Llamaradas
Pueden regresar en cualquier momento. Nadie lo desea y menos quienes consideramos al bosque como el mejor aliado de los seres humanos en la lucha contra la degradación ambiental y la creciente fealdad de los paisajes. Pero hay que recordarlas. La fragilidad de la memoria es otra forma de incendio. El azar no puede ser la principal baza frente a una catástrofe que tiene a la general indiferencia, a la local imprudencia y a la criminal intencionalidad como causas.Por eso, aunque los perfiles de este buen año climatológico están de momento completándose con una escasa incidencia, los incendios forestales siguen ahí, agazapados. Y suelen aprovechar la más mínima oportunidad para desatarse.
Toda anticipación es protectora. De la misma forma que resulta prudente, cuando la mayoría de los embalses están llenos seguir insistiendo en el ahorro del agua, todavía más del riesgo de incendios aunque los bomberos estén felizmente inactivos.
Es buen momento, por tanto, para demostrar coherencia en el uso del agua, ya que puede volver a escasear. Lo mismo sucede con el ámbito del bosque, ya que pueden volver las llamas. Como en otras muchas facetas, la instauración del despilfarro y la irresponsabilidad dejan secuelas demasiadas veces irreversibles. Quiere decirse que como no se están quemando debemos multiplicar aún más la vigilancia y las medidas de precaución sobre nuestros bosques. Porque aunque las superficies quemadas resulten inferiores no así los focos de incendios, es decir, que siguen aumentando las posibilidades de desastre. Estamos en una tregua y nos queda mucho por hacer para lograr la paz en nuestros. ecosistemas forestales.
El contacto masivo que las vacaciones veraniegas propician entre gentes y bosques podría saldarse con el mejor antídoto contra la desaparición de nuestras arboledas, tantos años devastadas por el fuego. Es buen momento para revalorizar los paisajes más completos y cruciales de nuestro territorio. Porque, a pesar de las buenas intenciones que han declarado los responsables del Ministerio de Medio Ambiente en cuanto a su política forestal, el bosque es algo tan importante y necesario que no podemos dejarlo sólo en manos de la Administración. Entre otros motivos porque hay una relación directa entre la desvinculación de la sociedad con los paisajes arbolados y su masiva pérdida.
Cierto es que los beneficios directos o monetarios del bosque son ahora escasos, pero sus contribuciones casi invisibles y a largo plazo suponen un inmenso potencial de riqueza. El bosque alegra, embellece, limpia, construye y alberga más que ningún otro medio vital. Si a eso le pusiéramos precio, desde luego no podríamos pagarlo. Por tanto, estamos ante un valor mucho más profundo que el económico. Entre otros motivos porque casi todas las prestaciones del bosque apenas exigen más esfuerzo por nuestra parte que no sea el de evitar que su muerte prematura no se convierta precisamente en uno de los más graves procesos de empobrecimiento.
Si hemos de profundizar en la sensibilización ambiental, otro encomiable propósito oficial, empecemos por tener en consideración a nuestros bosques. Para empezar, no dedicándoles tan sólo 50.000 millones anuales a protegerlos. Para seguir, no fragmentando las acciones de repoblación y olvidando la creación de medidas pasivas antiincendios. Menos aún dejando que en lugares como Castilla y León todavía se den permisos de roturación para dedicar tierras forestales a la agricultura cuando cada día dejan de ser cultivadas en este país unas 50 hectáreas, más de 100.000 al año. Y el doble se nos vienen quemando como media.
Pero, sobre todo, deberíamos ser capaces de entender, como hizo el poeta W. H. Auden, que una "sociedad no es mejor que sus bosques". Que las llamas queman a quien las llama.
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