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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Bajo mínimos

Las dos horas de Airbag desarrollan una ocurrencia cómica cuya eficacia se agota en media hora. Ésta es la primera carencia de una película llena de otras no menos mortales: un asunto de cortometraje es hinchado a una duración de largometraje a través de ramificaciones en las que la anécdota desencadenante va perdiendo su (de por sí escasa) capacidad de ser tronco de esas ramas, de manera que cuanto más se adentra la pantalla en el relato más huele éste a arbitrariedad, a galimatías.Una vez pasada la eficacia del enganche inicial, la película comienza a desmoronarse y hacia la mitad de su duración se desploma. Y no se sostiene porque lo primero que debiera sostenerla, el guión, es un endeble andamio de sucesos deficientemente construidos; y luego desplegados y encadenados sin consistencia, con un sorprendente desconocimiento de los (inesquivables) códigos de la escritura cinematográfica, esta vez en su vertiente de juego de thriller (o algo que se le quiere parecer) en forma de relato itinerante en clave cómica de sucesión de sucesos con ambición de gags o chistes visuales.

Air-bag

Dirección: Juanma Bajo Ulloa. Guión: Elejalde, Guillén Cuervo, Bajo Ulloa. Fotografía: Berridi. Música: Mendizábal. España, 1997. Intérpretes: Karra Elejalde, Fernando Guillén Cuervo, Alberto San Juan, Manuel Manquiña, Paco Rabal, María de Medeiros, Rosa María Sardá, Luis Cuenca. Madrid: Coliseum, Acteón, Tívoli, Cartago, Aluche, Roxy, Lido, Canciller, Princesa, Renoir, Vaguada, Victoria, Liceo y Albufera.

Para que funcionase, arrastrase o capturase, en la pantalla un tan pobre guión-andamio como el que hay bajo Airbag sería indispensable un alarde de imaginación improvisadora en la realización. Pero si la escritura de la película es inconsistente, su dirección - es menos que inconsistente: es nula, no existe más que como filmación mecánica (nunca dinámica) del inerte fajo de folios que le sirve de guía. Lo inerte se superpone así en Airbag a lo inerte y el resultado de tal adosamiento tautológico no puede ser otro que una sucesión de hilvanes cinematográficos situado bajo mínimos profesionales. Un mal guión empeorado por una pésima dirección o, más exactamente, antidirección.

La película hace agua por muchos agujeros, pero hay dos tan gruesos e irrestañables, que cantan a chorros las vías del naufragio. Uno es la deficientísima composición y el posterior encadenamiento de los innumerables gags que se atropellan dentro de Airbag. El otro es el desamparo (doloroso desde la butaca) de los actores frente a una cámara que no sabe interrelacionarlos ni extraer de cada uno la energía o la gracia que buscan, y que les deja a merced de sí mismos en su intento de trasladar al espectador su esfuerzo para decirle o sugerirle algo con la palabra, el ademán o el gesto.

Los gags se agolpan en Airbag en una atropellada acumulación que les impide alcanzar la comicidad que buscan. Para que un gag sea eficaz hay que darle tiempo y orden interior, además de una gradualidad que prepare al espectador para encajar la sorpresa visual con una respuesta en forma de carcajada. Pero Airbag arranca con sacacorchos algunas risas en dos o tres ocasiones, cuando se lo propone inútilmente decenas de veces, lo que supone para el espectador una sobrecarga fatigosa de frustraciones: se ve la intención de hacer una gracia y, precisamente porque se ve, la gracia no llega.

Y el desamparo de los actores lo percibimos en el alivio que nos causan los destellos -son estos fogonazos de talento individual lo único salvable del filme- de fotogenia y fuerza de gesto de Manuel Manquiña, Karra Elejalde, Luis Cuenca, Alberto San Juan, Paco Rabal y otros (viejos y nuevos) magníficos rostros atrapados en la encerrona de una imagen-mazmorra, que los neutraliza como -un corsé.

Y de ahí que Airbag va de irónica y se queda embarrancada en la sosería; va de iconoclasta y, puesto que nada derrumba, es una caricia para los iconos que quiere abatir; va de irreverente y es, de puro inofensiva, un rosario de chistes de sacristía; va de acción y se queda en el, ajetreo; va de ágil y se resume en un estanque de quietudes; va de dura y, como todo lo informe, es, fatalmente blanda, pues representar la dureza requiere una vigorosa formalización aquí inexistente. Y le queda tan sólo que su busca de resultonería en la taquilla fácil funcione, pero eso ya no es cine, sino patología social del cine, ajena al cronista.

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