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FERIA DE ABRIL

El toro soñado

Salió el toro soñado y le correspondió a Ortega Cano. No me diga.Hubo más toros soñados y les correspondieron a los otros espadas del cartel. Es lo que llaman justicia equitativa, que tomó cuerpo en la Maestranza. Porque hay Dios.

Porque hay Dios, Chamaco y el peón Manolo Osuna se libraron de sendas cornadas y ahora lo cuentan. Chamaco resultó indemne del volteretón que le pegó el primer toro en un capotazo, y luego, junto a la barrera, levantaba los brazos dando gracias al cielo. Osuna cayó en la briega y cuando el toro le iba a cornear, él mismo se hizo el quite revoloteando el capotón.

Estos extemporáneos incidentes estuvieron a punto de amargar una corrida que iba de guante blanco. Una corrida tan buena que casi ni se puede creer. Una corrida maravillosa. Una corrida noble y brava también. Ocurre, sin embargo, que entrando en liza la acorazada de picar, no hay bravura posible. Pe día el público que a los toros los pusieran de largo para las varas y así se hizo. Pero de qué valía si, al entrar el toro en jurisdicción, el individuo del castoreño lo acorralaba girando a su alrededor y le metía fierro con furia carnicera.

Domínguez / Ortega, Chamaco, Vázquez

Toros de María Luisa Domínguez, con trapío, bravos y nobles. Ortega Cano: pinchazo, estocada, rueda de peones y descabello (silencio); pinchazo, otro hondo -aviso- y dobla el toro (pitos). Chamaco: tres pinchazos y tres descabellos (silencio); estocada ladeada (oreja). Javier Vázquez: cuatro pinchazos y se echa el toro; se le perdonó un aviso (ovación y salida al tercio); media estocada tendida delantera caída y bajonazo descarado (palmas). Plaza de la Maestranza, 21 de abril. 17ª y última corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

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Toros rechazados

Y así todos. El que menos, Jack el Destripador.

En cuestión de colocar lejos los toros para la suerte de varas se llega a situaciones grotescas.

Mientras Javier Vázquez dejaba al tercero por el centro del redondel un espectador le gritó: "¡Ponle más lejos!". Lo hizo. Y el toro se arrancó, sí, pero no al picador de turno sino al que hacía puerta, pues lo tenía más cerca.

Poner a los toros lejos parece como si constituyera el fundamento de la prueba de bravura y no es eso, no es eso. Es justo al revés: colocarlos cerca de la raya y si se recrecen al castigo, irlos distanciando en los siguientes encuentros.

Tres varas es el mínimo indispensable para calibrar la bravura del toro. De largo, con fijeza y metiendo los riñones había tomado dos el cuarto y Ortega Cano tuvo el acierto de solicitar permiso (respetuosamente) para ensayar la tercera que, efectivamente, el toro tomó con inequívoca bravura.

Gran toro: ¡el toro soñado! Y le correspondió a Ortega Cano, no se sabría decir si por suerte o por desgracia. Quizá lo segundo, pues se le fue de rositas. Ortega Cano le montó una faena que no tenía orden ni concierto. Alternando continuamente izquierdas y derechas no encontraba ni el sitio, ni el gusto para conducir aquella embestida sensacional.

El quinto poseyó parecidas virtudes y el presidente lo cambió sólo con dos varas, con lo cual arruinó el gran espectáculo de la bravura que se estaba produciendo en el ruedo maestrante. Los presidentes: qué aficionados más malos.

Encastado el toro, Chamaco le hizo una faena enrabietada en la que destacaron dos tandas de naturales. Dos tandas en las que toreó ceñido, templado y hondo. Sí señor: así se torean los toros de casta. Emocionado el diestro, salió corriendo de repente, pegó un contoneo, se alborotó el pelo, se desabrochó el chaleco. Evidentemente era un conato de streap-tease. Mató de un estoconazo y ganó una oreja.

El toro tercero ya constituía un sueño excesivo. El toro tercero se pasaba de pastueñez y abrazaba la santidad. Javier Vázquez lo toreó de filigrana, especialmente por naturales, y echó a perder la bonita faena matando de cualquier manera. Los toros buenos resultaron demasiado buenos y cuantas creaciones artísticas intentó Javier Vázquez con el sexto cayeron en el vacío. El publico no se emocionaba lo que se dice nada, nada, nada.

Hubo un manso -no me diga-, que abrió plaza, y a la torería academicista de Ortega Cano correspondía buscando el retorno a los amorosos aromas del corral. Los mansos son muy suyos. El segundo estaba inválido y devino borrego... Es la ley de las siete y media: que te pasas o no llegas. Con esos dos, el ganadero se pasó. Con los otros cuatro rozó la gloria. Si en vez de la acorazada de picar hay en plaza toreros a caballo auténticos, la tradicional corrida de los Guardiola habría sido memorable.

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