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La batalla de Nápoles

Andrés Ortega

Francia y Estados Unidos andan a la greña en Nápoles, sede del mando Sur de la OTAN. En su búsqueda de una mayor europeización de la estructura militar de la OTAN, condición para su reintegración, Francia pretende que este mando recaiga en un europeo. Mas Estados Unidos se niega a tal cesión, argumentando que este mando resulta esencial, pues desde él se controla la Sexta Flota. Washington, que acepta la europeización para el mando centroeuropeo en Brunssum, se resiste a ceder en Nápoles.La disputa es real, y tras ella se esconde una auténtica lucha de poder entre París y Washington. No sólo por el control del Mediterráneo a través de la OTAN, sino también por la voluntad de primacía estadounidense en la política hacia Oriente Próximo, o por la política africana, que una vez más enfrenta a ambos países, como se puede apreciar en Zaire.

La acusación francesa, siempre formulada veladamente, es que, tal como está diseñada la reforma de la OTAN, Estados Unidos mantiene un alto grado de autonomía hacia Oriente Próximo y África, mientras los europeos la pierden. El mando de la OTAN en la zona cubre estrictamente las aguas del Mediterráneo y los territorios de los países miembros de la Alianza Atlántica. El mando superpuesto -es decir, simplemente con otra gorra- de Estados Unidos en la zona llega hasta Afganistán, en un extremo, y hasta el cuerno de Africa por otro. En este esquema, el Mediterráneo es visto por Estados Unidos como un gran portaviones. Pero tal visión no se limita a este mando napolitano, sino que también parece afectar al interés por el norte de Africa u Oriente Próximo desde el mando atlántico (SACLANT), cuyas fronteras estratégicas también están dando mucho de que hablar.

Los franceses dicen que así EE UU se asegura que los europeos le seguirán -o, por lo menos, no actuarán en su contra- en toda acción que emprendan en estas zonas. Es decir, que podrán llevar a los europeos a su huerto. Mientras les resultará mucho más difícil a los europeos llevar al suyo a Estados Unidos.

Se han buscado diversas soluciones: crear un adjunto europeo en Nápoles que dependiera directamente del adjunto, europeo, al Mando Supremo Aliado en Europa; dividir los mandos en el Mediterráneo entre Este y Oeste; crear una fuerza de acción rápida para la zona bajo mando francés; aplazar la decisión unos años, etc. El caso es que París no ceja en su insistencia de que la europeización de la Alianza Atlántica no sea sólo real, sino también visible.

El asunto ha crecido en exceso. Chirac dirigió, casi al principio de la disputa, una carta a Clinton para expresarle sus condiciones, lo que impidió desbrozar previamente el camino a niveles más bajos. Además, el asunto se ha politizado internamente en Francia, al criticar parte de la oposición socialista la reintegración de Francia en la estructura militar de la OTAN, anunciada por Chirac en diciembre de 1995, casi 30 años después de la polémica decisión de Charles de Gaulle.

En sus demandas, Francia parece contar al menos con el apoyo de Alemania. Pero poco más. Muchos aliados, en el fondo, prefieren que EE UU y su Sexta Flota sigan en primera línea en el Mediterráneo. Chirac parece haberse dado hasta finales de mayo para resolver la situación. Si no hay acuerdo para entonces, la OTAN podría dejar a Francia en la cuneta, o Francia bajarse del carro de la reintegración. Lo que a su vez podría dificultar la reforma interna de la OTAN, e incluso plantear problemas -aunque también oportunidades de un mayor papel en el Mediterráneo- a España respecto a sus modalidades de integración militar en la Alianza Atlántica.

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Acertadamente, diagnostica Daniel Vernet en Le Monde: "La cuestión del mando sur de la OTAN se ha convertido para Francia en el barómetro de la buena voluntad norteamericana"-. A la inversa, probablemente, también.

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