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Tribuna
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El triunfo sin pasar por los ismos

Primero fue la representación del pabellón oficial estadounidense en la 45º edición de la Bienal de Venecia, en 1993; dos años después, la soberbia retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de la Villa de París, y, por fin, como una explosión ya inesperada, el reconocimiento internacional y hasta el éxito comercial. No estoy hablando del currículo de un joven artista en promoción, sino de una artista de ¡85 años!, cuyo trabajo creativo se ha desarrollado durante más de medio siglo y de la que, todo el mundo que lo tenía que saber, sabía lo suficiente -el interés constante de su obra-, pero cuya imagen, a pesar de los pesares, no conseguía cuajar en el territorio de la popularidad, el del estrellato espectacular.Al margen de que eso les suele ocurrir a quienes no se preocupan por la mercadotecnia, no dejaba de ser extraño el olvido de Louise Bourgeois, nacida en París el año 1911, casada con el crítico e historiador de arte Robert Goldwater en 1938 y desde entonces residente en EE UU y con una nueva nacionalidad americana. ¿Por qué, entonces, esta comparativa falta de promoción pública? Desde mi punto de vista, la razón principal es que Louise Bourgeois no hizo en su momento lo que se entendía que se debía hacer, y, siendo indudablemente respetada, no encajó en ninguno de los sucesivos ismos que asentaron internacionalmente la gloria del arte americano, desde el expresionismo abstracto hasta el minimal.

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Louise Bourgeois, "en el negocio del dolor"

. La verdad es que, fuera del fuerte acento surrealista que ha marcado siempre su trayectoria, es difícil encuadrar la obra de Bourgeois y, sin el desconcierto posvanguardista de los últimos anos, probablemente no habría podido conocer personalmente su éxito actual. Dentro de la corriente reivindicativa que comentamos, la escultora ha expuesto ya en algunos sitios de nuestro país, como, que yo recuerde, en Barcelona y Sevilla, pero ahora tenemos la oportunidad de ver algo de su obra más reciente también en Madrid. Y aunque evidentemente no se trata de una retrospectiva -lo que, dicho sea de paso, lamento, porque recuerdo lo impresionante que resultaba la gran muestra de París que antes cité-, al fin y al cabo hay obra suya, que jamás te deja indiferente. Entre lo que ha venido, destacaré la impresionante Araña, de acero, y el aparador de cristalería -Le défi III, que recogen el mejor espíritu que ha definido su trayectoria: esa mezcla peligrosa entre cotidianeidad y alucinación, de efecto letal.

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