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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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El calendario de Europa

Xavier Vidal-Folch

Todo es negociable, un viejo y divertido manual norteamericano para ejecutivos, recuerda al directivo comercial que viaja a Japón para cerrar un contrato el imperativo de ocultar a la empresa local huésped el billete de avión de regreso. Si yerra y muestra su fecha, le pasearán el 90% del tiempo de estancia. Sólo negociará el último día. Bajo la presión del calendario que se marchita y a la baja para sus intereses.La cumbre de la Unión Europea (UE) celebrada el sábado en Dublín ilustra las, a veces incestuosas, relaciones entre agenda y contenido de lo que se negocia, en este caso la reforma del Tratado de la Unión. Es el paradigma del calendario, enunciable de esta guisa: en ausencia de una rotunda voluntad política y de una profunda maduración del debate, la fijación del calendario final arriesga a rebajar el máximo común múltiplo a la categoría de mínimo común denominador.

No siempre es obligadamente así, y menos en una comunidad política como la UE, en la que todo proceso se desarrolla a través de mil meandros. Depende, en efecto, de la voluntad, de la maduración y de la holgura del plazo. Y de factores exógenos.

Pero en este caso se corre un enorme peligro de que el mínimo común denominador se quede realmente jibarizado, por efecto del paradigma citado, grandes ambiciones etéreas, calendario muy concreto. Ambiciones: los quince líderes aplazaron la resolución del dilema entre gran reforma de alcance político y mera reformita limitada a poco más que el ajuste institucional indispensable para acoger a los hermanos separados del Este. Vaso medio vacío. Pero ¿también medio lleno? Calendario: ¡Qué felices se les veía por haber evitado lo peor, el retroceso! ¡Qué inmenso logro ratificar la fecha tope acordada ya el pasado junio, en Florencia! La cumbre, al menos, no ha producido destrozos.

La unión monetaria

El paradigma se ha aplicado también a la unión monetaria, salvadas las enormes diferencias de grado, pues la voluntad política de lograrla es más rotunda y el proceso está muy maduro. El dilema de los últimos tiempos estribaba en que si se quería alcanzar una masa crítica de países que sustentase la credibilidad del euro, habría que dotar de elasticidad o bien al calendario, o bien a las condiciones de convergencia (topes de deuda, déficit, inflación).Oficialmente se ha optado por la rigidez de ambas variables. Pero la fijeza del calendario establecido en la cumbre de Madrid ha ido arraigando. Tocarlo provocaría tormentas. Nadie osaría. No es ya una variable, sino una constante. Ahora, la menos boyante coyuntura económica, sobre todo en los países clave como Alemania, llama a la puerta exigiendo la adecuación de los principios, algún nivel de elasticidad futura. Impracticable en la agenda, sólo podrá darse en los criterios.

Si eso se anunciara ahora, adiós a las armas del rigor presupuestario, que perderían la aquiescencia resignada de las poblaciones. ¡Tampoco los criterios se pueden tocar o reinterpretar antes de la criba de monedas que se hará en la primavera de 1998! Y menos fuera de la hiperestricta ortodoxia del Bundesbank. Pero el agua busca siempre un cauce al mar.

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Surge así la necesidad de un complemento al paradigma del calendario, el sustitutivo de la ambición / condición, la trampa. Tiene también sus reglas: que sea discreta, se utilice como último recurso, y sea invocable por todos. A criterios intocables, maleabilidad en la forma de alcanzarlos. En eso consiste la nueva contabilidad creativa.

Universalmente empleada. Francia asume una enorme deuda social, las pensiones de France Telecom, contabilizando como ingreso el billón de pesetas que ésta abona como peaje del traspaso. Alemania inventa la obra pública llave en mano que, formalmente leasing y no inversión, no consta en la contabilidad. ¿Y España? Desglósennos los 800.000 millones de variaciones de activos financieros, los avales a empresas...

También la reforma global de Maastricht legalizará la trampa. Algún grado de flexibilidad que posibilite "cooperaciones reforzadas" de los más integracionistas vendrá a cubrir el hueco de la asimetría de voluntades y a constituirse en circunloquio de unanimidades imposibles y paralizantes. No es café, sino achicoria. Pero a lo mejor entona.

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