_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los muertos

Al igual que todos los años, el arranque de noviembre abrirá este fin de semana las puertas de los cementerios para que la gente se acerque a visitar las tumbas de sus familiares y amigos; esa cita otoñal con los difuntos desborda el ámbito de las relaciones íntimas para transformarse en una conmemoración colectiva de duelo por la humanidad desaparecida. Pero la presencia ecuménica de la muerte no necesita días fijos para imponer su presencia a los vivos. En las páginas de Los muertos, el melancólico relato de Joyce llevado a la pantalla por John Huston en un filme magistral, la melodía y la letra de La joven de Aughrin cantada en una fiesta navideña despierta en una mujer madura la añoranza de un enamorado suyo que falleció con sólo 17 años; tras escuchar las confidencias de su esposa, Gabriel Conroy imagina como la nieve vista desde la ventana cae suavemente sobre el desolado cementerio donde reposa el malogrado Michael Furey, sobre Irlanda, sobre el universo entero y "sobre todos los vivos y los muertos".Las guerras, especialmente los conflictos civiles, rompen esa compasión universal por los difuntos y discriminan los sentimientos de duelo en función del bando al que pertenenezcan los desparecidos. Una obra colectiva sobre La guerra de España 1936-1939 dirigida por Edward Malefakis (Madrid, Taurus, 1936) describe las consecuencias de aquel terrible enfrentamiento: sin contar los muertos en combate, la represión en las dos zonas se elevó a casi 200.000 víctimas. Sólo el transcurso de los años permitió que la dolorosa memoria de aquella carnicería dejase de alimentar los odios entre los supervivientes y que las nuevas generaciones consiguieran elaborar una visión trágica de la guerra civil situada por encima- de las explicaciones históricas y las justificaciones políticas, de cada bando.

Las tentativas de revisar críticamente la transición del franquismo a la monarquía parlamentaria, con el propósito de descalificarla como una fraudulenta anmesia del pasado que viciaría de raíz la autenticidad de las instituciones democráticas, fingen ignorar el obstáculo que, hubiese supuesto para -la convivencia pacífica entre los españoles la perpetuación de una memoria de duelo políticamente escindida. Si los hijos de los vencedores y de los Vencidos hubiesen mantenido de manera selectiva el dolor por los propios muertos y el desprecio hacia los muertos ajenos, esa sectaria cristalización de las emociones habría hecho imposible el funcionamiento del sistema democrático; tanto la reconciliación entre los adversarios que combatieron en las trincheras como la superación del rencor familiar heredado por sus descendientes implicaron el aprendizaje de una cultura común de los sentimientos respecto a los luctuosas consecuencias de aquella feroz lucha fratricida.

De ahí que cada manifestación de Herri Batasuna, donde resuena el grito ¡ETA mátalos! provóque el desánimo respecto a los intentos eclesiásticos, por bienintencionados que sean, de promover vías de diálogo y de entendimiento para encontrar una salida pacífica a la violencia en el País Vasco. Desde 1968 hasta hoy ETA ha asesinado a más de 750 personas; los miembros de la organización terrorista han sufrido, por su lado, varias decenas de bajas durante estos casi treinta años (dejando a un lado las 27 víctimas de los GAL). Pero los nacionalistas radicales reservan la condición humana para sus muertos y niegan esa naturaleza a sus víctimas; al exhortar a ETA para que siga matando, la excarcelación de los 500 terroristas actualmente en prisión implicaría su derecho a continuar asesinando una vez puestos en libertad. Si la democracia sólo fue posible en España cuando los antiguos combatientes y las nuevas generaciones asumieron de forma compartida las responsabilidades y el duelo por la tragedia de 1936, la paz tampoco será imaginable en el País Vasco hasta que el nacionalismo radical reconozca el derecho a la vida de sus adversarios y respete al menos el recuerdo de sus víctimas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_