El futuro era mujer
Tras su brillante etapa española, Ferreri regresó a Italia. Era ya un cineasta convencido de su capacidad como creador. En su país abandona la forma del relato realista para embarcarse en obras de corte netamente alegórico y en las que pesa mucho el espíritu provocador, el deseo burlón de poner a prueba la capacidad de encaje de los censores. Durante ese periodo Ferreri irá creando una serie de películas en las que arremete, a menudo en clave simbólica, contra las instituciones que él considera burguesas -la familia, el matrimonio-, o contra la Iglesia. Su carrera da un salto importante cuando realiza Dillinger ha muerto en 1969, una austera y desesperada reflexión anarquista en la que logra una impresionante estilización de la cotidianidad.
Con La audiencia amplía su registro y lleva a Kafka hasta el Vaticano, pero es luego, con La grande bouffe y cintas como La última mujer (1976), Adiós al macho (1978), Historia de Piera (1983) o El futuro es mujer (1984) con las que logra sus mayores éxitos y establece un puente entre. su discurso desesperado, pero teñido de humor, y el público contemporáneo. El director retrata como nadie ciertos cambios sociales, como todos los derivados de la progresiva liberación de la mujer, y es el mejor cronista del hundimiento del machismo o, mejor dicho, de la idea que la civilización ha transmitido del hombre.
La imagen de un gigantesco King Kong yaciendo muerto al pie de los rascacielos de Manhattan, mientras sale de detrás de su enorme cuerpo un pequeño simio que acompaña a un desorientado Gérard Depardieu, dio la vuelta al mundo y resumió como pocas un estado de ánimo mayoritariamente compartido.
Pérdida de interés
Los últimos años las cintas de Ferreri parecían haber perdido fuerza, probablemente porque el valor mismo de la provocación ha dejado de existir o se ha trasladado a otras áreas que no son las del cine. De pronto, sus fábulas dejaron de interesar y empezaron a sonar como repetitivas en un mundo que estaba renunciando a toda velocidad a sus utopías. Ferreri siguió rodando con regularidad pero casi en secreto, convertido en un clásico. de la revolución a su pesar.
Cineasta de lo absurdo, de la irrisión, de un anarquismo desesperado pero cargado de humor, Ferreri mantuvo con su época una relación conflictiva, de amor y odio. En algunos de sus últimos trabajos retrataba con exactitud las ciudades modernas, hechas de autopistas, bloques y ruidosos puntos de encuentro ya fuesen estadios o discotecas, como si él supiera que ya estamos viviendo en el infierno y que por lo tanto no merece la pena seguir advirtiendo de que el camino tomado no lleva al paraíso.
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