Los inevitables inválidos
Todos los toros estaban inválidos. Los ocho: seis titulares y, dos sobreros. Parece que la invalidez de los toros es inevitable en la llamada fiesta nacional.Ha debido ocurrir lo mismo que con la acorazada de picar, con los bajonazos, con las orejas, con los capotes de los banderilleros, con el propio arte de torear: tabla rasa. Aquí que no salga un toro íntegro, que nadie pique por derecho, que no se vea un estoconazo a volapié neto, que no haya faena sin orejas, que no comparezca ningún peón sin capote armado con varillas, que no se le ocurra a cualquier indocumentado entrar a quites o interpretar el toreo puro, porque al resto del escalafón lo enviaría a los albañiles.
Todos iguales y sin rechistar. Porque si saliera un toro íntegro se descubriría dónde está la verdad de la fiesta; si un picador picara con torería en lo alto, percibiría la afición que los demás son unos carniceros impresentables, muertos de miedo y no saben ni montar; si un diestro matara de conformidad con los cánones volvería a condenarse -como ocurría en tiempos- el infamamante bajonazo; si los presidentes se ciñeran a la petición mayoritaria de oreja y a los merecimientos de los diestros, no cortaba orejas ni el Potito.
Puerta / Campuzano, Jerezano, Sánchez
Toros de Julio de la Puerta, muy desiguales, inválidos, dos devueltos por este motivo. Sobreros de Román Sorando, 1º con presencia, 2º sin ella, inválidos. José Antonio Campuzano: estocada corta (palmas); media trasera (silencio). Jerezano: bajonazo descarado, rueda de peones y descabello (palmas); estocada y descabello (silencio). Manolo Sánchez: pinchazo hondo caído, rueda de peones y descabello (palmas y también fuertes protestas cuando saluda); pinchazo hondo caído y estocada (vuelta).Plaza de Las Ventas, 12 de octubre y última corrida de feria. Cerca del lleno.
Todo se cumplió cabalmente en la última corrida de la Feria de Otoño: los toros, inválidos; las estocadas, bajitas, salvo una excepción; los picadores, hincando traseros los puyazos mientras perpetraban la carioca brutal; los banderilleros, haciendo escarnio de la lidia mediante la utilización de unos ridículos capotones armados con varillas; los diestros, determinados a no entrar a quites ni conducidos por la Guardia Civil, y en el turno de muleta, muy cuidadosos de colocarse fuera de cacho, para embarcar con el pico.
Bueno, en realidad no había nada que embarcar. A los toros inválidos no corresponde embarcarlos sino rematarlos para que dejen de sufrir y llamar a las mulillas, o mejor al basurero y que se lleve sus restos mortales donde le de la gana. Pero no estaban sólo inválidos los toros: amodorrados también.
José Antonio Campuzano intentó naturales y derechazos a los de su lote y resultaba de aquel empeño un ejercicio difícil de entender: el hombre moviendo un trapo, el animal mirándolo crepuscular. Con el sexto, la acción de Manolo Sánchez alcanzó proporciones surrealistas: mientras el animal, que padecía los mismos síntomas, se pegaba costaladas, el hombre ponía posturas pintureras y en los desplantes se daba los aires propios de la gente de tronío.
Al toro tercero le castigó Manolo Sánchez por bajo obligándole a doblar. Y habría estado bien si no fuera porque esos ayudados -desde luego muy toreros- quitaron la poca fuerza que tenía el inválido y en el trascurso de la faena separaba a mitad del viaje, comprometiendo al voluntarioso torero.
La actuación de Jerezano ya tuvo otro cantar: sus inválidos desarrollaban sentido. El diestro inció las faenas respectivas en el centro del ruedo, por derechazos, y probablemente no era esa la técnica apropiada. Si no hay dos toros iguales, no puede haber tampoco dos faenas iguales. El pundonor y la valentía de Jerezano resultaban evidentes, logró derechazos y naturales de buena factura, emocionó cuando aguantaba las, embestidas inciertas, mas no aportó recurso lidiador alguno (los dos pases consabidos no constituyen recurso lidiador) y acabó comprometido los trasteos.
O sea, que no pasó nada, y quizá de eso se trataba: es la fiesta que quieren los taurinos, sin toros íntegros, sin toreo auténtico, sin torería en las cuadrillas, mucha trampa y cartón, la plaza llena, el público -se exceptúan los aficionados del 7, que dejaron oir su protesta- conforme con todo e intentando entender por qué los, toros han de ser tan aburridos. En semejante bodrio han convertido la fiesta y ya no hay quien la mueva. Estas son lentejas. Pero se las van a comer ellos.
Babelia
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