Es de día
Aquí y allí, convocadas por las efemérides y otras circunstancias, surgen las rememoraciones del pasado más o menos inmediato. Nada que objetar a esto, ¿cómo íbamos a hacerlo? Lo que sí es objetable es el punto de complacencia que a veces se observa en algunas de ellas. Porque son rememoraciones que evocan inevitables noches oscuras y que parecen hacerse desde una conciencia solar. Solar y optimista.Pero no hay fantasmas peores que aquellos que ilumina el sol. Y ocurre que el sol es duro y terco y alumbra a millares de refugiados por los caminos de Zaire que nos tocan el corazón, pero no la cabeza, porque casi nadie se molesta en explicar qué sucede de verdad y por qué sucede. Y ocurre que el sol alumbra también, y bien cerca, mucho más cerca que a los desdichados del África negra, a los marroquíes que, una y otra vez, han intentado durante el pasado verano desembarcar con sus pateras en las costas de Andalucía, y que volverán a intentarlo el próximo y el otro, y el otro también, sin que a nadie hasta ahora se le haya ocurrido cambiar de actitud. No cambió Felipe González cuando gobernaba pese a que proclamó públicamente su comprensión ante lo que hacían esos desesperados; no ha cambiado este Gobierno del PP, sin que las sabias palabras de Mario Vargas Llosa sobre la necesidad de abrir la mano a los inmigrantes hayan tenido hasta ahora ninguna repercusión en quienes nos gobiernan. De momento, lo que hicieron fue tratarlos como a sellos. Y eso que se confiesan admiradores del neoliberalismo del gran escritor. Parciales admiradores parciales, ya se ve.
Es de día, sí. Un día mediocre, anodino, macilento, aunque sin duda preferible a las noches de otros tiempos. No se nos ocurra volver a ellas, pero tengamos cuidado con las rememoraciones complacientes. La magnífica serie de Victoria Prego sobre la transición sólo tuvo un defecto a mi juicio: algunas veces (Mahler sonando al fondo) el montaje rozaba lo patético, un patetismo que podía alimentar la complacencia retrospectiva. Porque casi nada hubo de trágico ni de épico en aquella transición, salvadas ciertamente las víctimas del fascismo azulpardo y el integrismo asesino de ETA.
No todo, por otra parte, fue lirismo en una operación política que sirvió, también para defender los intereses del emergente capitalismo español, gravemente comprometidos con la pervivencia de un régimen tan caduco como el franquismo. Veinte años después de aquella fecha, cuando nos aprietan las tuercas por todas partes y Maastricht es el altar donde están dispuestos a inmolamos a todos, pues con su voceada convergencia ha vuelto el viejo lenguaje teologal del sacrificio que nos recuerda la necesidad del esfuerzo, de apretamos el cinturón y no cambiamos la camisa, veinte años después, digo, como si estuviera vivo el propio Arias Navarro, el mejor alcalde de Madrid desde Carlos III, según cantaban algunos exaltados cronistas de entonces, se arrasa todo el subsuelo de la plaza de Oriente para que el gran negocio lo sea hasta las últimas consecuencias. Las piedras para los muertos, los vivos -los vivos- a la especulación, que ya dijo Marinetti, que acabó siendo fascista, que un automóvil es más bello que la Victoria de Samotracia. Tontos los progres que defienden lo contrario. Tontos, que no se enteran de nada, y así les va, amando ruinas, besando escombros, abrazando naderías, buzos de las ruinas, topos de las piedras, eruditos de las alcantarillas, ciegos y sordos todos a los grandiosos, bellos, fragantes aparcamientos subterráneos, tan útiles para el pueblo trabajador, que tanto goza de su automóvil.
Es de día. Un día para clamar, entre otras cosas, que los alcaldes no pueden cargarse la historia a golpes de piqueta, que ningún voto autoriza a eso, que la democracia es, o debiera ser, participativa, inmediata, directa, si quiere tener derecho a seguir llamándose así, y que debe responder a cuestiones acuciantes: la solidaridad internacional, el tratamiento no punitivo de la inmigración, la defensa de los cascos históricos de las ciudades amenazadas por los intereses de unos pocos... Es de día, sí. Que los recuerdos de las noches oscuras no nos ahoguen en sus aguas equívocas y nos impidan darnos cuenta de que nada es tan cruel como, un montón de imágenes rotas sobre las que cae el sol,- según dijo un conservador, éste sí respetable, llamado T. S. Eliot.
Babelia
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