas raíces en lo vivido, fue en sus orígenes algo que hice, vi, oí, pero también leí y que mi memoria retuvo con una terquedad misteriosa".

Mario Vargas Llosa hizo, en el marco del Aula Magna Tirso de Molina de la capital soriana, un repaso a sus obras y los orígenes de la misma, sus viajes, sus experiencias y el desarrollo hasta Regar a plasmarse en su obra literaria. Lo leído sobre Sartre, sobre Malraux, Neruda, Martorell, Mann, tantos otros y especialmente Faulkner, son lecturas que han influido en su obra, cada autor ha aportado algo en la literatura de Vargas Llosa. Para el premio Cervantes, la influencia aplicada a la literatura es algo peligroso que puede condicionar al alumno. Por eso, aunque Vargas Llosa afirma conocer qué autores le enseñaron, cree que corresponde a otros descubrir qué autores pueden marcar el estilo o las influencias, si existen, en su obra.

Vargas Llosa recogió en su lección inaugural un mundo de sensaciones y quiso dejar claro que para ser un buen escritor hay que ser un gran lector, en alguna medida dejarse abandonar por las sensaciones, por la imaginación, y. vivir con intensidad todo lo que la vida ofrece.

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