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En nombre de Dios

Félix de Azúa

Sobre la Hoja que cuatro diócesis catalanas (Vic, Tarragona, Solsona y Girona) editaron conjuntamente el domingo 20 de abril de 1997 para edificación de sus feligreses, y que lleva por título No tomarás el nombre de Dios en vano, se ha escrito ya suficientemente. Pero siempre acerca de un asunto secundario: la exigencia de que los inmigrantes españoles de Cataluña aprendan el catalán. No es el punto más relevante de la Hoja esta nueva muestra de arrogancia católica. Una vez más, la cuestión de la lengua es la cortina de humo tras la que se oculta una ideología siniestra.Como la Hoja ya ha dejado de ser noticia pero su ideología continuará entre nosotros, creo pertinente comentar algunos puntos de la misma que han pasado inadvertidos, ocultos por el humo lingüístico. Son síntomas de un nacionalismo que poco a poco se va imponiendo en Cataluña y el País Vasco gracias a la ayuda que el PP está dando a sus socios nacionalistas vascos y catalanes. Y también, triste es decirlo, gracias a la irresponsabilidad de una izquierda que asume con tranquilidad estar dirigida por un orate y sentirse cómoda en su impotencia.

Con el melifluo lenguaje habitual entre los pastores católicos, la Hoja comienza diciendo que los obispos firmantes no toman el nombre de Dios en vano ya que, invocando a sus celestiales patronos (sic), se comprometen a una. serie de acciones. Sigue luego un pro grama de actividades religiosas de las que resumo las más relevantes. Se trata de un compromiso divino.

En primer lugar se comprometen a "tomar conciencia de quienes somos ( ... ) y superar la crisis de identidad nacional que muchos catalanes sufren como una enfermedad crónica, agravada por las secuelas aún no reparadas de la guerra civil". Si esto lo dijera cualquier ciudadano podría admitirse como criterio privado. Pero viniendo de un alto cargo de la clerecía estas palabras sólo pueden significar que la Iglesia pretende ignorar las secuelas 11 no reparadas" de la guerra civil que ella misma mantiene con vida. Porque la guerra civil la ganaron los fascistas con el apoyo incondicional de la Iglesia católica, la cual fue el verdadero baluarte, junto con el ejército, de la represión franquista durante 40 años. De manera que nuestros clérigos se escudan en una contienda de la que fueron eminentes partícipes.

Esta tergiversación, a saber, presentarse como víctimas los que han sido verdugos, es uno de los caracteres más notables del nacionalismo clerical. Basta estudiar la lista de alcaldes de las formaciones nacionalistas para entender de inmediato qué malévola desinformación están llevando a cabo los clérigos acerca de los responsables de las "secuelas no reparadas", ¿son los castellanohablantes, como dicen ellos, o los franquistas reciclados por el nacionalismo los responsables de que haya dos Cataluñas? ¿Debe culpabilizarse a los más débiles?

Se comprometen luego a "defender por vías pacíficas y democráticas nuestros derechos como pueblo diferenciado". Las constantes referencias al "pueblo" por parte de los nacionalistas, siempre deben ponerse en interrogación. ¿De qué pueblo hablan estos sacerdotes? ¿Acaso sirven a otro pueblo que no sea el de Dios? Y si no hablan del pueblo de Dios, ¿deben seguir cobrando de los castellanohablantes? Porque, como luego se verá, ese "pueblo" del que hablan es muy pequeñito y con sus aportaciones difícilmente podrían sostenerse diócesis tan superfetatorias como la de Solsona.

Se comprometen más adelante a "manifestar ( ... ) nuestro dolor y nuestro enojo cuando ( ... ) se ataca a los catalanes como si nuestro nacionalismo fuera exacerbado, siendo así que no puede ser más abierto y dialogante (quizás demasiado)". Sería necesaria toda la sutileza de Sánchez Ferlosio para comentar adecuadamente la ambigüedad de ese "no puede ser más abierto" (porque, en efecto, según ellos no puede serlo más, es decir, han llegado al límite), corroborado por ese paréntesis esclarecedor: los clérigos se consideran ya (quizás) excesivamente abiertos y dialogantes. Bajo el azucarado lenguaje católico acecha la amarga amenaza de los pastores.

Sigue el compromiso de "recibir como hermanos a los castellanohablantes facilitándoles la integración en nuestro país, pero exigiéndoles también que respeten nuestra identidad como pueblo y que aprendan nuestra lengua como nosotros hemos tenido que aprender la suya". En este célebre párrafo la apertura ha tocado fondo y los pastores muestran su auténtico pensamiento. Con la magnanimidad del rico Epulón, se ufanan de recibir "corno hermanos" a los castellanohablantes. Olvidan decir que son quienes han pagado las carreras de los clérigos y quienes soportan por vía tributarla la actividad de los pastores. De manera que reciben como a hermanos a quienes les pagan el sueldo.

Generosidad infinita la de estos clérigos católicos, y milagro es que habiendo tenido que aprender latín no exijan también los castellanohablantes el aprendizaje de esa lengua que define la identidad de los clérigos con mucha mayor exactitud que el catalán. Lo triste de tanta soberbia es que no reciba respuesta ninguna por parte de una izquierda desarbolada y errátIca. Porque el lenguaje de estos caritativos pastores es el de los patronos cuando reciben como hermanos a sus obreros, el de los amos cuando reciben como hermanos a sus sirvientes, el de los señores cuando reciben a sus vasallos como hermanos. Es el lenguaje de la arrogancia, de la división, de la segregación, del conflicto. No ha sido suficiente explotar sin misericordia a los inmigrantes, ahora es preciso humillarles.

Es el lenguaje de los verdugos que, no contentos con exprimir a sus víctimas, quieren que las víctimas se confiesen culpables. Los mismos que ganaron la guerra de Franco contra los inmigrantes quieren ahora apropiarse de la democracia contra la misma gente. Ayer separaban a los rojos de los católicos para fusilarlos, ahora separan a los castellanohablantes de los catalanes para culpabilizarlos.

La insolente maniobra de la derecha clerical consiste en acusar a los "castellanohablantes" de aquellos desastres traídos por una guerra civil que ellos provocaron y ganaron; no ellos personalmente, claro está, sino sus antecesores en las mismas instituciones y con idéntica ideología. Ahora resulta que los culpables de la inmigración son los inmigrantes. Y todo ello, en nombre de Dios. El maligno siempre se disfraza de inocente.

Félix de Azúa es escritor.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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