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Tribuna
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El atolladero

Hace dos semanas los jefazos de Hollywood se reunieron detrás de una puerta cerrada a cal y canto. Su sarao, para la galería, era una pifia que festejaba los vertiginosos aumentos del volumen de su negocio audiovisual durante 1996. Pero los cronistas que husmeaban en los alrededores del conciliábulo contaron en sus periódicos algo distinto: entró al banquete un gang de eufóricos que, al cabo de unas horas, salió convertido en parroquia de un funeral.Lo que allí por lo visto se coció fue un ritual en frac de la cuenta de la abuela, con una deducción y una pregunta algo espeluznante como fondo. Los ceros a la derecha de las cifras de embolse de las majors californianas han crecido, pero no más que los de las cifras de sus gastos, equilibrio de puntillas sobre una cuerda floja que, así como suena, ha elevado a una media de 60 millones de dólares -alrededor de ocho mil millones de pesetas, es decir: entre quince y veinte películas europeas- el costo medio por película de ésa su (para colmo indigerible) cosecha anual de moderneces envilecedoras y de efectos especiales estragantes, que no llegan a la altura del pato del derroche de imaginación visual que hace dos décadas nos legó (y ahí sigue, mejor que intacta, en crecimiento) La guerra de las galaxias.

Deducción obvia: de seguir así, sólo gastando, más y más cada año -de ahí que anuncien un 1997 aún más manirroto y plagado de catástrofes de laboratorio- podrá mantenerse una huida hacia adelante de tan enloquecidas proporciones. Y la pregunta: ¿puede frenarse desde dentro esa huida? tiene tufo a incógnita aterradora, porque enuncia un atolladero, ya que basta que una película pinche para que todo el enorme tinglado de Hollywood se tambalee. Y una deducción derivada menos obvia, pero más grave: si a estas alturas de su huida hacia adelante no puede permitirse el lujo de pinchar, a Hollywood no le queda otra alternativa que (puesto que sus películas no se defienden en la pantalla) defenderlas desde fuera de ella, aumentando la ya casi insostenible presión publicitaria y colonizadora de audiencias en todo el mundo.

No es una película de Hollywood, sino Hollywood entero quien la madrugada del martes pinchó en la fiesta anual a su propio ombligo. Ya lo hizo en la preselección de películas candidatas, pues en el año del gran desembolso sólo una de las cinco elegidas era suya, Jerry Maguire, y tan mediocre que la histérica campaña del stablishment para sacarla triunfadora al precio que fuera -como logró en 1995 con Forrest Gump y en 1996 con Braveheart, tras su mosqueo por los triunfos precedentes de El silencio de los corderos, Sin perdón y La lista de Schindler, -que al contrario que aquellas son cine y de estirpe independiente- le ha salido en forma de tiro por la culata.

No parece probable que los miembros de la Academia desatendiesen la presión de sus jefes -denunciada abiertamente por la prensa estadounidense- por razones éticas o de simple convicción o decoro profesional, imaginando el ridículo que hubiera supuesto encumbrar a una memez propia a costa de cuatro excelencias ajenas: ya lo han hecho otras veces. Es más probable que los académicos votaran contra las cúpulas de Hollywood llevados por el terror que les causa ese atolladero en que sus dirigentes les han metido. Las duras palabras que dedicaron al asunto dos ganadores con las espaldas cubiertas, Frances McDormand y Saul Zaentz, son más que elocuentes.

La maravillosa actriz de Fargo forma parte de uno de los grupos de cineastas independientes más odiados por las cúpulas de Hollywood, el de los hermanos Coen; y el viejo y terco productor de Alguien voló sobre el nido del cuco se desquitó de haberse sacado a tiras la piel de la lengua intentando hacer ver a los conductores de una armada cuyos buques insignia son nada menos que Jerry Maguire e Independence day (dos de las peores películas de que hay noticia) que el guión de El paciente inglés era un buen asunto y merecía la pena filmarlo.

Y es que en la cúpula de los sueños del mundo mandan miopías que dan risa: por ejemplo, oír que la Fox condicionara su participación en El paciente inglés a que la protagonizase Demi Moore, que un día antes de los oscars fue proclamada la peor actriz del ano por su egregio engendro de Striptease. ¿Cómo es posible que la vieja fuente del cine esté gobernada por gente que no tiene ni la menor idea de cómo hay que leer un guión y medir las capacidades de una actriz?

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