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53º MOSTRA DE VENECIA

Abel Ferrara insiste en su extraña mezcla de religión y violencia en el 'El funeral'

Los ecos de la literatura de Alvaro Mutis dominan la adaptación de su novela 'Ilona'

Ayer fue un día de cine ambicioso y a ráfagas bueno, pero deprimente, que salvó la presencia de Andy McDowell en su presentación fuera de concurso de la divertidísima Multificity. El neoyorquino Abel Ferrara, con destellos de gran talento, volvió en El fúneral llenar la pantalla con su rara mezcolanza e violencia y catolicismo vuelto del revés, en os bordes de la blasfemia. Y el colombiano Sergio Cabrera presentó una ambiciosa traslación al cine de la novela de Álvaro Mutis Ilona llega con la lluvia. Pero llona no llegó (tal vez porque no llovía en Venecia) más que en ecos de la grave literatura de Mutis, que nunca llegan a estar encarnados, sino sólo enunciados en la imagen.

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Ocurre con Ilona lo que hace unos días ocurrió con El ogro: quienes no hayan leído las novelas en que ambas películas se basan, lo primero que harán será comprar el libro. Lo que la pantalla da es un enunciado de lo que se presume que hay en el relato literario y no ha logrado salir de él e incardinarse en imágenes. Adaptar a cine una novelucha es cosa fácil e impune, pues se destroza en el guión y nadie pierde nada en este destrozo. Pero adaptar literatura, como la de Tournier y la de Mutis, es asunto más peliagudo. Sergio Cabrera (como Volker Schlondorff) lo intenta y, obviamente, no puede: misión imposible, lo que da un inevitable aire de candor a un proyecto de estas características, no hace falta decir que suicidas.El reparto de Rona es bueno, los intérpretes (Imanol Arias logra, por ejemplo, una magnífica composición, que se pierde hecha humo en la hoguera alimentada con hermoso papel impreso) son todos solventes y el equipo técnico competentísimo. Pero todas estas filigranas se extravían en una secuencia que sólo sostiene la presunción de que, tras ella hay una poderosa imaginación fabuladora, la de Mutis, que está en la pantalla sólo en forma de eco o de sombra, de manera que a la media hora de proyección uno comienza a echar, de menos el libro y al final de ésta se sienten ganas de salir corriendo, entrar en una librería, comprarlo, devorarlo y barrer de la memoria las bienintencionadas pero inútiles, casi inexistentes, imágenes que acaba de contemplar. Otra nueva novelícula, otro nuevo tropiezo del cine actual con la moda depredadora de literatura, que es un indicio alarmante de impotencia fabuladora.

En el lado opuesto a esta incapacidad hay que situar El funeral, una genuina ficción cinematográfica admirablemente escrita por Nicholas St. John y dirigida por Abel Ferrara a lo largo de una secuencia llena de altibajos, en los que a momentos de balbuceo siguen encadenamientos de formidable fuerza, que repelen y fascinan simultáneamente y que vuelven a rebuscar e insistir en esas tumultuosas obsesiones, en esos comportamientos viciados, que estallan en la frágil, amarga, violentísima y desazonadora imaginación de este cineasta irregular e incatalogable, que escapa a todo encasillamiento.

Formalmente, El funeral sigue los patrones de cine negro tradicional. Pero algo difícil de describir (recuérdese la febril Bad lieutenan se escapa de la firmeza del modelo genérico y entra en los territorios turbios, movedizos e imprevisibles de una especie de misticismo invertido, vuelto como un saco del revés, que remueve el fango depositado en el fondo de la conciencia de un hombre católico que se siente atrapado en las aguas residuales de una religión que le fue inculcada con embudo y a la que todavía ama, pero con odio, con, rencor frío y amargo.

De ahí que, al lado de Ferrara, el culto a la violencia de los Tarantino de turno sea un caramelito de color rojo arrojado a la puerta de un colegio de ursulinas. El soso azúcar dé los tarantoides se convierte en vitriolo puro en la mirada de Ferrara, que vuelve a cargar despiadadamente contra la misería íntima de la guarida familiar del mundo italiano de Nueva York, y de allí deduce, sin esfuerzo, con un desarmante conocímiento de lo que cuenta, imágenes de la existencia del infierno en la tierra, escenario moral que le permite saltar de la ternura a la repulsión, del brote fraterno al desencadenamiento de una violencia homicida sin límites, con una capacidad involucradora que genera malestar y belleza. Un raro e inquietante bicho este Ferrara.

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