El juez de la horca
Nos han gustado siempre mucho dos géneros de cine, el de periodistas y el de juicios. Destaca en los dos, como en casi todos, Hollywood, hasta el punto de que Pilar Miró, escasamente sospechosa de antipatriotismo cinematográfico, se preguntaba hace unos meses: "¿por qué no sabemos hacer películas de juicios?". Su pregunta formaba parte de un largo artículo publicado en el libro Abogados de cine, que el Ilustre Colegio de Madrid, en asociación con la editorial Castalia, encargó a una serie de cineastas y escritores para conmemorar su cuarto centenario; en él Miró, después de un detallado análisis de tres películas americanas centradas en un tribunal, llegaba a una arriesgada conclusión: el género no se sabe hacer entre nosotros porque en España los juicios reales son chapuceros.Mientras alimentamos por un lado la sospecha de que los jurados populares del caso Itsasondo, entre los que habría sin duda algunos hombres buenos, llegaron a su alarmante veredicto final por hacer mal la anatomía del asesinato, concluyendo de hecho que matar a dos ertzainas es como matar a un ruiseñor, se acentúa, por otro, el paralelismo entre la vida judicial española y el western.
El valor y heroísmo de algunos jueces en el actual momento español, por no hablar del sacrificio a la justicia que otros han hecho con sus vidas, escapa a toda consideración frívola, pero aquí, aclaro, nos referimos a otro tipo de magistrados, por desgracia más visible y pertinaz que el primero, el del juez estrella (de cine), dado a "los aspavientos y las teatralidades" y buscador de "la cartelera", en palabras del presidente del Tribunal Supremo de Justicia de Andalucía, Augusto Méndez de Lugo, en su memoria institucional correspondiente a 1996. Repartiendo una parte de culpa en este "auge y caída de los jueces estrella" a los periodistas, personajes de su propio género, Méndez de Lugo advierte claramente contra esa "dinámica vertiginosa de primera página en la que son los propios jueces los que intervienen como interlocutores directos con la prensa, radio o televisión".
Un crítico de cine que también ejerce de fiscal del Tribunal Constitucional, Eduardo Torres-Dulce, dedica su artículo en Abogados de cine al maestro John Ford, una de cuyas películas inolvidables, El hombre que mató a Liberty Valance, mezcla en la leyenda el papel de la prensa y los límites de la abogacía.Lo que mas me llamó la atención del texto de Torres-Dulce es la distinción que hace, al hablar del difícil establemiento de la juscia en el Far West, entre el Orden, encomendado a sheriffs y marshalls a menudo confundibles con los propios cuatreros a quienes han de perseguir, y la Ley, que requería el nombramiento oficial de un juez.
Pero ya es sabido que las fronteras en el salvaje oeste eran frágiles, y no faltaron jueces Roy Bean, el muy explotado cinematográficamente juez de la horca, famoso en la época por sus amores ruidosos, sus veredictos no siempre ajustados a la norma jurídica y el escenario donde los dictaba, un tribunal con barra de copas, mesas de juego y un estrado para la bella cantante.
La sensación de los últimos días es que en el camino del estrellato periodístico algunos jueces juntan la Ley y el Orden con un celo muy preocupante. El Presidente del Tribunal Superior en este caso vasco, Manuel María Zorrilla, reprendió a otros jueces que le quitaron la razón para dársela a su litigante esposa, quien le reclamaba el impago de su divorcio. Y un estupendo gag -recuérdese que hay westerns cómicos- del proteico juez Gómez de Liaño, justificar que su reclamación del listado de los abonados de Canal +, no vulnera la intimidad porque "el requerimiento lo hace un tribunal de justicia". En un país donde los filmes, perdón, los juicios, se hicieran sin chapucería, tendría sentido.
Pero aquí no ya el secreto del sumario sino la más elemental discreción ha dejado de estar garantizada en los tribunales, como bien saben algunos implicados del caso Arny -por cierto, no se oye nada de esa formidable Calamity Jane sevillana, la juez Auxiliadora- cuyas citaciones judiciales eran radiadas por las emisoras antes recibirlas ellos. El buen aficionado siempre supo que es peligroso mezclar en una sola película dos géneros.
Babelia
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