"No me dejan ni acompañar a mi hija sana a la piscina"
Ana María Martínez Reyes, de 38 años y con una minusvalía del 73%, vive con sus tres hijos y su madre en un piso de Hortaleza. Hace 15 años, enganchada a la heroína, contrajo el sida. Dos de sus hijos -un niño de cinco años y una chica de ocho- nacieron con el virus en la sangre.La niña, con un fuerte retraso psicomotriz, se libró de la infección, no así el crío, que ahora estudia en un colegio municipal donde los profesores, conocedores de su situación, jamás le han planteado problema. "El niño juega con los demás y no pasa nada", afirma la madre mientras el pequeño corretea por la casa.
El crío, que mira y no comprende lo que sucede a su alrededor, dice que le gusta bañarse porque "hace calor". También recuerda cómo esa misma mañana [ayer] no le dejaron entrar en la pischina y "mamá lloró".
Lloraba su madre no sólo porque los empleados municipales les impedían el paso, sino porque esos funcionarios le comunicaron a Ana María que tampoco podía entrar a la piscina para acompañar a su otra hija, la que sufre retraso pero está sana.
"Por estar enferma no me dejan ni que acompañe a mi hija a la piscina, ¿es posible que impidan a una madre cuidar de su niña? Presenté una reclamación y yo veía cómo los empleados movían la cabeza y me daban la razón, pero decían que eran órdenes y que tenían que cumplirlas. Nuestro pecado ha sido ser honestos. Si no hubiese dicho nada, me dejarían entrar".Ana María habla delante de los pequeños, cuyos nombres prefiere que no se publiquen por miedo al rechazo social.
Los zagales son revoltosos, sobre todo el crío. Vestido con pantalón vaquero, camiseta verde y zapatillas a juego, parece hecho de goma. Ríe, salta, palmotea. No se está quieto. Su hermana, más seria, le mira divertida. Ana María les tiende la mano. El niño, más rápido, se la coge risueño. Todavía no es consciente de lo mucho que le teme su Ayuntamiento.
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