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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ruidosa sentencia

SI EL ruido es la forma de interrupción más impertinente, como lo definía Schopenhauer, hay casos en los que esa impertinencia se vuelve permanente y, por tanto, insoportable. La sentencia de una juez que condena a una empresa y al Ayuntamiento murciano de Alguazas por causar molestias y ruidos excesivos con una fábrica constituye una primicia en España. Aunque recurrible, y por tanto de incierto futuro, es la primera vez que la justicia atiende a un caso de este tipo. Es una condena de la impertinencia.El texto judicial condena a la empresa que había instalado una factoría de congelados a pocos metros de una residencia familiar, y al Ayuntamiento que no lo había impedido, a indemnizar con casi 50 millones de pesetas a una familia por los perjuicios causados a las personas -cifra que crecerá mientras prosiga el daño- y al precio de una finca que se había devaluado por esta contaminación sonora. La juez se ha basado en que tales ruidos perturbaban en la vida cotidiana y constituían un ataque a la paz del domicilio, la intimidad familiar y el descanso nocturno, de acuerdo con la Ley de Protección del Honor, la Intimidad y la Vida Privada, y en línea con una anterior sentencia del Tribunal de Estrasburgo respecto a un caso ocurrido en España de contaminación por malos olores.

Bien está. Pero son de lamentar las carencias de la legislación española respecto a la contaminación acústica, cada vez más importante no sólo en las grandes ciudades, como refleja el caso de Alguazas. La contaminación por ruido u otras causas, especialmente si son permitidas o no combatidas por las autoridades -en este caso, un ayuntamiento-, deberían al menos dar derecho a algunas compensaciones cuasi automáticas. En el Reino Unido, por ejemplo, cuando la calle en que se sitúa una casa o apartamento se ve sometida a nuevos niveles de ruidos u otras inconveniencias, los residentes pueden verse premiados con una rebaja en los impuestos locales. Y es que, de no poderse eliminar las perturbaciones en su origen, soportar la impertinencia del ruido merece, al menos, alguna compensación.

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