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El gol que hizo estremecer a Gaddafi

Una disputa deportiva se convirtió en ensayo general de una revuelta popular contra el régimen libio

, Un gol ha hecho estremecer el régimen libio del coronel Muammar el Gaddafi. Una disputa deportiva, surgida en el estadio más importante de Trípoli, se convirtió la semana pasada en el ensayo general de una revuelta popular. La ira de los espectadores fue atajada a tiros por la policía y la guardia personal de los hijos del líder libio. Pero ni los disparos ni los muertos -se especula con medio centenar de víctimas- pudieron silenciar los gritos de protesta de millares de espectadores, que como una tromba ocuparon primero el terreno de juego y después algunas calles céntricas de la ciudad destrozando e incendiando tiendas y vehículos, mientras insultaban e injuriaban al mismo tiempo al árbitro y al Gobierno.Éste ha sido el estallido de cólera más importante y preocupante que se ha registrado en Trípoli, desde que en 1969 se estableció en este país la Jamahiriya -Estado de las Masas- a la cabeza de la cual se. colocó Gaddafí, el Guía de la Revolución. Los gritos ensordecedores de los espectadores del partido de fútbol entre los dos principales equipos rivales de Libia .-Al Ahli y Al Ittihad- empezaron poco antes de finalizar el encuentro, cuando el árbitro dio por válido un gol marcado de manera irregular por un delantero de Al Ahli, favoreciendo así el equipo preferido de Saadi, uno de los hijos de Gaddafi, presente en el estadio.

Los insultos de los espectadores provocaron la inmediata reacción de la guardia personal de Al Saadi, que desenfundaron sus pistolas y dispararon contra la muchedumbre. El dudoso tanto fue para los forofos libios tan exasperante e indignante como las draconianas medidas de orden, público que acaba de dictar el nuevo gobernador civil de Trípoli, Abdel Salam el Zadma, con las que pretende acabar con una legión de marginados constituida por vendedores ambulantes, contrabandistas a pequeña escala, bebedores de alcohol ocasionales, mujeres de mala nota, traficantes de divisas esporádicos y vagabundos profesionales que deambulan por las callejuelas de la medina de Trípoli. Todos azuzados por los comités revolucionarios, el desempleo y la inflación ímparable de la que es casi imposible huir y cuyo único alivio lo constituyen el pan, la harina, el aceite, el azúcar y el té (los últimos productos subvencionados).

El gobernador de Trípoli, Abdel Salam el Zadma -un curioso personaje que en más de una ocasión, mientras trataba de limpiar las calles de la capital- a golpe de porra, gritaba hasta enrojecer que él sólo cree en Alá, en el Guía de la Revolución y en su revólver- no actúa en solitario y por libre. Él cumple órdenes y lleva a la práctica las consignas de Gaddafi, quien en su penúltimo discurso, pronunciado con ocasión del décimo aniversario del ataque aéreo norteamericano sobre las ciudades de Trípoli y Bengasi, anunció "el renacimiento de la revolución" y la instauración de 200 nuevos comités populares y militares, dispuestos a luchar contra la corrupción, la especulación, el tráfico de drogas, el alcohol y el comercio ilícito de divisas. Es decir, contra casi todo.

Cuando Gaddafí pronunció el pasado mes de marzo este discurso tenía la mirada puesta sobre todo en el este del país, en la región de Bengasi, donde desde hace un tiempo se vienen registrando importantes choques con la guerrilla islamista. Son huestes dirigidas por veteranos de la guerra de Afganistán o tránsfugas de Argelia, antiguos militantes del Frente Islámico de Salvación, a los que el líder libio ha calificado de "lobos, zorros y escorpiones" y a los que ha jurado "cortar la mano o amputar la pierna", pero a los que también trata de acercarse aunque sea a costa de establecer en el país un rígido orden islámico, según se desprende de una reciente ley en la que se impone la pena de muerte para los "traídores de la revolución", entre los que se coloca a borrachos y vendedores de alcohol.

Desde 1990, las milicias del Grupo Islámico Combatiente y las del Movimiento Islámico de los Mártires no han dado ni un solo minuto de respiro a las Fuerzas de Seguridad en el este de Libia. En los últimos meses estas falanges se han responsabilizado de varias acciones, entre ellas un supuesto atentado frustrado contra el coronel Gaddafí, perpetrado en Syrta, así como asaltos y ataques contra comisarías, cuarteles, representaciones consulares e incluso el robo de un importante alijo de armas de una fábrica militar.

Todos estos incidentes han desencadenado en la zona una guerra sin cuartel, en la que menudean las ejecuciones sumarias y los actos de represión ciega, como se demostró el pasado 5 de julio, en la prisión de Buslim, cerca de Trípoli, en la que se encuentran una parte de los 3.000 presos políticos con que cuenta Libia. Con la excusa del motín, los guardianes ejecutaron a ocho presos políticos, mientras iniciaban en el exterior una caza sin cuartel contra una treintena de detenidos que habían logrado emprender la huida hacia la zona donde opera la guerrilla.

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Pero no sólo está el acoso islamista. El régimen de Gaddafí se siente también presionado por Occidente y, sobre todo, por Estados Unidos, que en 1992 a través de las Naciones Unidas, promovió un embargo aéreo y de armas contra Libia, como represalia a la negativa de las autoridades de Trípoli a entregar a cuatro responsables de los servicios secretos, supuestamente implicados en los atentados perpetrados en 1988 y 1989 contra dos aviones de pasajeros en Lockerbie y Chad que causaron 440 muertos.

Los intentos desesperados del dirigente libio por romper el bloqueo internacional han fracasado por el momento. Parecen insuficientes los reiterados gestos de buena voluntad del coronel. De nada han servido, por el momento, sus condenas a las acciones terroristas del IRA, o el permiso otorgado a una delegación de la justicia francesa para que visitara Libia e investigara sobre el terreno el atentado contra uno de esos aviones, el de la compañía UTA que cayó en Chad.

Tampoco han servido de nada los reiterados desmentidos de Gaddafí sobre la fábrica subterránea que se construye en Tarhumat, donde según él se harán válvulas para el riego y no productos para una guerra química, tal como sospechan los servicios de espionaje occidentales. Ninguno de los gestos de Gaddafi parecen contentar a la Casa Blanca, que continúa acusando a Libia y a Irán de estar detrás del terrorismo islámico internacional, y contra los que prepara como castigo una ley -Oil Santion Act-, con la que pretende frenar el comercio con estos países y hacer imposible las inversiones de las grandes petroleras. El proyecto de ley, esbozado por el congresista Alfonse D'Amato, ha sido ya aprobado por la Cámara de Representantes de EE UU, y con ella se prohíbe a esas empresas invertir más de 40 millones de dólares (unos 5.000 millones de pesetas) anuales en el territorio libio.

La guerra comercial, prólogo de una guerra convencional, gravita constantemente sobre Libia. Las amenazas económicas norteamericanas han tenido ya su respuesta en Trípoli, donde Gaddafi acaba de dar órdenes para que se liquiden las inversiones libias en los países occidentales, trasladándolas a países más afines.

El máximo responsable de la Compañía Internacional de Inversiones se ha puesto ya a trabajar en ello. Para empezar ha liquidado la participación del régimen libio en el grupo hotelero Metropol, estimado en 290 millones de dólares, y cuya sede se encuentra en el Reino Unido, un país con el que rompió hace seis años las relaciones diplomáticas. Como por azar, en pleno conflicto comercial, el Comité General Provisional de la Defensa acaba de anunciar en Trípoli la celebración de unas maniobras aéreas con tiro real, las más importante de los últimos años, en las que intervienen más de 400 aviones de combate y cuya misión es evitar un desembarco enemigo en la región de Mojtar. ¿Es realmente un supuesto bélico ficticio?

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