Galdós, el 98 y los 'tiempos bobos' de la Restauración
Un congreso analiza la relación del escritor con la crisis de finales del siglo pasado
Desolación, miseria espiritual; agonía, marasmo, lenta parálisis; España como un cadáver con el cerebro vacío: en esos términos se refirieron, cuando eran jóvenes, algunos escritores de la generación del 98 al periodo político que se conoce como Restauración. Menos estrepitoso, Benito Pérez Galdós puso en labios de uno de sus personajes femeninos la expresión de "tiempos bobos" para sintetizar la atmósfera que dominaba esa época. Lo contó el profesor y escritor Carlos Blanco Aguinaga en el 6º Congreso Internacional Galdosiano, que finalizó ayer en Las Palmas de Gran Canaria.
Más de 100 especialistas en la obra de Benito Pérez Galdós procedentes de todo el mundo, unas 90 comunicaciones centradas en aspectos muy concretos del trabajo del escritor canario, sesiones plenarias, conferencias y seminarios se han sucedido entre el 16 y el 20 de junio en la Casa de Colón, de Las Palmas. El hilo conductor, que no el único, del congreso fue la posición de Galdós en el laberíntico paisaje de finales de siglo, tiempos complicados para una España a la que se le abrían las heridas de las colonias y que empezaba a padecer, como el resto de Europa, las consecuencias derivadas del crecimiento de un movimiento obrero que tomaba conciencia de su fragilidad ante el avance imparable del capital. Pero no sólo cambiaba entonces la correlación de fuerzas de las clases sociales, cambiaban también los gustos de las gentes y, como contaba el especialista galdosiano Stephen Miller en su conferencia, Galdós veía que el otrora lento y majestuoso fluir de la historia se trocaba en una caprichosa y vertiginosa sucesión de modas. De ahí, pues, que, frente a la aparente calma de la "paz boba" de la Restauración, Galdós sostuviera que los españoles, en realidad, "estamos sobre un volcán".
Turbulencias
Junto a los trabajos de Blanco Aguinaga, que trató de las concomitancias de Galdós con los jóvenes del 98 frente a la Restauración, y de Stephen Miller, que se ocupó de los afanes del escritor ante los cambios de sensibilidad de finales del siglo pasado, destacaron también las aportaciones de Jover Zamora, que localizó en la obra galdosiana algunas de las turbulencias derivadas de la crisis del Estado de la Restauración; de Gutiérrez Girardot, que incidió en la clarividencia con la que Galdós supo traducir el proceso de secularización que se imponía entonces en Europa, o de Seco Serrano, que analizó las maneras que adoptaron en el corpus galdosiano el desastre ultramarino del 98 o la atonía del sistema canovista.Es posible que cualquier profano, al oír de gentes que fueran a ocuparse de las relaciones de Galdós con los escritores del 98, pensara de inmediato en aquel "don Benito el Garbancero" con que Valle despachaba al autor de los Episodios Nacionales en su magistral Luces de bohemia. Fue una ocurrencia que tuvo fortuna y que ha pesado como una losa en Galdós.
Nacido en 1843 en Las Palmas de Gran Canaria, Benito Pérez Galdós desembarcó en Madrid en 1862 y convirtió esa ciudad en la gran protagonista de sus mejores novelas. No se le escapó ni un adoquín siquiera y, en su voluntad de volcar en sus obras el mundo entero, se ocupó con diligencia de las cuestiones nimias y de los grandes desafíos políticos, culturales y económicos. Cosechó muchísimos lectores incondicionales, fue empresario teatral, entró en la Real Academia Española, su nombre estuvo propuesto para el Premio Nobel, participó en política como diputado por el Partido Republicano y por la Conjunción Republicano-Socialista. Fue el nombre de referencia de la novela realista y sus actitudes iluminaron los derroteros de muchos de sus seguidores. Perdió la vista en 1914 y murió el 4 de enero de 1920.
El caso es que en este congreso poco ruido hubo a propósito de la condición garbancera que Valle le endilgó a Galdós y, como era previsible en un clima de cómplices del personaje, se insistió mucho más en rescatar aquellas de sus obras menos conocidas -sus piezas dramáticas, fantásticas y simbolistas- que en analizar la actualidad de su canon literario. Más allá, en cualquier caso, de los planteamientos políticos del escritor canario, de sus ideas modernizadoras y anticlericales, de su talante abierto está la agilidad de su pluma y su fascinante habilidad para retratar a las gentes de su tiempo.
Valga, pues, a modo de homenaje una sola línea de alguna de sus novelas, un mínimo apunte de la vitalidad de su estilo: "La nariz le salía de la frente, y después bajaba chafada y recta, esparranclando sus dos ventanillas en el nacimiento del labio superior, dilatado, tirante y tan extenso en todas direcciones, que ocupaba casi la mitad del rostro".
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