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Adiós al federalismo

Andrés Ortega

La Unión Europea que se está forjando, ya sea en el proceso hacia la moneda única o en la Conferencia Intergubernamental para la reforma del Tratado de Maastricht, dista mucho del sueño federal, incluso federalizante, que albergaban algunos. Y, en la medida en que se puede asegurar, estamos ante una última oportunidad. Después de la reforma y de la moneda vendrá la ampliación, y si una tal idea de Europa resultaba ya difícil con 15 Estados, con 30 cobra tintes de imposibilidad. Por el contrario, la línea de avance por la que se adentró la presidencia irlandesa y ahora la holandesa resulta más modesta, pero quizás más realista: la ya fijada en el Tratado de Maastricht de ir creando una "Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa". La actual generación de líderes europeos es menos euroentusiasta que la quinta de Maastricht, de la que sólo queda su pilar fundamental, Helmut Kohl, de cuya boca, sin embargo, ha desaparecido el vocablo "federal".Europa se está construyendo como un sistema político sui géneris. Aunque al pensar en Estado broten enseguida conceptos como una moneda y una economía, una legislación y una policía, un ejército y una diplomacia, la traducción de todos ello al europeo produce cosas bien distintas. Va a haber moneda única, el euro, pero probablemente no para todos, y en buena parte regida por un Banco Central Europeo "independiente" de las fuerzas políticas, según el modelo alemán que casi todos los países europeos han adoptado -aun con la significativa excepción británica- en aras de la eficacia antes que de la democracia. La política económica se va a llevar a cabo desde unos parámetros europeos, pero de forma coordinada antes que integrada. Elementos esenciales como la distribución de las partidas de gastos, la solidaridad entre territorios o generaciones, o la política de empleo permanecerán, en principio, esencialmente en manos nacionales.

La Identidad Europea de Seguridad y Defensa que se está diseñando recae principalmente bajo el paraguas organizativo de una OTAN europeizada, sí, pero en la que la última palabra la tendrá Estados Unidos. Nos guste o no, una verdadera autonomía europea en este terreno tendría un altísimo coste económico que casi ningún país de la UE está dispuesto a pagar.

Esta integración europea es una transacción entre intereses a menudo muy diversos. Y entre culturas políticas, económicas, jurídicas, policiales, diplomáticas e incluso militares también variadas. Los pasos se van dando. Mas a menudo se desconocen sus verdaderas consecuencias. Pues ¿quién sabe de verdad cuáles van a ser los efectos de la moneda única? La esperanza de muchos, y el temor de otros, es que fuerce a una mayor integración no sólo económica, sino también política.

El federalismo, como concepto vertical, jerarquizante y nivelador, es un principio centralizador de soberanías nacionales dispersas. En esta construcción de Europa estamos más bien en un mundo en que priman esos laberintos que Jaeques Attali viene a llamar caminos de sabiduría. Para entenderlos pueden resultar más útiles las teorías empresariales que las de la política. Así, la Comisión Europea, capitidisminuida desde Maastricht, tiene también algo de consejo de administración, además de consejo de dirección.

La Unión, a medida que se amplía, se va haciendo más dispar en su composición como para poder hablar de un federalismo que los fundadores de las Comunidades Europeas ni siquiera se plantearon a seis. En este marco, la idea de flexibilidad, cooperación reforzada o geometría variable puede resultar útil para mantener el rumbo de la integración, pero choca con cualquier idea federalizante. Jacques Delors habla de avanzar hacia una "federación de Estados naciones", lo cual no deja de ser una denominación paradójica. No se está -ya o aún- construyendo unos Estados Unidos de Europa, sino unos Estados Unidos en Europa. Bastante unidos, a decir verdad. Lo que, dadas la historia europea y la virulencia de sus nacionalismos, no es poca cosa.

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