Europa y la 'fatwa'
Europa comienza, como nos recuerda el escritor italiano Roberto Calasso en Las bodas de Cadmo y Harmonía, con un toro y un ultraje. Europa era una doncella asiática raptada por un dios (que se transformó, para la ocasión, en un toro blanco) y permaneció cautiva en una tierra nueva que, con el tiempo, llevaría su nombre. Prisionera del inagotable deseo de carne mortal de Zeus, Europa ha sido vengada por la historia. Hoy Zeus no es más que una historia. Y no tiene poder; pero Europa está viva.En los primeros albores de la idea de Europa hay, por lo tanto, una lucha desigual entre hombres y dioses, y una lección alentadora: que, aunque el torodios puede ganar el primer asalto, es la doncella-continente la que finalmente triunfa.
También yo he tenido una escaramuza con un Zeus posterior, aunque hasta ahora sus rayos han fallado el blanco. Muchos otros -en Argelia y Egipto, así como en Irán- han sido menos afortunados. Los que estamos implicados en esta batalla hace tiempo que hemos comprendido de qué se trata. Se trata del derecho que tienen los seres humanos, sus pensamientos, sus obras de arte, a sobrevivir a esos rayos; y a prevalecer sobre la autocracia antojadiza de cualquier olimpo en boga. Se trata del derecho a emitir juicios morales, intelectuales y artísticos sin tener que preocuparse del día del Juicio Final.
Los mitos griegos son las raíces meridionales de Europa. En el otro extremo del continente, las viejas leyendas nórdicas sobre la creación informan también del relevo de los dioses por la raza humana. La batalla final entre los dioses nórdicos y sus terribles enemigos ya ha concluido. Los dioses han matado a sus enemigos y han sido matados por ellos. Ahora, nos dicen, ha llegado la hora de tomar el relevo. Ya no hay dioses que nos ayuden. Estamos solos. O, por decirlo de otra manera (porque los dioses también son tiranos): somos libres. La pérdida de lo divino nos sitúa en el centro de la escena, para construirnos nuestra propia moralidad, nuestras propias comunidades; para hacer nuestras propias elecciones; para valernos por nosotros mismos.
De nuevo encontramos en las primeras ideas de Europa el énfasis de lo humano sobre y por encima de lo que, en un momento u otro, se considera divino. Puede que los dioses vengan y puede que se vayan, pero nosotros, con un poco de suerte, seguimos para siempre.
El acento humanista es uno de los aspectos para mí más atractivos del pensamiento europeo. Se puede argumentar que Europa también ha estado, durante su larga historia, a favor de la conquista, el pillaje, las exterminaciones y las inquisiciones. Pero ahora que se nos pide que tomemos parte en la creación de una nueva Europa, es provechoso recordar los mejores significados de esa resonante palabra. Porque hay una Europa que importa a muchos, si no a la mayoría, de sus ciudadanos. No es una Europa del dinero o la burocracia. Dado que la palabra "cultura" se ha degradado por exceso de uso, preferiría no utilizarla. La Europa de la que merece la pena hablar, la que merece la pena recrear, es más que una "cultura". Es una civilización.Hoy escucho los ecos melancólicos de un pequeño, intelectualmente empobrecido y patéticamente violento ataque a los valores de esa civilización. Me refiero, siento decirlo, a la fatwa de Jomeini, de la que se cumple hoy el octavo aniversario, y a los últimos ecos bárbaros sobre la recompensa procedentes de la organización títere del Gobierno iraní, la Fundación Jordad 15. También siento decir que la respuesta de la UE a tales amenazas sido poco más que el mantenimiento de una fachada. En una palabra, no ha conseguido nada. La Europa que pretenden los europeos habría hecho algo más que una mera declaración de lo inaceptable de dicho ataque. Habría hecho la máxima presión sobre Irán, a la vez que habría eliminado en la medida de lo posible la presión sobre las vidas de los amenazados. Lo que ha ocurrido es exactamente lo contrario. En este asunto, Irán está bajo muy poca presión (incluso yo diría que ninguna), mientras que, durante ocho años, algunos de nosotros hemos estado bajo bastante tensión.
En estos ocho años he podido entender los errores que subyacen en el corazón de la nueva Europa. He escuchado decir al ministro de Asuntos Exteriores alemán, mientras se encogía de hombros, que "hay un límite" a lo que la UE está dispuesta a hacer a favor de los derechos humanos, (Unos meses después de esta declaración, Alemania, que entonces era el mayor socio comercial de Irán, dio la bienvenida con todos los honores al terrorista jefe de Irán, el ministro encargado de los Servicios Secretos, Fallahian. Mi editor noruego, William Nygaard, fue asesinado la semana siguiente a la triunfal gira de Fallahian). He oído al ministro de Asuntos Exteriores belga decirme que la UE sabe todo acerca de las actividades terroristas de Irán contra sus disidentes en suelo europeo. Pero, ¿en cuanto a acción? Sólo una sonrisa hastiada; sólo otro encogimiento de hombros. Durante la presidencia italiana de la UE, el ministro de Asuntos Exteriores italiano se negó a contestar -incluso a acusar recibo- nuestras cartas sobre el tema. ¡Y ahora, me siento obligado en Holanda a explicar a funcionarios de Asuntos Exteriores por qué no sería una buena idea que la UE aceptara la validez de la fatwa por motivos religiosos!
Se me ha negado la entrada en Dinamarca basándose en una pretendida "amenaza explícita" contra mi vida, una amenaza que se desvaneció misteriosamente ante la clamorosa protesta pública; pero sé que Dinamarca, importante exportadora de queso feta a Irán, está intentando intensamente aumentar sus relaciones comerciales con ese país. Durante la presidencia irlandesa, que acaba de concluir, se me ofreció una reunión con Dick Spring, que luego, extrañamente, costó seis meses y mucha insistencia fijar. En esa reunión, Spring me aseguró que en las conclusiones de la Cumbre de Dublín se incluiría una severa declaración sobre la fatwa. Jamás se hizo esa declaración. (Irlanda también está intentando ampliar su comercio con Irán).
Esta nueva Europa no me ha parecido una civilización. En conjunto, es una empresa mucho más cínica.
Los dirigentes de la UE alaban de boquilla los grandes ideales europeos: libertad de expresión, derechos humanos, Ilustración, derecho a disentir, importancia de la separación entre la Iglesia y el Estado. Pero cuando estos ideales se enfrentan a las poderosas banalidades de lo que se denomina "realidad" -comercio, dinero, armas, poder-, es la libertad la que cae en picado. Cuando se trata del queso danés o de la carne irlandesa frente a la Convención Europea de Derechos Humanos, no esperen que sea la libre expresión la que gane. Hablando como europeo comprometido, basta para convertirte en un euroescéptico. Dentro de unos meses, el Reino Unido entrará en la troika de la UE y, durante año y medio, tendrá una auténtica oportunidad de resolver este problema. Espero -y creo que, después de tanto tiempo, tengo derecho a esperar- que el Gobierno británico, en ese periodo, sea mucho más activo de lo que ha sido. He aprendido que gran parte de la diplomacia se compone de inclinaciones de cabeza y de guiños. La extrema pasividad del Foreign Office ha permitido que el resto de la UE se durmiera en este tema, y ha enviado el mensaje a los iraníes de que no hay necesidad de que hagan nada. Por supuesto, me complace que el Foreign Office haya condenado la nueva oferta de recompensa, pero unas cuantas palabras duras una vez al año no sustituyen a toda una política.
Al igual que muchos de mis paisanos británicos, espero que pronto haya un nuevo Gobierno laborista. Llevo mucho tiempo instando al que puede ser el próximo Gobierno a que comprenda la importancia de las artes para transmitir el sentido de renovación nacional que los laboristas deben intentar rápidamente. Hoy, en este' aniversario vergonzoso, pido a Blair que venga en ayuda de este artista en particular. Como él sabe, y ha sido tan amable como para decirmelo, los principios afectados" van mucho más allá de la supervivencia de un individuo en particular. Le pido que traiga un nuevo espíritu de urgencia a la lucha contra el Zeus de Irán y su intento de secuestrar nuestras libertades; y al hacerlo, demuestre el compromiso del nuevo laborismo con el auténtico espíritu de Europa, no sólo con una comunidad económica o una unión monetaria, sino con la civilización europea.
Babelia
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