"Yo les daba la absolución a quienes me lo pedían"
ENVIADO ESPECIAL El jesuita burgalés Luis Martínez Dueñas, de 67 años, recuerda con pena la presencia de dos guerrilleras adolescentes en el comando del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA) que la noche del martes asaltó la Embajada japonesa en Lima. "No dijeron una palabra". El sacerdote español, amigo personal del embajador nipón en Perú y capellán de la colonia japonesa católica, se ofreció como rehén a cambio de la liberación del ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Tudela, presente entre los aproximadamente 350 rehenes, todavía en la residencia diplomática. El jesuita, con un batín azul claro y un pijama de rayas blancas y azules, descansa en un hospital residencia de la orden en Lima. Ayer recibió a la prensa e interrumpe la entrevista con constantes llamadas procedentes de España.
Pregunta. ¿Le tocó estar junto al ministro Tudela?
Respuesta. Por casualidad o coincidencia me tocó dormir las tres noches junto al ministro de Asuntos Exteriores. El cree que es el blanco principal del comando. Yo le dije con toda franqueza que si a él lo hubieran de escoger como rehén principal yo me ofrecería en su lugar. Sospecho que no lo hubieran aceptado, pero era un gesto para darle tranquilidad.
P. ¿Qué le comentaba?
R. Ayer -viernes-, antes de que decidieran liberar a 38 me decía: "Usted se ofreció a morir mártir en Japón [país en el que el Luis Martínez Dueñas vivió durante 12 años] y vamos a morir mártires aquí.
P. ¿Cómo se dio cuenta de que se trataba de un asalto guerrillero?
R. Lo intuí antes de ir a la recepción. Son presagios.
P. ¿Cómo empezó todo?
R. Segundos después de las primeras explosiones comenzó la balacera y fue horrible, horrible. Millones de balas que habrán salido allá. Nos tiramos todos al suelo y escuchamos las voces del MRTA: "¡Que nadie levante la cabeza o disparamos!". Una señora me dijo: "Padre, estando junto a usted no tengo miedo".
P. ¿Y usted no tenía miedo?
R. Más que ella.
P. ¿Cómo se portó la gente?
R. Quiero destacar al embajador japonés, que se portó maravillosamente. Sacó todo lo que tenía. Repartió todas sus camisas, 30 o 40; sacó latas y repartió whisky.
P. ¿Supo el comando que usted era sacerdote?
R. Sí, porque nos identificaron a todos. Nos dividieron en cuatro cuartos abajo y siete arriba.
P. ¿Hablaban los rehenes con los secuestradores?
R. Todo el tiempo. Todos hablamos entre todos. Uno me dijo: "Yo también soy católico".
P. ¿Cómo fueron las primeras horas?
R. Cargaron y descargaron las metralletas y nos ponían los pelos de punta. Se fijaban mucho en los extranjeros.
P. ¿Cómo se formó la delegación diplomática?
R. Ellos querían una representación fuerte de Europa. E insistieron en Francia. También preguntaron por España, pero no estaba el embajador. Al encargado de negocios [Estanislao. de Grandes] lo vi tranquilo, me invitó a fumar. Al otro español [el empresario Manuel Torrado] no lo vi.
P. ¿Escucharon las razones de los secuestradores?
R. Sí, anteanoche nos dieron una conferencia de una hora sobre la situación de Perú.
P. ¿Los rehenes preguntaban?
R. Sí. La actitud de los terroristas no la acabo de entender. Primero fue de una gran fiereza y luego no. "Todos somos hermanos", nos decían. "Todos somos compas aquí". Todos ellos eran muy correctos y pedían permiso para entrar y salir y nosotros hacíamos lo mismo.
P. ¿Cómo interpreta esa actitud?
R. No sé, no sé. Yo nunca quise hablar con ellos. No sabía su actitud hacia mí. Cuando les decía: ".Soy sacerdote. ¿Puedo ir abajo?". "No", me decían, sin molestarse.
P. ¿Se les veía decididos a todo?
R. Sí. "Si el Gobierno no accede a la liberación de nuestros compañeros, aquí vamos a morir todos", insistían.
P. ¿Y usted se asustó alguna vez?
R. Sí, nos pegamos un gran susto cuando hicieron estallar una granada fuera. "¡Todo al mundo al suelo", gritaron. Aunque yo creo que sabían que esa granada era de ellos. Una cosa psicológica. Estuvimos boca abajo en el suelo media hora. Nos decían que el edificio estaba minado.
P. ¿Vio las cargas?
R. No, porque las cortinas estaban cerradas. Ellos siempre andaban con la metralleta y la pistola en la mano y una mochila donde supuestamente llevaban granadas, pero no creo que fuera así, porque ayer las chicas dejaron las mochilas en el suelo y las podíamos haber cogido.
P. ¿Cómo visten?
R. Todos igualitos. De oscuro. Primero se taparon la cara, luego no.
P. ¿Le pidió alguien confesión?
R. Sí, confesé a ocho personas. Yo les daba la absolución a quienes me lo pedían. Sin escucharles. Dios ya sabe todo lo bueno o regular o lo que no hemos hecho.
P. ¿Quiénes se confesaron?
R. No voy a decir nombres. Yo pasaba por las habitaciones y daba la absolución sin que se dieran cuenta para no alarmar.
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