Final de trayecto
Parece un contrasentido que, en el programa de mano de La belleza de las cosas, se reproduzca esta frase de su director, el sueco Bo Widerberg: "La vida es como una buena película. Y no tengo ninguna intención de dejarla hasta que diga Fin". Porque lo cierto es que Widerberg, un director que sacudió las conciencias hispanas con películas como Elvira Madigan y sobre todo Joe Hill -a pesar de que sus mejores títulos suelen encerrar historias personales e incluso de género, como El hombre en el téjado-, acaba de morir en su país natal, de improviso, con lo que La belleza se ha convertido en el título póstumo de un creador discreto e inteligente, con menos suerte comercial entre nosotros que la que probablemente merecía.Tiene La belleza buena parte de las características del cine de Widerberg. Una historia hasta cierto punto íntima, pero sin olvidar las implicaciones generales, el entorno histórico en que se desarrolla: Malmó, 1943, con la Guerra Mundial a pocos kilómetros, en la cercana Dinamarca. Y esta filmada con un tratamiento hasta cierto punto académico, alejado de las diatribas con que el joven Widerberg pretendió azotar el prestigio de su maestro Ingmar Bergman en su libro The vision of swedish film.
La belleza de las cosas
Dirección, guión y montaje: Bo Widerberg. Fotografía: Marten Bruus. Producción: Per Holst. Suecia, 1995. Intérpretes: Johan Widerberg, Marika Lagererantz, Tomas von Brömssen., Karin Huldt, Björn Kjellman, Kenneth Milldorff. Estreno en Madrid: cine Real Cinema.
Cine clásico
Como muchos otros cineastas de los llamados nuevos cines de los sesenta Widerberg terminó haciendo un cine reposado y clásico, atento al guión y al trabajo actoral, con una factura incluso bella. No es un demérito, que conste: es sólo un final de viaje un tanto prematuro. Película sobre ese tema tan caro al cine y a la literatura nórdicos como es el despertar a la vida, La belleza aborda muchos temas -el adulterio, la estructura familiar, la amistad viril-, tal vez tantos que en ocasiones sus propuestas parecen desbordar su coherencia interna.
Elegante dominio de la elipsis, situaciones embarazosas resueltas con habilidad y una historia de pasiones desatadas que no siempre resulta del todo creíble completan un filme honesto y bien rodado, interesante como apunte de un país y una época lejanos, y también de una forma de hacer cine que tan poco solemos contemplar.
En todo caso, las pegas que se le puedan encontrar tienen que ver con su propia generosidad de propuestas, con más historias que nos gustaría seguir contemplando, lo que en el fondo es una forma un tanto elíptica de elogiar a un cineasta que se ha ido con la misma discreción con que, visto desde aquí, realizó la docena larga de películas de que consta su filmografía.
Babelia
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