La insostenible supervivencia de un verdugo
El lunes 2 de septiembre, a plena luz del día, desde los buques que navegan en el golfo Pérsico, los norteamericanos han enviado una serie de mis¡les con una fuerza de destrucción media sobre objetivos declarados como militares. Era el castigo exigido, más o menos directamente, por el senador Bob Dole, competidor de Bill Clinton en la carrera a la Casa Blanca, y ordenado por este último para castigar a Sadam Husein por haber penetrado en una zona de su propio territorio que, en principio, le estaba prohibida. Al dar esta orden, Bill Clinton ha decidido de forma deliberada poner fin a la alianza que George Bush había constituido pacientemente durante la guerra del Golfo. Por unos intereses electorales y petrolíferos se ha mostrado tan poco responsable como el propio Sadam Husein.Los días 30 y 31 de agosto pasado, aviones y tanques iraquíes habían bombardeado severamente las posiciones de uno de los dos partidos kurdos (la Unión Patriótica del Kurdistán -UPK-, vinculada a Irán) que amenazaba con imponer su ley a su rival, el Partido Democrático del Kurdistán (PDK, vinculado a Irak). Esto ocurría en territorio kurdo poco antes de que el Ejército iraquí ocupase la ciudad de Arbil, de donde pretenden haberse retirado unas horas después tras realizar la "limpieza necesaria". Sin embargo, es tras esta retirada anunciada cuando han sufrido el ataque de los misiles norteamericanos.
En la noche del 1 al 2 de septiembre, Bill Clinton telefoneó a Borís Yeltsin, a John Major y a Jacques Chirac, entre otros jefes de Estado y de Gobierno. Los tres recomendaron a Bill Clinton que llevase a cabo un castigo muy limitado. Por un lado, la dimensión electoral de su gesto era evidente. Por otro lado, las bazas que Sadam Husein conserva en sus manos tienen elementos suficientes para despistar a todos aquellos que intenten introducir una racionalidad exigente en la política internacional. Antes de seguir con Sadam Husein, imposible de hundir, es necesario detenerse en los kurdos.
Los partidarios de la UPK y del PDK, rivales, pero aún no contendientes, ocupaban esta parte de Irak que, desde abril de 1991 y por una decisión norteamericana tomada inmediatamente después de la guerra del Golfo, escapa al control de, las Fuerzas Armadas iraquíes. Deberían seguir mi razonamiento con la ayuda de un mapa, ya que las fronteras desempeñan un papel esencial. Las de Irak con Azerbaiyán al norte, y si descendemos hacia el oeste, con Turquía, Siria y Jordania; al sur, con Arabia Saudí, el golfo Pérsico, y subiendo hacia el este, con Irán. Es en las regiones del norte y el noreste donde los kurdos desarrollan su papel de perturbadores y de oprimidos seculares. No es la primera vez en la historia que los kurdos son víctimas de sus divisiones internas. Hay que decir que los 24 millones de kurdos se encuentran trágicamente repartidos entre Turquía (12 millones), Irán (5,5 millones), Irak (5 millones), Siria (1 millón) y Azerbaiyán (500.000).
Si está tan dividido por una parte y tan diseminado por otra, ¿cómo ha podido el pueblo kurdo sobrevivir desde el primer milenio hasta nuestros días? A causa, se dice, de sus fuertes estructuras tribales, del partido que ha sabido sacar, en Alta Mesopotamia, a la protección del relieve y porque servía de pantalla entre varios imperios y diversas culturas. De hecho, los kurdos han podido conservar durante largo tiempo sus jefaturas en el seno de un Imperio Otomano a menudo multicultural. Han estado oprimidos desde el momento en que este imperio se transformó en un Estado turco moderno y centralizado. También desde el momento en que los británicos intentaron incorporarlos a Irak tras el descubrimiento de los yacimientos petrolíferos de Kirkuk. Cada vez que los kurdos de un país o de otro han intentado sublevarse han sido duramente reprimidos al no estar unidos, y muy a menudo, uno de los países. utilizaba a sus kurdos contra los de los otros, incluso sin que los propios kurdos pudieran darse cuenta. Irán es, sin duda, el país que mejor ha maniobrado en este sentido.
¿Pero cómo puede Sadam Husein, cinco años después de la derrota y del hundimiento de su Ejército en 1991, tener aún los medios y la libertad para ejercer de policía con los kurdos? La inamovilidad de este jefe de Estado constituye un fenómeno increíble y alucinante. Porque en 1991, una vez liberado el territorio de Kuwait, las poblaciones shiíes y los kurdos de las regiones septentrionales se sublevaron, mientras que en Bagdad varios dirigentes de cierto peso intentaron en vano derrocar a Sadam Husein. ¿Qué es lo que ocurrió entonces? Sencillamente, descubrimos que, a pesar de todo lo que se había dicho sobre la barbarie del régimen iraquí, siempre que los arsenales químicos y nucleares pudieran ser destruidos, la dictadura del aventurero de Bagdad era, bien mirado, preferible al caos.
¿Pero qué caos? Volvamos a nuestro mapa. Por un lado, la secesión de los árabes shiíes del sur iraquí habría favorecido la expansión de los persas shiíes de Irán hacia importantes yacimientos petrolíferos; por otro lado, las autoridades turcas no querían por nada del mundo oír hablar de un Estado kurdo en el norte de Irak, Estado que habría reforzado peligrosamente a los guerrilleros kurdos de las regiones del sureste de Turquía. En esas regiones, el partido kurdo (PKK) consigue ya derribar a Gobiernos de Ankara. Por eso Sadam Husein es imposible de hundir. Esto explica también por qué tantos a su alrededor creen de nuevo en su magia.
Sin embargo, ¿conocen ustedes de verdad a Sadam Husein? Acuérdense: ha sido, sucesivamente, el jefe de Estado más progresista del mundo árabe, y un presidente capaz de conceder a Francia "contratos fabulosos", lo que no venía nada mal. Posteriormente, ha sido un hombre lo bastante imprudente como para creer que los iraníes estaban de rodillas, al encontrarse en plena guerra civil, y para provocar un conflicto que duraría no menos de ocho largos años y que dejaría tras sí cerca de un millón de muertos, sobre todo entre los adolescentes de los dos países. Un millón de muertos en medio de la indiferencia total del mundo árabe, del mundo musulmán y de todos los intelectuales occidentales, generalmente tan proclives a emocionarse y a sermonear. Repito: ¡un millón de jóvenes cadáveres en ocho años! Como si, decididamente, sólo pudiéramos interesarnos en nuestros propios crímenes y nos acostumbrásemos fácilmente a las desgracias de las que no somos responsables. ¿Sería ésta una explicación del hecho de que hayamos acusado de buen grado a los nuestros de los crímenes de los serbios y de Ruanda? Pero dejemos esto. Por tanto, el propio Sadam Husein, considerando que los iraníes se le habían resistido en exceso, creyó conveniente anexionarse este Kuwait tan rico y cuya creación artificial", desde 1961, nunca -admitió. Curiosamente, a partir de ese momento, casi todos los amigos europeos del mundo árabe que habían callado durante la guerra contra Irán volvieron a descubrir el "progresismo" de Sadam Husein. ¿A pesar de la sangría de ocho años? ¡Sí, a pesar de ella! ¿Pero cómo apañárnoslas? Pues declarábamos que, a fin de cuentas, este Sadam Husein era, tal vez, el más laico de los árabes, y eso era lo único a lo que podíamos acogernos. ¿Acaso podíamos dudar entre la modernidad de Bagdad y el feudalismo de Kuwait City? Además, y sobre todo, este pobre bendito de Sadam Husein ¿no se había dejado engañar por Estados Unidos, que le había asegurado que podía meter mano a un país sin que nadie osara protestar? ¡No hay duda! Los verdaderos responsables_ eran los norteamericanos y, desde luego, sus aliados y vasallos: egipcios, saudíes e israelíes.
Cuando, para imponer el embargo a Irak, antes del comienzo de la guerra propiamente dicha, François Mitterrand decidió alinear más o menos su política a la de Estados Unidos (más que los soviéticos, pero menos que los canadienses, los británicos, los egipcios e incluso los sirios), algunos declararon que De Gaulle no habría cometido un error tal. Pero dejemos de lado las audacias a la hora de hacer hablar a la historia. Hoy, visto en perspectiva, el error se ha convertido en un crimen. Porque se ha castigado a todo el mundo, a los shiíes, a los kurdos, a los. demócratas, a todo el mundo salvo al propio Sadam Husein. Casi todos los días recibo horribles documentos sobre el destino de los niños iraquíes en hospitales que carecen de jeringuillas, de oxígeno, de antibióticos. Documentos que quitan el sueño. ¿Y qué comentarios pueden leerse bajo estas insoportables imágenes? ¡Es culpa del embargo! ¡Nosotros, y sólo nosotros, somos los responsables, por supuesto! Y por mi parte, soy partidario de que no se ejerza el embargo, qué horror, sobre los medicamentos y los instrumentos quirúrgicos. Pero no ha habido ni una sola línea sobre la responsabilidad de Sadam Husein. Deja morir a sus niños, centenares de miles de niños, encuentra todo el dinero necesario para bombardear a los niños kurdos y nadie recibe mejor trato en Irak que los pilotos de tanques y de aviones. Desde luego, no es, a sus hijos a quienes falta algo.
Decididamente, este Sadam Husein, que es un monstruo, nos arrastra a hacer cosas monstruosas: mentir a los kurdos y a continuación dejarlos caer; incitar a los shiíes a la rebelión y luego abandonarlos; prometer al pueblo iraquí que íbamos a quitarle al tirano de en medio y, en el último momento, hacer todo lo posible para reforzar el poder de este mismo tirano. Todo para llegar a este embargo infame que provoca víctimas entre los niños. ¿Pero qué tiene este siglo contra los niños? En Estocolmo se ha hablado de pederastas. ¿Pero acaso son más defendibles todos estos Gobiernos que alzan en masa a legiones de niños para que se destruyan entre sí?
¿Resulta al final que este Sadam Husein es un genio político? Es verdad que no se las apaña nada mal para sobrevivir: gracias a su petróleo, a sus métodos caligulescos, a la división de los kurdos, en la que desempeña un papel tan importante, y a la rivalidad entre sus clientes occidentales. Dicho esto, si tomamos como referencia su trayectoria, créanme: es un cretino. Un perfecto cretino. No es que no haya sabido matar, cuando la ocasión se ha presentado, a los escasos rivales que podían haberle hecho sombra. Ni que le haya faltado habilidad para sacar partido a sus recursos petrolíferos. Pero el hombre que desencadenó la guerra contra Irán, que se estancó en ella durante ocho años y que le puso fin tan sólo para evitar una derrota aplastante, este hombre no está dotado de ninguna cualidad estratégica.
Lo más fuerte que concierne a la guerra del Golfo lo he guardado para el final. Es algo que ya se ha dicho, sobre todo en Francia, pero que no ha suscitado ningún debate entre los incondicionales de Bagdad. Tampoco entre los maniacos del antimitterrandismo. Yo había propuesto la tesis de que, durante la guerra del Golfo, habíamos estado cerca de una crisis franco-norteamericana que habría podido originar a su vez una crisis no menos grave en el seno de la OTAN y de las Naciones Unidas. El 24 de septiembre de 1990, es decir, mucho antes de que se desencadenasen las hostilidades, Mitterrand, para sorpresa de todos, declaró con -solemnidad en la ONU: "Que Irak afirme su intención de retirar sus tropas, que libere a los rehenes y todo se vuelve posible". George Bush, a quien se hizo llegar el comentario inmediatamente, se puso furioso. Advirtió que la palabra más importante en la frase de Mitterrand era "intención". Ya no se exigía a Sadam Husein que se retirase, sino que dijera lo que iba a hacer. Supongamos que Sadam Husein hubiera accedido al deseo insensato de Mitterrand y hubiese pronunciado las palabras mágicas: "Tengo la intención de retirarme de Kuwait". En ese mismo momento, todo el plan de George Bush y de sus aliados en la ONU y en el mundo árabe se habría suspendido y habría fracasado.
El secretario de Estado James Baker afirmó más tarde: "Durante unos días, sólo hemos podido contar con la estupidez de Sadam Husein para desbaratar la imprudencia o la perfidia francesa". ¿Pero qué pensaba Miterrand? Primero, que la autoridad exclusiva de los norteamericanos en la dirección de las operaciones le impacientaba. Luego, que prefería el legalismo internacional de la ONU a esa autoridad. Finalmente, que quería hacer la prueba, entre todos sus ministros y amigos reticentes, así como entre los integrantes del mundo árabe, de que no se estaba aplicando un doble rasero, y que se podía conceder incluso a Sadam Husein la oportunidad que se había dado a los ocupantes israelíes.
Descubro que, en su último libro, Hubert Védrine proporciona a mi tesis el precioso apoyo de sus recuerdos. Pero he tenido, durante los dos últimos anos, todas las confirmaciones norteamericanas y árabes de la conclusión siguiente: Sadam Husein podía realizar una retirada muy lenta de sus tropas sin perder prestigio. Podía de esta forma conservar la integridad de su país y de su Ejército, y evitar a su pueblo y a sus hijos los horrores que han sufrido. Al mismo tiempo, podría haber dispuesto del enorme y alucinante poder de dividir no sólo a sus enemigos occidentales, sino también a sus nuevos enemigos árabes. No lo ha hecho. Y sin embargo, sigue ahí. A esto es a lo que llamamos historia...
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