Los rossinianos
El belcanto contraataca. En épocas turbulentas del ambiente lírico español, abandonarse al remanso vocal de Rossini, Bellini o Donizetti es siempre una llamada a la recuperación de unas señas de identidad a veces aparcadas. De los tres, mosqueteros del canto, Rossini es el que goza de mayor número de seguidores. Se encargan ellos mismos de fijar distancias respecto a Donizetti o Bellini. Ser o definirse como rossiniano es algo más que una inclinación musical. Los rossinianos descienden directamente de Epicuro. Su apego al gozo terrenal es firme y buscan una felicidad corpórea e inmediata. Tienen un punto de ironía escéptico, como su maestro, y con ella se enfrentan, a las situaciones más insólitas. Su filosofía de la vida es un cruce, por así decirlo, de lo que defienden en sus escritos Emilio Lledó y, Fernando Savater, dos pensadores que no por casualidad frecuentan las óperas de Rossini cuando tienen ocasión.La gastronomía estimula a los rossinianos e incluso cuando se desgrana el rosario de trinos, escalas, coloraturas, diminuendos, esfumaturas picados y otras lindezas del canto del Cisne de Pesaro a muchos se les despierta un apetito atroz. Juan Mari Arzak en San Sebastián o Abraham, García desde Viridiana en Madrid son, desde la cocina, los sumos sacerdotes de la defensa de Rossini en España. No es casual. San Sebastián y Madrid son dos de las ciudades más rossinianas fuera de Italia. Es una cuestión de elección. Barcelona se inclinó por Wagner, Bilbao por Verdi y Granada por Falla.
Alberto Zedda ha sido el principal agitador en Madrid para mantener vivo el espíritu rossiniano. "Rossini es él", dijo Riccardo Chailly anteayer después de su concierto con la Concertgebouw de Amsterdam en que, velando armas para su próxima dirección de El turco en Italia en La Scala, de Milán, ofreció una trepidante obertura de Guillermo Tell. Zedda es el director de la Academia Rossiniana de Pésaro y conoce hasta los últimos entresijos del compositor. Mantener la tradición rossiniana en España es para Zedda casi una misión religiosa. Y como un rosario recuerda continuamente la tradición de cantantes rossinianos de este país, desde Isabel Colbran, Manuel García, María Malibrán, Conchita Supervía, Montserrat Caballé, Teresa Berganza (su casa se llama Rossiniana), María Bayo, Enedina Lloris...
Enedina Lloris. ¿Qué ha sido de la gran soprano valenciana ausente de los escenarios desde 1990? En el mismo montaje de Pizzi del Tancredi que se está viendo estos días en Madrid, cantó en el Liceo de Barcelona en 1989 una Amenaide que dejó asombrada a la mismísima Marilyn Horne. La copia de aquella grabación televisada (era la época de Pilar Miró pomo directora de RTVE) ha circulado estos días como oro puro entre los rossinianos, madrileños. Un hipertiroidismo apartó a Enedina de los teatros. Recuerdo una frase suya: "Cantar Rossini es de lo más sano y gratificante para la voz". Ahora da clases de canto y se ha empeñado en una labor ejemplar adaptar al valenciano (o español) y producir óperas breves con jóvenes cantantes, realizando giras escenificadas por institutos, locales de bandas, casinos y teatros de la región levantina. De La serva padrona de Pergolesi llevan ya 115 funciones; Rita de Donizetti lleva parecido camino.
¿Cuál es el secreto de la atracción rossiniana? El propio compositor lo definió mejor que nadie: "Melodía sencilla, ritmo claro". No hay lógica de desarrollo dramático que resista a la belleza de un dúo (los dos de Tancredi, por ejemplo, son espléndidos). No hay nada comparable al es plendor de un canto, en cierta medida abstracto e intercambiable ¿le una situación a otra, cuya única función es la explosión de las posibilidades melódicas y ornamentadas de la voz humana. Por ello Rossini incita al placer. Al placer de la música, al placer de la vida.
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