_
_
_
_

Plaza de las palabras, patrimonio del hombre

La Unesco protegerá el espacio Xemáa el Fnaá, centro de la cultura oral en Marraquech

Miguel Ángel Villena

Usan las palabras para jalear a los saltimbanquis, para animar a los músicos, para increpar a los comerciantes. Las exclamaciones también sirven para pedir a voces un plato de cuscús o para llamar la atención de un amigo. Frases patéticas imploran limosna o mendigan unas monedas. Pero, por encima de todo, las palabras de la plaza de Xemáa el Fnaá, en Marraquech, cuentan historias. Desde hace siglos, los cuentistas forman sus halcas (corrillos) para relatar amores- y desgracias, bromas y veras, el eterno girar de la vida y sus pasiones. Estos últimos juglares del mundo, en trance de desaparición, han logrado el apoyo de la Unesco para que el centro de Marraquech sea declarado patrímonio oral de la humanidad. Si mueren los cuentistas que acuden todos los días al atardecer a esta plaza de las palabras, Marruecos habrá perdido el árbol de la literatura.

Más información
Españoles visibles e invisibles
Miopía y modernidad

Abdelatif tiene 53 años, aunque la miseria y las privaciones que ha vivido desde niño le hacen aparentar unos cuantos más. Tocado con el gorro típico marroquí y enfundado en una chilaba rasguea su gnaua, una caja de resonancia de tres cuerdas con un sonido entre la guitarra y el contrabajo, se encamina todas las noches a Xemáa el Fnaá en esa hora de perdedores cuando el alcohol o el hachís son los únicos bálsamos posibles a los compases de una música dulce y áspera a la vez. Sólo en una ocasión ha abandonado Adbelatif su país natal para dar una serie de conciertos en Estocolmo al reclamo de un turista sueco que quedó fascinado por este músico que ha acompañado a Jimi Hendrix o a famosas bandas de jazz durante sus visitas a Marruecos. Acostumbrado al regateo juguetón de sus paisanos y a la hospitalidad de esta puerta del desierto que es Marraquech, Aldebatif nunca entendió por qué siempre desaparecían unos billetes en manos del intermediarío o las razones que le obligaban a masticar con prisas un insustancial bocadillo entre actuación y actuación. Con esa pureza que otorga el orgullo de los auténticos artistas, aunque sean pobres, Aldebatif no ha vuelto a salir de Marruecos.Las corbatas no debieron gustarle mucho a este músico de Xemáa el Fnaá como tampoco debieron agradar al escaso puñado de cuentistas que asistió la pasada semana a una reunión de la Unesco en la que expertos llegados de los cinco continentes avalaron la declaración de la plaza como Patrimonio Oral de la Humanidad. Debieron pensar que son gajes de la civilización occidental y que sólo a través de un respaldo internacional puede conservar Marraquech viva esta plaza de las palabras, única en el mundo.

Fundada hace casi un milenio por Abu Bakr, un cabecilla almorábide, esta enorme capital del sur de Marruecos, de 1.7000.000 habitantes, encrucijada de rutas entre el Sáhara y el Atlas y donde se confunden las cimas nevadas con los vientos desérticos,alza el telón todos los días para poner en pie una monumental obra de teatro. Sobre el escenario de esta increíble plaza se dan cita tahúres y aguadores, bailarines y encantadores de serpientes, cocineros y artesanos, en un frenético bullicio donde los turistas se diluyen y sólo pueden optar, como mucho,a un papel de comparsas.

Pese a que Marraquech ya figura desde hace años entre las preferencias de muchos operadores turísticos, el espectáculo de Xemáa el Friaá sigue fiel a esa tradición de mercado de frontera que alumbró el nacimiento de la ciudad. Un espacio para perder no sólo la noción del lugar, sino también la del tiempo, como retratara magistralmente James Stewart en el sorprendente comienzo de El hombre que sabía demasiado, de Alfred Hitchcock.

Comprar y vender, charlar y reírse, reponer fuerzas son los fines de este abigarrado decorado que en los últimos años ha mostrado su fragilidad por esos avances de la técnica que convierten cafés en cabinas de teléfonos o ágoras en aparcamientos para coches. El escritor Juan Goytisolo, residente en Marraquech desde hace 20 años, ha sido uno de los principales impulsores de la declaración de la Unesco y muestra su confianza en que esta propuesta suponga la salvación de la plaza. "La plaza Xemáa el Friaá es un lugar único en el mundo que hay que conservar a toda costa. El imperio de la cibernética y de lo audiovisual allana comunidades y mentes, disneyza a la infancia y atrofia la imaginación. Sólo una ciudad mantiene hoy el extinto patrimonio oral de la humanidad tildado por muchos de tercermundista".

Lo cierto es que Goytisolo puede hablar con conocimiento de causa. El cafetín donde solía pasar las tardes ha sido convertido recientemente en una tele-boutique.

La presencia del ministro de Educación Superior de Marruecos, Idriss Khalil, ante más de un centenar de observadores de la Unesco la pasada semana significó el último respaldo necesario para la declaración de Patrimonio Oral de la Humanidad. De todos modos la sorprendente ausencia de información sobre esta sesión en los diarios nacionales de Marruecos revela la ambigüedad de las capas políticas y profesionales marroquíes ante la defensa de su patrimonio.

Entre tanto, la vida no se detiene en la plaza de las palabras y a la sombra del alminar de la Kutubía, uno de los edificios más emblemátios de África, el sol de poniente va dejando en el aire reflejos dorados y contra el cielo se recortan las siluetas elegantes de las palmeras. Al caer la tarde, el bullicio de la plaza se va poblando con esa algarabía de músicas y de voces que inundan desde hace siglos el centro de Marraquech.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_