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Nacidos para entenderse

El jazz, una forma de arte sumamente atractiva también en lo visual, ha mantenido con el cine una relación irregular, ambigua y a menudo frustrante. Jazz y cine nacieron con el siglo y balbucearon sus primeras palabras casi también al unísono; no hace falta recordar que la primera película sonora se tituló, de manera nada casual, El cantor de jazz (Alain Crosland, 1927), aunque ya en ese encuentro temprano se manifestó la incapacidad del cine para penetrar en un mundo saturado de códigos peculiares y secretos bien guardados.En consecuencia, El rey del jazz (John Murray Anderson, 1930) coronaba a Paul Whiteman, un músico blanco muy vagamente relacionado con la música que decía dominar, mientras los músicos negros que aparecían en la cinta se limitaban a acarrear maletas y a limpiar la plata. También quedaba en simple anécdota ver a Louis Armstrong y Billie Holiday, dos glorias universales, interpretar papeles de mozo de cuadra y sirvienta, respectivamente, en Going Places (Ray Enright, 1938) y New Orleans (Arthur Lubin, 1947). La música que representaban parecía no contar todavía. Por fortuna, la situación ha cambiado progresivamente y, gracias en gran parte a ciertos directores europeos sensibles a su enorme poder de comunicación, el jazz ha realzado un buen número de películas de todos los géneros y aspiraciones. La impresionante banda sonora de Ascensor para el cadalso (Louls Malle, 1957), también uno de los capítulos más brillantes de la discografía de Miles Davis, bastaría para que la alianza cine-jazz ocupase un lugar de relieve en las enciclopedias, pero no conviene olvidar la espléndida contribución de los Jazz Messengers de Art Blakey a Relaciones peligrosas (Roger Vadim, 1960) o del Modern Jazz Quartet a Odd against tomorrow (Robert W¡se, 1959) y Sait-on Jamais? (Roger Vadim, 1957); hace poco se pudo ver en televisión Sombras (John Cassavetes, 1957), fascinante ejercicio visual improvisado en el que el contrabajista Charlie Mingus y el saxofonista Shafil Hadi gozaron de total libertad. Con talante menos audaz, King Vidor y Otto Prerninger, entre otros, también se valieron del jazz en algún momento de sus carreras, pero Coppola, Bertrand Tavernier, Robert Altman y Spike Lee se esforzaron en retratarlo, con éxito variable, desde una perspectiva desprejuiciada. De Woody Allen y del propio Eastwood basta decir que hoy serían seguramente músicos de jazz si no hubieran hecho carrera como directores de cine.

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