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Un año después de la Conferencia de Barcelona

Sami Naïr

La Conferencia de Barcelona, celebrada el 27 y 28 de noviembre de 1995, reunió por primera vez en la historia del Mediterráneo a naciones que no habían cesado de enfrentarse. El recuerdo de las heridas producidas o reavivadas por la guerra del Golfo, las supuestas "amenazas" (auge del integrismo, flujos migratorios incontrolados, inestabilidad política, proliferación de armamentos, destrucción del medio ambiente), la recomposición geopolítica en Europa del Este, los efectos erosivos de la globalización de la economía, todos estos elementos exigían imperiosamente una reorientación estratégica de Europa hacia el Sur.El documento refrendado por los Estados presentes en Barcelona (Libia fue excluida de la conferencia) constituye a partir de entonces el marco de referencia de la cooperación euromediterránea. Aunque aún es demasiado pronto para hacer un balance de la estrategia propuesta, hay que constatar que el proceso de democratización en el Sur no ha avanzado mucho: el único país que ha apostado por la democracia -Turquía- se encuentra hoy bajo el imperio de una coalición laico-religiosa estrechamente vigilada por el Ejército. Por su parte, las sociedades "civiles" están inmersas en una dialéctica conflictiva difícilmente controlable en la que la protesta político-religiosa de las capas populares se enfrenta al autoritarismo "modernista" de los grupos dirigentes. A pesar del esfuerzo real de los responsables de la política mediterránea de la Comisión Europea, las negociaciones para el establecimiento de la zona de libre comercio se ven a menudo contrarrestadas por la inestabilidad política en el Mediterráneo. Así, el cambio de Gobierno en Israel ha degradado considerablemente la situación: a la euforia de 1995 han sucedido las incertidumbres de 1996 con la posibilidad de nuevos conflictos en perspectiva. Como vemos, es una situación que no invita al optimismo.

El núcleo activo de la declaración de Barcelona es la creación de una zona de libre comercio cuya conclusión está prevista para el año 2010. Se trata de liberalizar las economías del sur y del este del Mediterráneo. Para ello, se están poniendo en marcha por doquier políticas de ajuste estructural. Para favorecer esta estrategia, los expertos europeos apuestan al mismo tiempo por la ayuda pública de la UE (4.500 millones de ecus en cinco años) y por el desarrollo de la inversión privada. Pero este planteamiento se enfrenta de entrada a varias dificultades.

La zona sur del Mediterráneo no está preparada para la apertura total de sus fronteras y las relaciones comerciales de los últimos 30 años no han permitido la aparicion de aparatos productivos eficientes. Los dos factores de vinculación Norte/Sur (la emigración y los intercambios comerciales) han tenido efectos perversos o negativos para el Sur. La emigración nunca ha sido concebida como un vector de desarrollo del Sur y los flujos financieros transferidos por los emigrantes se han perdido en las arenas del consumo, por falta de s u orientación hacia los sectores productivos. Los intercambios no sólo no han favorecido la especialízación dé la zona sur, sino que han acentuado su dependencia respecto de, Europa. De ahí, también la extrema fragilidad comercial del Mediterráneo en el actual proceso de globalización. Las inversiones privadas, contrariamente a lo que ha ocurrido en otras regiones del mundo, no han aumentado desde los años sesenta. Situación que, por lo demás, no va a cambiar: el Mediterráneo, el sur de Asia y el África subsahariana serán, según todas las previsiones, abandonados por el flujo de capitales privados. La inversión pública, por su parte, está en notable descenso desde comienzos de los noventa, y el desarme arancelario previsto por los acuerdos de Marraquech va a reducir aún más el margen de maniobra de los Estados de la orilla sur. Sin una iniciativa política común y fuerte, no se ve cómo el actual proceso de liberalización podría, estimular la oferta y acelerar el desarrollo. Si no se respalda políticamente la estrategia de. liberalización, en las economías sureñas es previsible que aparezcan a corto plazo fenómenos perversos como el deterioro de la balanza comercial, el aumento de los déficit presupuestarios, la crisis fiscal a consecuencia de la disminución de los ingresos en concepto de aduana. Pero a medio plazo, la zona de libre intercambio puede también favorecer el desarrollo de las estructuras productivas, especialmente al reforzar la complementariedad y la integración euromediterránea.

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Si los países mediterráneos no pueden pretender ser competitivos en Asia o en América Latina, sí pueden aprovecharse de la creación de un espacio euro-árabe-africano. Más aún: existen verdaderas complementariedades entre ellos y los países del Este, en particular en materia agrícola. Pero todas estas convergencias no se derivarán sólo del funcionamiento del mercado. Deben expresarse en un gran proyecto geopolítico. Es necesario edificar un auténtico taller mediterráneo para definir y llevar a cabo proyectos de desarrollo sectorial, apoyar los sectores de la exportación, favorecer las inversiones productivas, invertir capitales no generadores de deuda (reinversiones sobre el terreno de la deuda tras una moratoria), reforzar las complementariedades internas, poner en marcha una institución bancaria mediterránea y, por último, controlar los flujos migratorios de acuerdo con las necesidades de las dos orillas.

La propuesta europea de crear una agencia de garantía de las inversiones para encauzar el ahorro de los emigrantes es, en esté sentido, totalmente positiva. Pero tampoco hay que hacerse ilusiones: la inmigración, al igual que los inversores privados, no tiene confianza en el futuro de los países del Sur. Es necesario que tanto las instituciones europeas como, los Estados den ejemplo. Para reforzar el éxito de la declaración de Barcelona, la inversión privada del Norte en el Sur debe recibir garantías públicas, la ayuda debe ser orientada hacia las necesidades de los países del Sur y estar vinculada progresivamente a la democratización política. Así, y sólo así, el Mediterráneo puede volver a ser la cuna viva de Europa.

Sand Naïr es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de París VII.

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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