Sadam, el robot
Algunos de mis amigos árabes e iraníes sostienen que Sadam Husein no existe, no es un personaje de carne y hueso. Dicen que el tirano de Bagdad es un robot -un animatronic- creado por agentes de la CIA con la colaboración de los mejores guionistas, maquilladores y técnicos en efectos especiales de Hollywood. Los espías norteamericanos habrían conseguido la misión imposible de colocar su criatura en la cúpula del poder iraquí.Y es que Sadam es una calamidad para su pueblo, para el mundo árabe y para el conjunto de la humanidad, pero en más de una ocasión resulta una bendición para Estados Unidos, o, al menos, para el inquilino de la Casa Blanca.
Todo el mundo sabía que Bill Clinton estaba buscando un pretexto para atizarle a finales del verano o comienzos del otoño a cualquiera de los cuatro países que había denunciado como patrocinadores del terrorismo internacional: Irak, Irán, Libia y Sudán. En plena campaña para su reelección, Clinton necesitaba hacer una demostración de fuerza en el exterior que le saliera gratis en términos de vidas norteamericanas y le reportara, en consecuencia, inmediatos beneficios en los sondeos internos de popularidad. Estuve en Teherán a finales de agosto y la pregunta que estaba en todas las bocas era: ¿cree usted que Estados Unidos nos atacará? Conscientes del riesgo, los muy divididos dirigentes de la República Islámica se habían, puesto de acuerdo en al menos una cosa: agachar sus enturbantadas cabezas hasta que Irán dejara de estar en el punto de mira de Clinton.
Y en esto va Sadam y envía a sus esbirros á saquear el Kurdistán iraquí; y, claro, recibe de inmediato el guantazo que Clinton tenía preparado para el primer villano que moviera pieza. Los iraníes no se lo pueden creer: ¿han visto ustedes la sonrisa de satisfacción de Rafsanayani en su entrevista a la CNN en la que condena los ataques norteamericanos sobre Irak y los atribuye a las necesidades electoristas de Clinton? Y Clinton y su equipo de campaña, menos todavía: borrado de los titulares el escándalo de las relaciones con una prostituta del asesor presidencial Dick Morris en aras de la sagrada unidad nacional e internacional contra Sadam, ¡fabuloso! No me digan que, además de un déspota, este tipo no es o tonto o masoquista o un animatronic.
La sospecha de mis amigos parece confirmarse si se recuerdan las anteriores hazañas bélicas del personaje. En 1980, Sadam se lanza al cuello de Irán, donde Estados Unidos acaba de sufrir una severa derrota a manos de la revolución islámica; desangrado por ocho años de guerra, el jomeinismo pierde su impulso expansivo. En 1990, cuando el imperio soviético agoniza, el tirano de Bagdad invade Kuwait; Estados Unidos, liderando una formidable coalición mundial, revalida urbi et orbe su condición de única superpotencia. ¡Sadam es todo un hallazgo!
En realidad lo de menos es si la resolución 688 del Consejo de Seguridad legitima los últimos ataques norteamericanos a Irak, que parece que no. Da igual que Sadam clame que sus tropas han intervenido en un territorio que todavía sigue siendo parte de Irak, y, además, lo han hecho a petición de una de las dos facciones kurdas en lucha, la de Barzani. Lo mismo da que recuerde que Irán ha estado apoyando militarmente en esa zona a la otra facción, la de Talabani. Incluso es irrelevante que busque sin encontrarlo el artículo de la resolución 688 que autoriza a Estados Unidos a adoptar unilateralmente represalias. Él está programado para ser el malo de todos los malos y nadie llora porque le caigan encima un puñado de Tomahawk.
Sadam siempre va de farol y siempre es descubierto y castigado. Quizá la única lógica que le impulsa es la del movimiento bélico permanente, la necesidad de mantener ocupados a sus sicarios y escondidos en el refugio antiaéreo al resto de sus compatriotas para que su dictadura no se derrumbe como un castillo de naipes. Este animatronic sólo funciona en situación de alerta roja. Pobre pueblo iraquí, ¿es que nadie va a desembarazarle de una vez por todas del monstruo?
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